Vivimos tiempos desencantados con el presente. Tanto, que el interés ensayístico o filosófico-político se ha centrado en analizar el pasado o en reivindicar el futuro. Durante estos últimos años hemos leído libros sobre la necesidad de recuperar ciertas cosas del pasado que no deberíamos haber perdido, o bien de abandonarnos a unos avances tecnológicos que prometen un horizonte carente de dolor, enfermedades, e incluso de muerte. El presente parece que quema los pies como la arena de la playa en verano.
Es el presente el momento y el lugar que Gregorio Luri (Azagra, Navarra, 1955) no solo analiza, sino que reivindica como genuinamente nuestro en En busca del tiempo en que vivimos. Un título con reminiscencias proustianas que fijan el objeto de estudio, no en el tiempo perdido ni en el que queda por vivir: “pretendo encontrar en el presente las huellas que nos dirijan a la interrogación por lo que en el hombre haya de ahistórico”. Pero no lo fugaz y coyuntural de un carpe diem mal entendido, sino “aquello humano que, estando en el presente, necesita algo ausente para ser comprendido”.
El autor ha dado muestra en los últimos años de su interés por el presente interviniendo en debates tan esenciales como el de la educación, en el que se ha convertido en uno de los intelectuales ineludibles. También en otras cuestiones que tienen que ver con la identidad o la historia. Por méritos propios, Luri se ha convertido en un referente del pensamiento, no solo conservador (suyo es el interesantísimo La imaginación conservadora), porque no hay que compartir sus posiciones para leer con provecho sus libros, como le ocurre a quien esto escribe. Leer a Luri es confrontar gratamente las ideas que damos por asentadas.
El autor diagnostica y analiza un “cansancio antropológico” y afirma que estamos “más en el momento de la perplejidad que en el de la complejidad”
Frente a utopías y milenarismos, el autor reivindica un presente que “es manifestación de una tensión entre la naturaleza y las cosas humanas”. Diagnostica y analiza un “cansancio antropológico”, y afirma que estamos “más en el momento de la perplejidad que en el de la complejidad”. Una perplejidad que se debe en gran parte “a los intentos fallidos de sustituir el mundo de la vida por construcciones ideológicas de lo que debiera ser, para lo cual someten su realidad a notables reducciones en las que no cabe la complejidad de lo humano”. Esto es, lo “posible está fagocitando a lo real”.
De esta idea central extrae otro elemento clave del libro, el concepto de límite ante un ser humano que prefirió creer que no existía: “La humanidad estaría chocando con sus límites por haber ignorado su existencia”. El reciente ensayo Época de idiotas, de Armando Zerolo (Encuentro), ha tratado el asunto con brillantez y hondura. No prejuzguen por el ambiguo título, pues comparte con Luri no solo su interés por el límite, sino también su predilección por el aquí y el ahora.
En su defensa del presente, Luri recuerda la reivindicación que hacía Bergson de la experiencia y la subjetividad del tiempo vivido frente a un Einstein que hablaba de un universo objetivable que no nos necesita para nada. Y, también, a la urgencia que Javier Gomá veía en la necesidad de recuperar “el prestigio de los límites”.
En un momento en el que “la utopía se ha desplazado de lo social a lo tecnológico”, con sus certezas frías y decretos de veracidad incuestionables, el autor propone una reivindicación de la platónica doxa, de los hechos opinables, que es lo mismo que decir de la experiencia y de la subjetividad ante la realidad, y de la complejidad humana. Defiendo y hago mío el principio que guía la escritura de este libro sabio: “Tú debes proyectar sobre tu futuro la unidad posible de lo mejor que ya has sido fragmentariamente, de forma que se convierta en principio ordenador de tu vida”.