Stephen King suele decir que los monstruos son reales: “viven dentro de nosotros y a veces ganan”. También vencen, demasiado a menudo, esas personas aparentemente ejemplares, normales y buenos vecinos, que viven al acecho y ocultan su verdadera maldad. A esos entes aterradores que abusan de sus hijos o nietos sí que deberíamos temerlos. Bien lo sabe Kudryavka, la protagonista de esta primera novela de la periodista Xenia García (Sevilla, 1975), autora de dos libros de relatos anteriores, El trigo que cae y Cárceles de azúcar.
Kudryavka (“pequeña de pelo rizado”) se llama en realidad Pepa, y es una niña de doce años, en el cuerpo de una mujer de cuarenta, que se rebautizó con el nombre que tuvo la perra Laika antes de ser lanzada al espacio por los soviéticos y vagar durante meses muerta en el Sputnik 2. Porque Pepa se sabe desde siempre fea y rara, pobre y malquerida.
Por eso, cuando una monja del colegio le pide que pase la tarde en casa de Don Pedro, un anciano que le regala chicles tras abusar de ella, lo acepta como acepta el desamor de su madre, ser invisible para los demás o quedarse después de clase a limpiar los baños del colegio. Pero ahora el problema es otro: su exmarido, miembro de una familia del Opus Dei, acaba de morir y el Hijo le suplica que vaya al piso de su padre, el Hombre, a recoger sus cosas, sin intuir que, gracias a una misteriosa Niña descubrirá un terrible secreto.
Inquietante, abrumadora, deslumbrante en ocasiones, lo mejor de este relato psicológico, con algo de thriller, es su estilo afilado, demoledor (“Somos palabras. Somos mentiras” (p. 20); “Tú eres, sobre todo, tus huecos” (p.97); “El placer es una perla blanca, legal, inocente. Mentirosa”(p. 169), que talla a fuego a los personajes y traza con pericia una novela sobrecogedora sobre la pederastia que no hace prisioneros.