Algún importante medio suizo-alemán ha llegado a nombrar a la georgiana Nino Haratischwili (Tbilisi, 1983) la sucesora de Tolstói. Otros la han emparentado con Dostoievski. Quizá estos parecidos, más que estilísticos, tengan que ver con su innegable capacidad para narrar con solidez, precisión e intensidad a lo largo de centenares y centenares de páginas. Haratischwili, aunque georgiana de nacimiento, escribe en alemán y está considerada una de las voces más célebres de la nueva narrativa alemana. De hecho, se marchó de su país a los veinte años y ha pasado ya otros veinte en el país germano.
La luz perdida, que en su título original tiene el matiz de la falta o la carencia de esa luz (Das mangelnde Licht) nos habla precisamente de un duro pero hermoso “paraíso” que quedó atrás, los años ochenta-noventa del pasado siglo en la Georgia que empezaba a luchar por su independencia del poder soviético, mientras que las cuatro amigas protagonistas (Dina, Ira, Nene y la narradora, Keto) pasaban de la primera adolescencia a la juventud.
Haratischwili elige dos planos temporales en esta novela, uno es el mencionado, el otro es el presente, durante una importante muestra de fotografía en Bruselas, en el Palacio de Bellas Artes, donde se reencuentran tres de ellas, puesto que Dina, que llegó a ser una reputada fotógrafa, falleció hace tiempo. Desde ese lugar, y frente a las instantáneas de época que se exhiben en las paredes, en la que ellas mismas aparecen retratadas, se hace memoria de lo que fueron y de lo que han llegado a ser. Keto ha venido desde Alemania –donde es una experta restauradora de antigüedades–, su amiga Ira desde Chicago, donde ejerce como importante abogada en un prestigioso bufete.
La adolescencia fue un tiempo de carencias, pero también aventurero e intrépido, con anhelos de libertad desde que una noche en tiempos escolares escaparon para colarse por la verja oxidada del jardín botánico y saltar juntas al gran estanque desde una catarata. Una primera liberación, simbólica, tras las que vendrían otras muchas. La exposición fotográfica es un homenaje a Dina organizado por su hermana/albacea Anano.
El reencuentro de las amigas deja traslucir desde muy pronto distanciamiento y fracturas, especialmente por un hecho que ocurrió entre Ira y Nene y que cobra desde el inicio los tintes de una traición. Nino Haratischwilli narra con maestría la época, aún de dominio soviético, en los que aquellas cuatro niñas se relacionaban en el vivir comunitario de un barrio constituido por casas, patios y jardines interconectados, donde todos sabían de todos. “Allí viví también el desplome de un mundo”, dice Keto.
La obra habla de las incomprensiones entre los seres humanos, de las dificultades para encontrar la vocación propia y de la gran decepción de los sueños de juventud
La autora deslumbra con su buen ojo para la descripción sociológica de ambientes familiares y vecinales, con las tremendas historias y tragedias que los mayores atesoraban, también con hermosas caracterizaciones como la del musical y solitario viudo Sr. Givi o la siemprelibre y artística Lika, madre de Dina.
En el fondo la novela es la profunda revisión (catarsis) del pasado y la vida de la propia narradora, una obra que gana complejidad y densidad según trascurren sus 720 páginas, que nos habla del exilio, de los atropellos políticos, de la corrupción generalizada en la Georgia pre y post-democrática, de la violencia extrema, del gangsterismo con sus ajustes de cuentas, pero también, esencialmente, de las incomprensiones entre los seres humanos, de las dificultades para encontrar la vocación propia y de la gran decepción de todos los sueños de juventud (“un palacio entero de promesas”), pues finalmente “a la vida le daba igual con qué expectativas salíamos a su encuentro”.