Poeta y periodista, Aida González Rossi (Santa Cruz de Tenerife, 1995) nos cuenta que Leche condensada (Caballo de Troya) surgió "de la necesidad de jugar con un texto que pareciera inacabado, escrito a jirones, que se entrometiera en lo que una no es capaz de decir y sin embargo necesita decir a toda costa".
En cambio, Juarma (Deifontes, Granada, 1981) escribió Punki (Blackie Books) al mismo tiempo que Al final siempre ganan los monstruos (2017), su ópera prima: "Sí, la escribí en un grupo cerrado de una red social para 65 personas y jamás había tenido lectores, aunque escribía desde joven. Se me ocurrió que podía contar una historia en seis partes sobre un lugar ficticio: Villa de la Fuente, usando escenarios reales". Pocos retratan como él a esa nueva generación perdida en la marginalidad. Los dos son ya autores de culto por el ingenio y la verdad que derrochan en sus novelas.
Pregunta. ¿Se consideran representantes de la llamada literatura de la periferia?
Juarma. No me considero representante de nada ni me gustan las etiquetas. Si he de darle algún valor a "lo periférico" es por el camino difícil, inexplicable y de puro azar que ha sido escribir desde muy joven y publicar la primera novela con 36 años y la segunda con 41. Me avergonzaba enseñar a los demás los textos que escribía. Y voy perdiendo poco a poco el miedo escénico escribiendo historias localistas, de un modo radical. Me aporta orgullo (de clase) haber publicado dos novelas teniendo en cuenta quién soy, de dónde vengo y las circunstancias por las que he pasado.
Aida González Rossi. Yo tampoco me siento representante de nada, pero sí considero que cierta literatura de la periferia es la tradición a la que yo, como persona que habita la periferia, me acojo. Siempre intento mirar hacia mi realidad. Para ello he tenido que quitarme capas de impostaciones aprendidas que me obligaban a disociar mi lenguaje hablado de mi lenguaje escrito y mis experiencias vividas de las experiencias aptas para ficcionalizar. Intento no quedarme en la representación de mi lenguaje: intento retorcerlo, jugar con él y explorarlo para formar con él mi universo poético. El mío, no el de las Islas.
P. Ambas novelas tratan de niños abusados. ¿Por qué callan?
A. S. R. En el caso de Aída, la protagonista de mi novela, su silencio forma parte de la confusión. No sabe lo que le está pasando porque una en estos casos no suele saber lo que pasa, pero también porque el abuso que sufre no responde a los abusos de los que suelen advertirle. Por eso quería hablar sobre niños que abusan de niñas: es una zona tan silenciosa...
J. El periodo en el que esos niños y niñas han padecido malos tratos y abusos lo sitúo entre los 80 y los 90. Por suerte, la sociedad ha cambiado para mejor y es más difícil que se ignoren esas situaciones. Denunciar a maltratadores en un entorno rural y en esa época era complicado. La mayoría miraba para otro lado. Intento reflejar ese desamparo cuando echo la vista atrás para construir las historias que cuento.
"Ni puedo ni quiero escribir sin usar mi dialecto. Me interesa mucho coger ese lenguaje y retorcerlo". Aida González Rossi
P. Álex y sus amigos se refugian en la droga: ¿es algo más que una vía de escape ante la falta de futuro?
J. Algunos personajes de estas dos novelas se refugian en la droga, pero otros no. La precariedad es lo que más les determina, el no poder siquiera imaginar un futuro, el no tener una red de seguridad económica cuando tropiezan, el no poder elegir.
A. S. R. Para Aida, emborracharse con sus amigas es una forma de acceder de nuevo al desenfreno de la infancia. Esto la hace sentirse segura dentro de la gran inseguridad que es su vida, pues, años atrás, nada de lo que le pesa existía. Es como una máquina del tiempo, como poder actuar de nuevo como sabe que, aunque ya no la dejen, quiere actuar. Es dejar de ser mayor por un rato. Aliviar la carga.
P. ¿Creen que las suyas (y las sucesivas) son generaciones condenadas al desencanto?
A. S. R. No, claro que no. Estamos construyendo muchas cosas. Confío mucho.
J. Yo tampoco lo creo, para nada. Debemos construir y crear esperanzas y pelear por cambiar las cosas. Albergo mucha confianza en las personas, en su poder transformador, en la lucha contra las desigualdades y las injusticias.
"Me aporta orgullo (de clase) haber publicado dos novelas teniendo en cuenta quién soy, de dónde vengo". Juarma
P. Ambas obras dan una importancia fundamental al lenguaje de la calle: ¿es deliberado?
J. Los personajes hablan como hablamos en mi pueblo. Me gusta reflejar ese lenguaje, no tendría sentido usar otro registro si estoy narrando sobre un pueblo ficticio de los Montes Orientales. No es lenguaje de la calle, es nuestra forma de expresarnos.
A. S. R. Ni puedo ni quiero escribir sin usar mi dialecto. Además, me interesa mucho coger ese lenguaje de mi casa, de mi intimidad, y retorcerlo. El dialecto no lo uso solo en las expresiones, también en la longitud de las frases, su orden, su ritmo, su desatamiento, su ir y venir, su textura… Mi lenguaje es una parte fundamental de mi materia poética.
P. Hace poco escribía en estas mismas páginas Ignacio Echevarría que echaba de menos novelas que reflejasen a la clase trabajadora. ¿Lo hacen sus libros?
J. Acceder al mundo editorial es muy difícil y enrevesado, no está al alcance de la clase trabajadora. Tengo dos novelas en librerías y bibliotecas por azar, por el empeño y el apoyo de personas que apostaron por mí y llevaron la primera novela desde una red social a librerías y bibliotecas. Normalmente estas cosas no pasan.
A. S. R. Bueno, yo más bien ahondo en cuestiones afectivas, pero sí es cierto que todo eso tenía que entrar como soporte y telón de fondo de la narración. Me interesaba mucho hablar sutilmente sobre la situación de los pueblos turísticos de las Islas, sobre gente que se ve forzada a vivir en apartamentos turísticos.