A menudo el género de la novela puede iluminar algunos ángulos de la realidad mucho mejor que un ensayo. Es el caso de El mago del Kremlin, de Giuliano da Empoli, que edita en español Seix Barral. El libro, escrito antes de la invasión de Ucrania de 2022, ha arrasado en Francia, donde ha vendido medio millón de ejemplares, ha ganado el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa y el Balzac y ha sido finalista del Goncourt (tras un intenso desempate) y del Interallié. Además, está en proceso de ser publicado en 30 países y hace tres semanas obtuvo el Goncourt español, cuyo jurado definió la obra como “la gran novela de la Rusia contemporánea” que “desvela los entresijos de la era Putin” y ofrece “una sublime reflexión sobre el poder”.
El libro, que nos introduce en la mente de un asesor político de Putin, ha sido escrito a su vez por un asesor político. El italosuizo Giuliano da Empoli, formado en Roma y París, lo fue del ex primer ministro italiano Matteo Renzi, y da clases en el Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences Po), además de dirigir el laboratorio de ideas Volta, con sede en Milán.
Con una larga trayectoria escribiendo ensayos sociopolíticos y artículos en la prensa italiana, El mago del Kremlin es su primera novela. En ella inventa un personaje, Vadim Baranov, que está inspirado principalmente en Vladislav Surkov, uno de los asesores más cercanos a Putin en las últimas décadas, gran ideólogo del Kremlin desde que este llegó al poder en 1999 y que finalmente perdió su confianza y fue destituido en 2020. Se le considera responsable del estilo de liderazgo de Putin, basado en una concepción teatral de la política. Da Empoli le ha cambiado el nombre en su novela porque le ha inventado una vida privada y le ha atribuido algunos hechos realizados por otros consejeros.
“El consejero que aparece en mi libro es un personaje muy particular. Putin está rodeado normalmente de personajes procedentes de la antigua KGB o de empresarios de dudosa procedencia que se han enriquecido a su lado. En cambio, este consejero procede de la Academia de Arte Dramático de Moscú, tiene pósteres de raperos en su despacho, su manejo de la política es como una performance de arte contemporáneo”, ha explicado este lunes el autor de la novela en la Biblioteca Eugenio Trías del madrileño Parque del Retiro. “Mientras Putin es un hombre premoderno que no tiene redes sociales, un señor de la guerra capaz de mandar a miles de jóvenes a morir en el frente, Baranov es un personaje posmoderno que domina la comunicación y se dedica a orquestar un teatro de luces y sombras”.
“La novela parte de la idea básica de que las dinámicas de poder son las mismas en distintos contextos; lo que cambia son los límites que se les ponen. En Europa se les ponen más límites, pero en Rusia hay menos contrapoder”, explica el autor. También señala una paradoja: “Para tomar el poder hay que comprender las situaciones y a las personas, pero cuando se ejerce durante mucho tiempo, se pierde la capacidad de escucha, la lucidez para interpretar las situaciones. Estudios neurocientíficos demuestran que en las personas con poder se activan menos las partes del cerebro que regulan la empatía. Putin lleva dirigiendo el país 23 años. Eso le ha llevado al aislamiento, a una rutina diaria, y ha hecho que su más fiel consejero, el único del que puede fiarse, sea su perro”.
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El destino del buen consejero
Según Da Empoli, los malos consejeros quieren destronar al “príncipe” al que asesoran, pero los auténticos consejeros son de una naturaleza muy diferente al líder. “Mientras el líder carece de distancia de lo que hace porque está en el fragor de la batalla, el auténtico consejero mantiene la distancia, participa y a la vez observa, está dentro y fuera. Como decía Maquiavelo, deben conocer las cosas con perspectiva”. Al final, esa distancia suele ser la causa de su caída en desgracia. “Con la pérdida de lucidez y de empatía del poderoso, el consejero acaba entrando en conflicto con la persona a la que aconseja, así que los buenos consejeros a menudo acaban siendo eliminados”.
El autor del libro ha recordado que la anexión de Crimea de 2014 se hizo “con sordina” y “como una producción de cine”. De manera sutil, inventando hechos, negando otros. “Putin siempre negó que hubiera tropas rusas en Crimea, según él eran turistas. Cuando nos quisimos dar cuenta, ya estaba hecho”. Pero esa sutileza “son el sello Surkov” fue abandonada. Por eso, el personaje de Baranov, al igual que el Surkov de la vida real, tenía que estar fuera de juego antes de llegar a esta nueva fase de la política exterior rusa en la que la sutileza ha sido sustituida por la fuerza bruta.
Da Empoli opina que Putin ha cometido “un error garrafal de evaluación” en la invasión de Ucrania, ya que pensaba que sería cuestión de semanas y que “Zelenski solo era un cómico cobarde que saldría corriendo”. La realidad ha demostrado ser muy diferente, “pero eso no significa que Putin vaya a perder la guerra. Quizá no será capaz de instaurar un nuevo orden en Ucrania, pero sí el caos, y Putin se encuentra muy cómodo en él, al contrario que los europeos”.
Entre el caos y el orden
De hecho, Putin llegó al poder en “un momento de caos” tras la caída de la URSS, en el que la política y la economía rusas se asemejaban a “un Disneyland de adultos con un kalashnikov en la mano”, observa el autor. En ese contexto de “desilusión” y “sensación de pérdida de control” que experimentaba la ciudadanía rusa, Putin ganó popularidad como líder político, capaz de imponer “un orden vertical impuesto por la violencia”. A ello contribuyó “un milagro sangriento”: los atentados de otoño de 1999 perpetrados por muyahidines chechenos con bombas en edificios de apartamentos rusos, en los que murieron casi 300 personas. Entonces Putin “se erige como un jefe bélico capaz de restablecer el orden”. “Frente a la política tradicional de candidatos que esgrimen estadísticas y presentaciones de PowerPoint, Putin apela a elementos más primarios: la vida, la muerte, el destino, la patria y el orgullo”. Frente a esa sensación de pérdida de control, “la gente busca una seguridad que puede venir de cosas inventadas, como mitos y leyendas”. De hecho, un personaje de la novela dice: “Si a la gente no le interesa más la política, ¡le ofreceremos una mitología!”.
En ese mismo pasaje se explica esa sensación de pérdida de rumbo de la población rusa cuando cayó la URSS. “A comienzos de los años noventa, Gorbachov y Yeltsin habían hecho la revolución, pero al día siguiente la gran mayoría de los rusos se había despertado en un mundo irreconocible para ellos, en el que no sabían ni cómo vivir. Antes del hundimiento del sueño americano o del europeo, tuvo lugar el hundimiento del sueño soviético. Entre ustedes, nadie se dio cuenta porque les parecía algo imposible que un sueño estuviera hecho de cosas tan pobres y grises: una profesión de funcionario o profesor respetada, un pequeño Lada Zhiguli, una dacha con su huerto, vacaciones en Sochi o, de tarde en tarde, en Varna, remojando las piernas en el mar Negro y la perspectiva de una buena parrillada entre amigos. Y, sin embargo, ese modelo tenía su fuerza y su dignidad. Sus héroes eran el soldado y el maestro de escuela, el camionero y el infatigable obrero, a quienes estaban siempre dedicados los carteles en las calles y en las estaciones de metro. En pocos meses, todo eso se desbarató. Los nuevos héroes, los banqueros y las top models impusieron su dominio y los principios sobre los que estaba fundada la existencia de los trescientos millones de habitantes de la URSS se vinieron abajo. Los rusos habían crecido en una patria y se hallaban de pronto viviendo en un supermercado”.
"Los personajes de mi libro consideran que un imperio como el ruso requiere ser dirigido con mano de hierro", explica Da Empoli. "En la historia de Rusia es recurrente la existencia de un poder vertical y autoritario muy fuerte. Putin ha sabido reactivar eso. Si nos remontamos a Gorbachov, este era muy popular en Europa y Estados Unidos, pero no lo era para nada en Rusia, no solo por una interpretación histórica de lo que hizo. Gorbachov se mostraba con su mujer, Raisa, que era una especie de primera dama con una personalidad fuerte, algo inusual en Rusia. Aquí nos gustaba mucho eso, pero en Rusia no. Allí aprecian más el poder monocrático, un zar que no reciba influencias externas. Putin, en cambio, se divorció de su mujer y sus relaciones posteriores las ha mantenido en privado. Siempre ha proyectado una imagen de soledad. Todo esto se cuenta mejor con una novela que con un ensayo político”.