Nada hay fortuito en la decisión de esta portada, ni la imagen que protagoniza la esperada novela de Dolores Redondo (un bolso rojo tipo bandolera, de mujer, tirado en medio de una calle empedrada, de noche, después de un día de lluvia), ni el enunciado que compone el título, al que es obligado regresar tras la lectura. Sobre este no es irrelevante destacar que el verbo “esperar” precisa de un objeto que complete su significado cuando su carácter es transitivo, pero se vuelve intransitivo cuando su significado se refiere a la espera de algo que le está reservado a una persona, y ese algo tendrá lugar en el futuro. De ahí que llamemos la atención sobre la idea contenida en el título, Esperando al (y no “el”) diluvio. Y no solo eso, utilizado en gerundio advierte de que todo lo que se nos va a contar se concentrará en el tiempo de esa espera.
En este ejercicio visual están contenidas las claves argumentales de este nuevo thriller de la autora de la Trilogía del Baztán: varias mujeres asesinadas en Glasgow a finales de los años 60, un asesino en serie cuya mejor baza es su aspecto normal, todas las víctimas son mujeres, la policía pierde su rastro hasta que, catorce años después, en Edimburgo, el detective Noah Scott Sherrington pone todo su empeño en reunir cuanto se sabe sobre la identidad del conocido como “John Biblia”, convencido de que sigue vivo y sigue matando.
Sobre este esquema el despliegue de la autora ofrece una ambiciosa y concienzuda propuesta narrativa anclada en esa realidad que no duda en presentar como su personal revisión de lo que pudo haber ocurrido si se hubiera llegado hasta el final. ¿Por qué no? Realidad y ficción, en este caso, irán sirviendo la ajustada dosis requerida por la táctica narrativa para el desarrollo argumental.
[Dolores Redondo reabre el caso de John Biblia, el asesino en serie escocés que pudo acabar en Bilbao]
La primera le sirve en bandeja el criminal perseguido, el lugar de origen y las circunstancias que frustraron su posible identificación y detención; las licencias de la ficción se encargarán del resto: la figura del perseguidor, un detective escocés (un tipo duro de salud frágil) empeñado en averiguar la verdad muchos años después, las “corazonadas” que le instan a perseguir al criminal, la recreación de su verdadera identidad y su modus operandi, y lo que pudo haber pasado tras desaparecer sin dejar rastro.
La realidad también le sirve esos dos escenarios que tanto juego brindan a la ficción: Glasgow y Bilbao, dos ciudades comunicadas por mar y una realidad socio-política compleja que amplía la profundidad del relato policial a las relaciones entre miembros del IRA y de ETA. Fiel a su estrategia de gran forjadora de intrigas, apuesta por recrear el Bilbao de 1983, el del año del diluvio que arrasó y devastó la ciudad. En este escenario desarrolla gran parte de la peripecia policial que no desvelaremos, aunque advertimos de que se va adueñando de la voluntad de quien se quiera perder en sus páginas necesitando respuestas al despliegue de sorpresas que la acción va deparando.
Realidad y ficción sirven la ajustada dosis requerida por la táctica narrativa para el desarrollo argumental
No es esta autora dada a soluciones fáciles, de hecho pueden resultar excesivas las connotaciones implícitas en la articulación del discurso narrativo, la información relativa a los diferentes campos de interés que suscita la historia y las turbulencias que alimentan el conjunto.
La ficción, por su parte, nos sitúa frente al personaje de Noah, a quien vemos luchar hasta el límite por resolver el caso al que ha dedicado su vida. Advirtamos de que su presentación tuvo lugar en una novela anterior aunque su fortaleza sugiere que ha venido para quedarse. Sus preocupaciones tienen que ver con el miedo, la injusticia, el tiempo que se le acaba. Su historia es la historia de una obsesión, y de una pasión al cobijo de las calles de aquel Bilbao cuya cartografía se erige como uno de los grandes valores de este inmenso conjunto novelesco.