La pregunta no es banal, apunta al nervio de muchas de las discusiones de nuestro vertiginoso tiempo: ¿qué consecuencias se derivan de que un nuevo paradigma audiovisual y atomizado esté reemplazando a la matriz humanista de la reproducción social? Ya conocido por sus anteriores ensayos —La utilidad de lo inútil; Clásicos para la vida—, muy bien acogidos en nuestro país, el italiano Nuccio Ordine (Diamante, 1958), profesor en la Universidad de Calabria y experto en el Renacimiento, vuelve a remachar el mismo clavo: cómo defender la herencia de las Humanidades. Sin duda alguien como George Steiner (1929-2020) debe estar en el más allá satisfecho de que hoy alguien haya recogido su testigo.

Los hombres no son islas

Nuccio Ordine

Traducción de Jordi Bayod. Acantilado, 2022. 296 páginas, 18 €

El título procede de un poema de John Donne (1572-1631) y no puede ser más oportuno en estos tiempos –afirma Ordine– “en que reinan el neoliberalismo, el individualismo, el miedo al forastero y el racismo”. Aunque el canon que se propone podría ser discutido, hay un hilo rojo que atraviesa esta elección de autores y textos: la comprensión de lo común humano desde la experiencia de la vulnerabilidad. Son las flaquezas las que abren los ojos a la alteridad.

En el caso de Donne, “una larga enfermedad y la experiencia del dolor se convierten para el autor en una oportunidad extraordinaria para interrogarse sobre el misterio de la muerte y sobre el lugar que corresponde a los simples individuos en la humanidad”.

Aunque, desgraciadamente, la literatura por sí misma no ha sido un arma demasiado efectiva contra la barbarie –recordemos, por ejemplo a ese Erasmo redivivo que fue Stefan Zweig–, reconforta advertir cómo aquí un optimismo de la voluntad tensiona el pesimismo de su diagnóstico. De hecho, hay algo gramsciano de Ordine –no en vano se recoge el texto “odio a los indiferentes”– en su intento pedagógico y de filo político de rehuir el virtuosismo académico en aras de llegar a cualquier tipo de lector y contagiarle su amor a la literatura.



Desde este punto de vista es interesante cómo el autor, en su tentativa de popularizar a los clásicos, se guía por una orientación similar a la desarrollada por el último Michel Foucault: la cultura como cuidado de la libertad, como un conjunto de prácticas en donde los sujetos, aprendiendo a leer bien, se ejercitan en el hecho de vivir con dignidad.

Ordine rehuye el virtuosismo académico en aras de llegar a cualquier tipo de lector y contagiarle su amor a la literatura

Como ya ocurría en Clásicos para la vida, la estructura del volumen se divide en dos partes. La primera se entiende como un ensayo sobre la problemática de lo común, o de la solidaridad, desde once autores (de Séneca a Saint-Exupéry pasando por Montaigne, Shakespeare, Tolstói o Nietzsche).

La segunda contiene fragmentos breves de obras cumbre de la literatura y la filosofía, a modo de una “biblioteca ideal”, explícitamente seleccionados por Ordine, entre los que incluye a tres autores en lengua castellana, Bartolomé de las Casas, Juan Rulfo y Borges (“en América Latina la literatura ha dicho las cosas que la Historia no contaba”) y solo tres mujeres (Madame de Lafayette, Emily Dickinson y Virginia Woolf).

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¿Otra apología de los clásicos para rellenar con pequeñas píldoras de conocimiento un tiempo de ocio que cada vez se parece más al tiempo de trabajo? Hay algo relevante en la aproximación de Ordine: desde ella los clásicos no aparecen como maestros que reclaman ser metabolizados por nuestra vida en el presente; más bien, desde su mirada somos nosotros los que aparecemos cada vez más como muertos. Se agradece así que el autor, lejos de las invitaciones a la autoayuda, nos invite a acercarnos a los clásicos no para ensimismarnos sino para participar mejor en la esfera pública.