Consagrado como un original pensador, Carlos Granés (Bogotá, 1975) desgrana en Delirio americano (Taurus), elegido por los críticos de El Cultural como el mejor ensayo en español de 2022, el intrincado rompecabezas del largo siglo XX de América Latina, un continente, asegura, que siempre ha ido a la contra, rebelándose contra todo: Occidente, la modernidad, el capitalismo...
¿Cuál diría que es la gran virtud de su libro?
Refleja mi propio deslumbramiento ante un continente que creía conocer, pero que en realidad desconocía.
En España ha sido celebrado con muy buenas críticas. ¿Pero y en su tierra?
También ha merecido la atención de importantes columnistas con perfiles muy distintos: al menos un científico, un novelista y un economista lo reseñaron, lo cual me indica que el ensayo llega a un público amplio. El gran reto de cualquier ensayo es alimentar la discusión pública, y ahí va, poco a poco lo está consiguiendo.
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¿La historia de América es un delirio? ¿Por qué?
No es un delirio. Al revés, tiene mucha coherencia. Lo particular es que muchos personajes delirantes han tenido, para bien y para mal, demasiado protagonismo en nuestra historia. Ha sido fantástico cuando el delirio se manifiesta en el campo cultural. Fíjese en la música, la poesía, la novela, la plástica; los creadores latinoamericanos son deslumbrantes. En el terreno público, en cambio, los políticos no han estado a la altura, y en casos concretos han sido un desastre. El delirio los desconecta de la realidad.
Del periodo que analiza en su obra, ¿cuál ha sido la mayor utopía?
Muchas, pero Brasilia es especial porque se concretó. Fue un intento de corregir los vicios morales y de crear un hombre nuevo mediante la planificación del espacio público y de la arquitectura. Además, se sumaba a una larga tradición de ciudades utópicas fantaseadas en América Latina. Se hizo realidad, sí, pero la ingeniería social que la inspiró fracasó. Eso es lo fascinante.
¿En qué momento se contaminó el arte de política?
Esto ocurre en América Latina antes que Europa. La fecha es 1898, cuando España sale del Caribe y entra Estados Unidos. Al poco tiempo, en 1905, Rubén Darío publica poemas políticos. No son vanguardia, como el futurismo de 1909, pero sí tienen el mismo propósito: remover conciencias, alertar sobre la amenaza imperial.
¿Ha sido la cultura corresponsable de la transmisión de ideologías terribles en vez de su freno?
Desde luego. El fascismo y el comunismo llegaron a Latinoamérica gracias a los intelectuales y poetas. En Brasil, por ejemplo, el partido fascista más importante del siglo XX lo fundó un poeta. En Nicaragua, igual. Y en Colombia fue un poeta quien ayudó a fundar el Partido Comunista. La cultura no nos hace buenas personas. Es un vehículo de ideas, de las buenas y de las malas.
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Una de las reflexiones más sugerentes del ensayo es esa de que el populismo es una invención genuinamente latinoamericana.
El populismo peronista, más concretamente, que rebaja al ciudadano a la dúctil condición de pueblo; un pueblo víctima, además, necesitado de un conductor que le devuelva la dignidad que él mismo le ha robado, y que lo salve de amenazas ficticias. Es el populismo que llega democráticamente a las instituciones, pero que después las corroe desde dentro hasta convertirlas en un cascarón vacío.
Enuncia una serie de traumas que no desaparecen en América Latina. ¿Cuál es el más preocupante?
La búsqueda de enemigos externos con complicidades internas. Es decir, la imposibilidad de entender el continente como un lugar plural, donde deben caber todas las ideas y todos los estilos de vida. Ser un contradictor en Latinoamérica equivale a ser un enemigo del pueblo, la antipatria. De ahí a la violencia hay un paso.
¿Qué cliché es el que más arraigo tiene aquí, al otro lado del charco?
Esa tendencia a creer que América Latina es el lugar donde aún pueden funcionar todas las malas ideas que han fracasado en Europa.
América Latina en su conjunto parece inmersa en una fortísima división en bloques enfrentados. ¿Qué futuro vislumbra?
Si el futuro inmediato en todo Occidente es incierto debido al auge de una derecha populista y salvaje y de una izquierda identitaria y anacrónica, imagínese en América Latina, donde todo esto pasa por el filtro del fanatismo religioso y la violencia. Bolsonaro y Cristina Kirchner, dos líderes que representan visiones opuestas, han sufrido atentados. En los próximos años, a menos que los políticos busquen la centralidad, seguiremos de extremo en extremo, de refundación en refundación.
Dice que es el momento para los latinoamericanos de "poner un pie en el siglo XXI". ¿Por dónde discurre ese camino?
Supone superar el nefasto victimismo que libera a los latinoamericanos de sus culpas, de su mal gobierno, porque siempre se está buscando un chivo expiatorio que explique los problemas, desde el colonialismo español al imperialismo yanqui. Es hora de evaluar las ideas que han moldeado la política latinoamericana. De ver qué hemos hecho bien y mal.