La última novela de Leila Slimani (Rabat, 1981), Miradnos bailar, es la continuación del deslumbrante fresco familiar que se inauguró con El país de los otros. Si Slimani ganó el Goncourt en 2016 con Canción dulce, un innovador thriller contemporáneo, en los dos volúmenes aparecidos de su trilogía autobiográfica el estilo es fluido, tradicional y eficaz.
La saga familiar se iniciaba en 1947 con la llegada de Mathilde, una alsaciana, a la tierra de su esposo, Amín Belhach, un marroquí de Meknes, militar del ejército francés durante la Segunda Guerra Mundial.
En la obra anterior, dejamos al matrimonio Belhach, con sus hijos Aicha y Selim, luchando para cultivar unas tierras inhóspitas. Si el telón de fondo era la agitación política previa a la independencia de Marruecos, Miradnos bailar nos lleva a finales de los años 60 y a los primeros 70, en un país que empieza a presentir la modernidad. Las tierras de Mathilde y Amín por fin les han convertido en unos ricos burgueses, pertenecientes a la élite del país; la construcción de la piscina al inicio de la novela es el símbolo del triunfo la pareja.
Aicha, la hija del mestizaje, estudia medicina en Estrasburgo. Para sus amigos franceses de izquierdas, representa una especie de ideal: “Era una mujer del tercer mundo, una indígena de melena crespa y piel aceitunada que había conseguido salvarse de su condición”. La ambivalencia de Aicha, buena estudiante y futura ginecóloga, aparece en el recuerdo de la humillación en su escuela francesa de monjas, en Marruecos.
Se hace patente en la escena en la peluquería alsaciana donde Aicha quiere “alisarse el pelo como Françoise Hardy”. La atienden con antipatía y ella recuerda los motes que le habían puesto sus compañeras, hijas de colonos franceses: “Cordero Sarnoso. Cara de Caniche. Petardo mojado. Leona del Atlas. También la llamaban la Negra, la Campesina, la Pelo paja”. La maestría de Slimani en los retratos psicológicos alcanzó en la anterior novela, con Mathilde y Amín, un punto insuperable. Ahora, los protagonistas son los hijos, Aicha y Selim, que se mueven acompañados por una galería de jóvenes que abrazan los cambios de la época.
Entre los retratos íntimos de la familia de Leila Slimani y el marco sociopolítico, se desarrolla este fresco que muestra un panorama realista y penetrante de esos años de cambios
Selim está peor diseñado que su hermana. Conmovedora la pasión incestuosa del joven deportista por su tía Selma, un personaje extraordinariamente cincelado en ambas novelas: la chica rebelde a la que casarán a la fuerza y acabará siendo una mujer perdida. La relación sexual con su sobrino aparece como una pulsión irresistible para olvidar el casi encarcelamiento con un marido indiferente. Menos convincente es la fuga de Selim hacia Essaouira con unos hippies europeos lanzados a las playas de Marruecos, tras los pasos de un Jimi Hendrix, imaginado o real.
El amor de Aicha por Mehdi, un brillante economista que primero tendrá una conciencia social marxista, y luego, poco a poco, se enrolará en los burócratas modernos del reinado de Hasán II, sirve para entender la mezcla entre los avances sociales de Marruecos y la represión política de los “años de plomo”, tras el intento de asesinato de Hasán II en 1971.
Entre los retratos íntimos de la familia de Leila Slimani y el marco sociopolítico, se desarrolla este fresco que muestra un panorama realista y penetrante de esos años de cambios. Y aunque no tiene la profundidad de las luchas individuales de la primera entrega, se muestran con lucidez las contradicciones de un Marruecos emancipado, pero donde las diferencias de clase, los prejuicios contra la liberación de las mujeres, la represión, las indecisiones de las élites entre la cultura francesa y el nacionalismo marroquí, conviven con la entrada del país y sus gentes en la modernidad.