Los supuestos prejuicios existentes acerca de la literatura de género o la diferencia entre la alta y baja literatura fueron algunos de los temas que se discutieron ayer en el animado coloquio que mantuvieron en Los Martes de El Cultural tres de los escritores españoles mejor considerados por los lectores y la crítica: Rosa Montero, Juan José Millás y Lorenzo Silva.
La coordinadora de la sección literaria de la revista, Nuria Azancot, fue hilvanando la conversación con sus preguntas y los tres autores, muy habladores, intercambiaron impresiones, elogios, recuerdos y hasta se enzarzaron en alguna cariñosa discusión. Fue el caso de una encantadora, como siempre, Rosa Montero y un juguetón Juan José Millás que hizo estallar en carcajadas al público que llenaba la sala Ramón Gómez de la Serna del Círculo de Bellas Artes de Madrid en varias ocasiones con sus ocurrencias y confesiones, mientras él, como los buenos cómicos, mantenía el semblante serio en todo momento.
La teatral fricción entre ambos se produjo cuando Azancot preguntó si una novela podía servir al escritor para vengarse. Montero fue clara: "Si haces eso, te saldrá una novela espantosa de mala. Como decía el estupendo escritor Julio Ramón Ribeyro, la escritura de una novela madura exige la muerte del autor, borrar el yo, que el autor se convierta en un médium de la historia, no escribirla desde tu pequeño ombligo".
Millás discrepó: "Yo sí creo que la literatura puede tener una función de venganza, porque se escribe desde el conflicto. La primera condición para leer o escribir es estar mal, estar jodido. Si un chico de 15 años se queda un sábado por la tarde leyendo Crimen y castigo, como padre me preocuparía muchísimo. Yo muchas veces he escrito para cagarme en Dios".
Negó el autor de Solo humo, además, que se pueda escribir un buen libro siendo feliz. Montero, en cambio, argumentó que "hasta la persona más feliz del mundo, con el dolor que le produce pensar en la propia muerte o en la de sus seres queridos, tiene material para escribir 17 Quijotes". Para eso, apostilló Millás, no hace falta solo dolor, sino "dolor y talento". Montero le dio la razón, por supuesto, y ese punto de la discusión quedó zanjado.
Quedaban algunos flecos por cerrar, no obstante, sobre el tema de la escritura vengativa. Lorenzo Silva terció en el debate al darse cuenta de que Montero había interpretado la pregunta de la periodista en términos de venganza personal, mientras que Millás se había referido a una venganza más genérica contra la realidad. Siempre diplomático, el autor de Púa, thriller sobre la guerra sucia que publica hoy, resumió e hizo compatibles ambas posturas: "El bienestar humano nunca es permanente. No conoces a nadie que no haya pasado fases de hondo malestar. En sentido figurado, puede escribirse como forma de venganza contra la realidad. Rosa tiene razón en que la muerte, como decía Benjamin, es lo que al final confiere autoridad al narrador. O, como decía Kafka: en el combate entre tú y el mundo, ponte de parte del mundo. Hay cosas de las que no te puedes vengar y la venganza te acaba consumiendo. El arte es un alzamiento, pero es poco probable que te permita una venganza cumplida".
En lo que sí estuvieron de acuerdo Millás y Montero fue en que en España no hay prejuicios contra la literatura de género, especialmente la novela negra. Rosa Montero, que precisamente acaba de publicar el noir La desconocida, escrita a cuatro manos con el francés Olivier Truc, afirmó que en nuestro país este tipo de novelas siempre han sido muy valoradas, y puso como ejemplo la sorpresa que se llevó Patricia Highsmith cuando visitó por primera vez España "en olor de santidad", recibiendo críticas estupendas. Sobre ella, Montero dijo: "Es una de mis diosas literarias, y lo que hacía no es género negro, es Dostoievski. También podríamos decir que Crimen y castigo es género negro: tiene crimen, tiene investigación".
En este sentido, la escritora alegó que, cuando una novela es buena, transciende la etiqueta de género que se le impone. "No creo en los géneros a estas alturas del siglo XXI. Somos hijos y nietos de quienes rompieron las paredes de esas convenciones. Así que no vamos a meternos nosotros ahora en una jaulita. Es más, las novelas muy de nicho, sean negras o de ciencia ficción, no me interesan como lectora ni como escritora".
De la novela experimental a la novela negra
Millás estuvo de acuerdo en la buena acogida del género negro en nuestro país. "Lo que pasa es que en España somos muy de dar golpes de péndulo". Para ilustrar esta tesis, recordó que cuando empezó a escribir, estaba de moda la novela experimental. "Prácticamente no se podía escribir ni leer otra cosa que no fuera eso, hasta el punto de que los críticos tenían dos adjetivos para descalificar una novela: lineal o costumbrista. Si decían lineal, malo; si decían costumbrista, malo; si decían lineal y costumbrista, te podías retirar", un comentario con el que la sala estalló en risotadas.
En aquel contexto, Millás escribió su primera novela. "Cuando acabé, vi con espanto que se entendía. Tenía argumento, algo que estaba absolutamente prohibido". ¿Cómo lo solucionó? Inventándole un título "que no significaba nada, para ver si pasaba por experimental": Cerbero son las sombras. Conseguido: la novela se publicó y hasta fue galardonada con el Premio Sésamo. Corría el año 1975.
Ya en la siguiente década, hacia las cuatro de la tarde de un caluroso día de julio —"debía de ser yo uno de los pocos españoles que no estaba durmiendo la siesta en ese momento"—, Millás asegura haber sido testigo de "la muerte del experimentalismo". En una entrevista televisada, "el jefe de los escritores experimentales" —no quiso decir su nombre— aseguraba que su nueva novela era "lineal y costumbrista". El experimentalismo había muerto. "Al día siguiente bajé a la calle y, efectivamente, los escaparates de las librerías estaban llenos de novelas policiacas", recuerda, quizá exagerando, Millás. "Desde entonces, la novela negra no solo se puso de moda, sino que se volvió obligatoria, y hasta hoy no ha habido ningún recelo hacia ese tipo de novela". Además, el escritor consideró, en la línea de Montero, que "cuando una novela es buena, no es de género. Sería absurdo decir que el Quijote es una novela de aventuras".
Y si en estas cuestiones Montero y Millás coincidieron, en cambio Silva discrepó basándose en su propia experiencia: "Hace 28 años yo terminé una novela policiaca que llevé a doce editoriales, y fue rechazado por todas". Solo una de ellas se molestó en darle una explicación: "La novela policiaca no funciona en España; con personajes españoles, aún menos; y si encima son guardias civiles, no funcionará jamás", le dijeron. Entonces solo triunfaba en ese género Vázquez Montalbán, le explicaron, porque era un hombre orquesta, polifacético, que había creado un personaje arquetípico y porque lo llevaba haciendo mucho tiempo. "El resto no se vende", zanjaron.
Tres años después, aquella novela vio finalmente la luz. Era El lejano país de los estanques (1998), la primera de la serie de los investigadores Bevilacqua y Chamorro, de la que lleva trece títulos publicados. Silva había quedado finalista del Nadal un año antes con La flaqueza del bolchevique. Aun así, la editora que apostó por ella tuvo que enfrentarse al resto del comité editorial para arriesgarse a publicar El lejano país de los estanques. En cambio, "cuando llegó la trilogía de Stieg Larsson, todo el mundo enloqueció y todavía estamos en la burbuja de la novela negra".
A pesar de ello, Lorenzo Silva considera que aún hay cierto "recelo y minusvaloración" hacia el género en algunos círculos académicos. Como ejemplo, una chica que está realizando una tesis sobre la serie de Bevilacqua y Chamorro, y a la que ha costado encontrar director de tesis. También pone ejemplos de lo contrario: "mis libros y los de otros autores han merecido la atención e incluso el elogio de Ricardo Senabre, Santos Sanz Villanueva [ambos críticos de El Cultural] y Fernando Gómez Redondo, tres de los catedráticos de literatura más prestigiosos de España".
Rosa Montero estima que hoy el 20 % de los libros publicados en España son novelas negras, mientras que en Suecia —país de origen de Larsson y absolutamente entregado a este género— Silva calcula que el porcentaje alcanzará el 80 %, algo que no considera "sano". "Un escritor sueco me dijo que había tenido que dejar de escribir otro tipo de novelas y se había visto obligado a escribir novela negra para poder vivir del oficio", afirmó.
Alta y baja literatura
"¿Existen la alta y la baja literatura? En ese caso, ¿cómo las distinguís?", preguntó Nuria Azancot a los tres autores. "Este país está, afortunadamente, libre de ese dogmatismo, algo que sí existe en Alemania", opinó Rosa Montero, que solo distingue entre "la literatura que se hace con honestidad" y "la que se hace para intentar quedar bien ante los críticos". "Yo detesto este tipo de libros y los tiro directamente a la basura, ni siquiera los reciclo". Se refiere a los de "gente poderosa en el mundo de la narrativa que pone toda su capacidad al servicio de una mentira".
Por su parte, Millás considera que "hay literatura buena y mala, y también una literatura fronteriza" en la que pone como ejemplo a Stephen King, que "no es un gran escritor pero tiene momentos en los que es Shakespeare". El autor de La vida a ratos considera que la novela es "un material muy volátil": una buena puede volverse mala con el tiempo, y viceversa. Y también hay "libros sin intención literaria que pasan a la historia de la literatura, como la Biblia, los libros de Freud o los de Darwin".
Silva, por su parte, consideró que, si la alta literatura es "la que excluye a buena parte de los lectores" o la que trata "asuntos más trascendentes" o tiene "un tono más solemne", en ese caso ¿dónde quedarían "Cervantes, Dumas o Julio Verne"? "A mí me cuesta creer que el Quijote, Los tres mosqueteros o La isla misteriosa sean baja literatura".
Lectura, escritura y vida
Mientras reflexionaba sobre "la hipermasificación de la autoficción", que "denota una falta de pulso imaginativo", Rosa Montero afirmó que "leer es más íntimo que hacer el amor", porque te introduce "en la cabeza de otra persona para descubrir sus pensamientos y sentimientos más profundos. Es un viaje a dos".
"¿Habéis vivido con más intensidad en los libros o en la vida real?", preguntó Azancot bien avanzada la charla. Rosa Montero comparó el periodo de escritura de un libro como una historia de amor apasionada. "Tienes esa sensación de enajenación, de ser inmortal. Estás tan fuera de ti y tan dentro del otro, que estás fuera de tu muerte, que te espera enroscada en la barriga. Mientras escribes eres eterno. Son momentos oceánicos, de intensidad absoluta".
"En la vida real he pasado poco tiempo", reconoció Millás. "Ni me ha interesado mucho la vida real ni yo le he interesado mucho a ella. Trabajé muchos años en una oficina en Iberia, pero estaba totalmente ido y tomaba optalidones" [un medicamento contra el dolor de cabeza que fue prohibido hace años porque contenía un barbitúrico y generaba adicción]. El escritor reconoce haber pasado más tiempo no solo en los libros, sino en sus "ensoñaciones". "Paso mucho tiempo fantaseando, pero a la vez puedo atender la vida real". En este sentido, citó al neurocientífico Mariano Sigman, que afirma que el ser humano pasa de la realidad a la imaginación con la misma naturalidad con que un anfibio pasa de respirar aire a respirar agua.
Silva, por su parte, dice haber vivido con la misma intensidad en la vida real y en la literatura, pero añadió un tercer espacio híbrido: el de las cosas que ocurren en la vida real gracias a la literatura. "La literatura no solo transforma tu vida en el momento de la escritura, por el estado de conciencia o las sensaciones que te produce. Cuando trabajas para crear una ficción, buscas experiencias que acabas teniendo. Cuando me he visto en una persecución en una planeadora a toda velocidad en el Estrecho, o en un convoy en Afganistán, me he preguntado a veces '¿qué hago aquí, jugándome la vida?'. Pero se trata de eso: cazar las historias para tratar de recrearlas".