La escritora Marta Sanz (Madrid, 1967) nunca se conforma. Ni con el mundo en el que vive ni con su propia literatura, a la que siempre es capaz de encontrar una vuelta de tuerca más para que nos interpele, nos sacuda. Si con Farándula (Anagrama, Premio Herralde de Novela 2015) pergeñaba un incómodo relato que ponía contra el espejo a la comunidad cultural y en Clavícula (Anagrama, 2017) diseccionaba la precariedad del sistema que rige el mismo círculo, su nueva novela presenta una audacia todavía más acentuada. Persianas metálicas bajan de golpe (Anagrama) es una distopía del presente.
Drones que se enamoran de mujeres de carne y hueso, ancianos que trabajan mientras los jóvenes viven en residencias… Son algunas de las posibilidades que imagina la autora con el pretexto de señalar “toda la basura que provoca la tecnología”, según cuenta en El Cultural. “No pretendo llegar a todos los lectores”, advierte. “Si con esta novela complaciera a todo el mundo, me habría equivocado”, añade, aunque puede estar tranquila: nada parece apuntar a que esto ocurra.
La novela, que nos alerta de los peligros de un algoritmo que “nos cuida y nos vigila”, según leemos, relata “la incertidumbre que se siente cuando toda una generación piensa que a lo mejor no hay posibilidad de dar un paso más allá”, para decirlo con sus palabras. Así, “la recuperación de la memoria” se erige como una de las alternativas para salir de la desesperanza (“la bola de pelusa”) en la que la autora considera que estamos inmersos. “También se puede salir perdiendo el miedo a las revoluciones”, dice en un momento de la conversación, en la que no se guarda un solo as bajo la manga.
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Pregunta. Persianas metálicas bajan de golpe presenta otro notable cambio de registro en su trayectoria. ¿Hay alguno que se le resista?
Respuesta. Siempre quiero creer que mi trabajo como persona que escribe se relaciona con la búsqueda. Cuando algo me inquieta o creo que tengo algo que contar, mi oficio como escritora consiste en buscar las palabras, los lenguajes o los géneros más adecuados para transmitir esa emoción, esa pregunta o esa idea. Si tuviera siempre el mismo estilo, sería como estar escribiendo siempre el mismo libro. Si tú adoptas un estilo como marca de la casa, siempre estás contando lo mismo.
>> En la literatura, el fondo y la forma son indisolubles. Por una parte, soy consciente de que tengo mis fantasmas y mis traumas y mis lugares comunes por ser la persona que soy y por haber nacido donde he nacido. Por eso siempre habrá una preocupación por las mujeres, una mezcla de la violencia con la ternura, una sensibilidad social, un toque culturalista… Pero más allá de todo esto, procuro en cada libro tratar de descubrir la realidad a través de la experimentación con el lenguaje.
P. Si algo ha destacado la crítica en su escritura, ha sido la capacidad para la inventiva verbal y para retorcer el lenguaje. ¿Es una voluntad de estilo o surge de un impulso inconsciente?
R. Tiene que ver con mi conciencia de escritora: mi mayor compromiso es con el lenguaje. Lo que tengo que contar debo hacerlo a través de las palabras, sus distintos relieves y su combinatoria, y la capacidad de las propias palabras para iluminar lugares de la realidad que aún no han sido iluminados. Me siento muy identificada con Francis Bacon cuando decía que los temas no importan tanto como tu sistema nervioso personal a la hora de expresarlos. Lo interesante del arte es cómo cambian las cosmovisiones en función de cómo un determinado creador busca una manera nueva de enfocar lo que ya ha sido contado con otro punto de vista y unas palabras determinadas.
>> En Persianas metálicas bajan de golpe están todos los tópicos de la literatura —el amor, la muerte, la rebelión contra Dios… todos los temas habituales del Romanticismo—, pero se miran desde una contemporaneidad, con unos ojos que te obligan a utilizar un lenguaje diferente. En la medida en que se asume el nuevo uso del lenguaje, la realidad también se ha transformado.
P. Creo que el título funciona como una metáfora del futuro, ¿no es así?
R. El título surge en el proceso de escritura. Hay un momento determinando en que se me ocurre que las “persianas metálicas bajan de golpe” son la banda sonora de un libro que está concebido como un musical. Por eso aparecen el director de cine Lars Von Trier (yo me estaba acordando de Bailar en la oscuridad), las películas de Bob Fosse (está Cabaret, pero también All That Jazz)… Yo tenía en la cabeza ese tipo de puesta en escena exagerada y espectacular que, a través del sarcasmo y la crueldad, pretende hacer un retrato de la sociedad contemporánea.
>> Y además de la música, el título alude a un mundo donde hay pocas posibilidades de trabajo: se cierran los comercios, solamente trabajan las personas muy mayores... Frente a esos ancianos que no pueden disfrutar de su vejez porque tienen que seguir trabajando, hay una gran masa de sociedad, la gente joven, que por falta de expectativas o actividad están recluidos en una especie de residencias. Luego hay una infancia en permanente peligro de muerte por el riesgo de una enfermedad y por la autodestrucción. Así que el título, Persianas metálicas bajan de golpe, es también la metáfora de un futuro que, cuando llegó el confinamiento en la pandemia, comprendimos que ya estaba aquí. Además, es una forma de futuro que nos hace desear ciertas cosas perdidas del pasado tan inmediatas como la sanidad pública.
"Es importante que las mujeres que escribimos ahora no nos sintamos flores aisladas, sino que escarbemos en nuestras genealogías"
P. También intuimos, por la tercera cita que precede a la obra, que esas “persianas metálicas” también remiten a los “cierres metálicos” que Luisa Carnés cita en Tea Rooms.
R. Sí. Luisa Carnés para mí fue un descubrimiento no sólo como mujer comprometida con la realidad, sino también con la literatura. Fue capaz de aproximarse a ella con una visión tan transformadora que le hace crear un género nuevo, la novela testimonial, que al mismo tiempo está cargada de ciertas iluminaciones poéticas absolutamente colosales. En Tea Rooms habla de algo tan moderno como la explotación de las mujeres en el mundo del trabajo y cómo eso repercute en la violencia de la intimidad.
P. Por cierto, ¿en qué momento cree que se encuentra el proceso de recuperación de esas mujeres que estaban fuera del canon? Parece que, por fin, hay una voluntad real…
R. A mí lo que me parece muy importante es que las mujeres que escribimos ahora no nos sintamos flores aisladas, rarezas o producto de la moda de un día, sino que escarbemos en nuestras genealogías. El descubrimiento de Luisa Carnés fue fundamental, como te decía, pero también lo fue Concha Alós, una mujer que ganó dos veces el Premio Planeta y, sin embargo, yo nunca había leído. Creo que ahora hay muchas escritoras interesantes, fundamentalmente mujeres, no porque sea una moda, sino porque escribimos desde la conciencia de la contractura.
>> Esto significa que yo no renuncio de mis fuentes nutricias masculinas —Tolstói, Galdós, el Marqués de Sade—, pero sé que esa parte de mi metabolismo cultural me está infligiendo cierto daño. No puedo renunciar a ese daño porque forma parte de mí, y al mismo tiempo tengo que buscar otras miradas, otros lenguajes, otras formas de contar… Ese modo de escribir desde la dificultad, con una pata dentro y otra pata fuera, es lo que hace que el estilo de muchas escritoras sea más intrépido y nos llame más la atención en este momento. Hay muchos escritores que son más complacientes porque no han vivido esa contradicción.
“Hay escritores que ahora son más complacientes porque no han vivido la contradicción de las mujeres”
P. ¿La literatura debe ser ideológica?
R. No creo que tenga que ser así; es que me parece imposible que no sea así. Cuando estás arriesgándote a escribir un texto y a intentar establecer una conversación en la plaza pública, estás asumiendo una posición ideológica. No hay neutralidad posible. Incluso cuando estás emitiendo un discurso aparentemente blanco o inofensivo, dependiendo de cuáles sean las coordenadas del contexto en el que vives, eso está significando algo.
Por ejemplo, Cuando Harry encontró a Sally no carece de punto de vista ideológico. Para mí, la literatura es trascendente y, de un modo u otro, nos impregna, construye nuestra sentimentalidad, modifica nuestra manera de mirar el mundo… Y eso te puede pasar con Kafka, pero también con Agatha Christie. Por cierto, que el centro no es neutral; también es ideológico.
P. ¿Cuánto de lo que propone en este relato sospecha que pudiera ser posible?
R. La novela, aunque sea una distopía, habla de cosas que están pasando ahora. Yo creo que la tecnología es muy necesaria. Es de cajón que todo lo que repercuta en avances médicos o nos ayude a conocer el mundo en que vivimos será positivo. Incluso que las redes sociales bien usadas pueden contribuir a una mejora de la calidad democrática, pero por otra parte creo que hay mucho papanatismo tecnológico. Hay zonas muy oscuras de la tecnología.
>> Tal y como la estamos utilizando en este momento, es intrusiva y adictiva. En lugar de ver mejor la realidad, hace que la veamos peor. Cuando estamos ejerciendo nuestra máxima libertad apretando el clic de un like, en realidad es la máxima expresión de la vigilancia porque estás aportando datos para que te vendan cosas. Todo eso es cutre, y estamos todo el día empantallaos: le damos mucha más importancia a la imagen que a la carne y a lo lejano que a lo presente. Todo son formas de lejanía: perder el tacto, la temperatura… Es un mundo fúnebre.
>> En esta novela, los drones que están contando la historia tratan de construir un lenguaje para poder entender y sentir. Esto se puede colocar en la antípoda perfecta de lo que nos está ocurriendo a los seres humanos: estamos perdiendo capacidades lingüísticas y destrezas para leer textos literarios que, precisamente, nos invitan a mirar la realidad de otra manera.
"Las redes sociales no son un lugar democrático; son expulsivas y fomentan formas de relación que son violentas"
P. En su novela, los drones no están preparados para los sentimientos. ¿Cree que el avance tecnológico es compatible con las emociones?
R. Yo espero que sí. El problema es que estamos siguiendo una deriva que nos lleva a la deshumanización. Hay gente que en su casa habla con su pareja a través del WhastsApp. Es todo muy extraño, sobre todo para personas tan analógicas como yo. Cuando se habla de las redes como un lugar democrático, no es verdad. Son expulsivas y además fomentan formas de relación que son violentas, porque confunden el conocimiento con la opinión, son el semillero de las fake news y se hace demagogia a cascoporro.
P. Para terminar con el dron, en un momento se dice que está dirigido por un “hombre blanco”. ¿Qué asociación pretendía establecer?
R. Es que hay muchas personas que piensan que el algoritmo es aséptico, quizás los mismos que piensan que el centro no es ideológico. El algoritmo es un varón blanco que trabaja en un garaje y vive en Estados Unidos. Esto se refleja en el tipo de preguntas que se formulan a través de las máquinas, en el tipo de categorías que se hacen… En fin, el algoritmo nos está hablando desde algún lugar y debemos identificarlo. En el confinamiento perdimos todos los reparos a la hora de dar permisos en la red porque teníamos una necesidad básica de comunicarnos. No deberíamos haberlos perdido, Rumba nos vigila (risas).
P. Los conspiranoicos apuntarían, al respecto, que la pandemia fue un montaje para desencadenar esta situación.
R. Pues es un buen material literario (risas).
"Muchos autores enarbolan las banderas de la alegría y la esperanza porque saben que la tristeza no vende"
P. ¿Qué responsabilidad tiene el autor con el futuro? O sea, si entendemos que uno de sus cometidos es abordar una reflexión sobre la condición humana, ¿debe conformarse con registrar la incertidumbre o, como hace usted con esta obra, tiene que explorar lo que vendrá?
R. Las distopías per se no son un género literario reaccionario. Mi responsabilidad como escritora es, por una parte, observar y estar atenta a lo que pasa en la calle, pero también buscar unas palabras y un lenguaje que cuando el lector las reciba le resulten inquietantes hasta el punto de reformular sus prejuicios. Los escritores somos responsables con la sociedad en la que vivimos y no deberíamos generar discursos de asentimiento. Por ejemplo, veo que muchos autores enarbolan las banderas de la alegría y la esperanza porque saben que es una estrategia comercial, que la tristeza no vende… A mí la complacencia me preocupa.
P. A propósito de lo comercial, ¿en su caso escribir es un impulso, un método, un trabajo, una forma de vida?
R. Es una manera de estar en el mundo que no puedo evitar. Yo intento que, además, sea compatible con la práctica de un oficio digno en el que te respetes a ti misma y consigas el respeto de tus lectores y editores, sin que eso signifique que tengas que estar pasando permanente por aros y haciendo concesiones para agradar y no molestar en ese sitio reservado para una sociedad capitalista y del espectáculo. Eso es muy complicado. Yo nunca me voy a poder comprar una mansión como Belén Esteban, pero sí procuro vivir dignamente, dejando constancia de la precariedad de este oficio. En este mundo los perros no se atan con longaniza. Dicho esto, yo soy una privilegiada.
P. Las colaboraciones en prensa o radio, los talleres literarios… ¿logran mitigar esa precariedad?
R. Es que los escritores necesitamos vivir de la periferia de la literatura. Yo hago talleres, colaboro con la SER, escribo columnas, voy a bibliotecas…
P. ¿Pero le gustaría vivir solo de la literatura?
R. Por una parte, sí; por otra, me parecería un empobrecimiento y una manera de ensimismarme. A mí me gusta estar en contacto con el ruido de la calle y quiero saber las condiciones de los mercados laborales.
"Nunca me voy a poder comprar una mansión como Belén Esteban, pero sí procuro vivir dignamente"
P. Una vez me dijo en una entrevista: “Yo he elegido escribir a la contra de casi todo”. ¿Lo seguiría suscribiendo?
R. Absolutamente. Sigo escribiendo a la contra de casi todo, en la medida en que cada vez que escribo un libro, desde el punto de vista estilístico y de las opciones genéricas, me rebelo contra lo que yo percibo como el “deber ser” del arte y la literatura. Por ejemplo, ahora no solo me estoy rebelando contra el Dios del algoritmo, sino también contra la idea de que todos los libros sean el mismo libro porque están escritos con el mismo estilo. O sea, me rebelo contra los estilos gentrificados y contra que los libros sean como los centros de las ciudades porque me parece que es un efecto de la sociedad de mercado: las leyes de la oferta y la demanda colonizando el territorio de la cultura…
P. Hablando de gentrificar… nada más paradigmático que los géneros literarios, siempre un motivo de debate. Usted que también se ha desempeñado en el ensayo y en la poesía, ¿dónde se siente más cómoda?
R. En realidad, cuando de verdad me siento cómoda es cuando descubro la solución expresiva: cómo quiero contar lo que quería. Pero si tuviera que elegir, te diría que me gustan los territorios híbridos o imprevisibles. Por ejemplo, cuando estoy escribiendo una novela que de pronto contraviene las expectativas de los lectores y rompe con su idea familiar del género. También cuando escribo un poema que suena a martillazos y reniega del imaginario de “lo bonito” en la poesía. En fin, me siento cómoda en esos espacios rebeldes que tienen que ver con mi forma de ver un mundo que creo que no va bien.