Cuentan las crónicas que William Ospina pasó su infancia huyendo de la violencia y recorriendo el sur de Colombia con su familia. Allí, dicen, descubrió la belleza de su país y se contagió de la pasión por viajar y por verlo todo con ojos de asombro, siempre nuevos. Quizá por eso, ha convertido al viajero por excelencia, el polímata, científico, astrónomo y botánico Alexander von Humboldt, en el protagonista de su última novela, Pondré mi corazón en la piedra hasta que hable (Random House). Su pasión por el personaje es tal que explica a El Cultural que el título del libro viene de un poema que escribió hace treinta años.



“Sí –insiste el autor de novelas como El país de la canela (2008) o Guayacanal (2019)–, muchas de mis obras anteriores tienen también ese propósito de mirar y celebrar la belleza y la riqueza de este mundo equinoccial desde épocas distintas. Este libro sobre Humboldt intenta explorar nuestra participación en la génesis del Romanticismo, y el modo como dialogó el mundo americano con las ideas de la Ilustración”.

Leyendas rosas y negras

Pregunta. Aunque afirma que la colonización española fue menos cruel con los pueblos nativos que la inglesa, la holandesa o la francesa , ¿es su novela un ajuste de cuentas con el imperio que explotó Latinoamérica “sin intentar conocerlo ni amarlo”?

Respuesta. Nuestra relación con España siempre será apasionante y compleja. Ni leyendas negras ni leyendas rosas, ya sabemos que la llegada de los europeos a América es el hecho capital de la historia humana en los últimos siglos, solo comparable al descubrimiento de otro planeta. Nuestra exploración de lo que sucedió en realidad apenas comienza. Un ajuste de cuentas resulta innecesario o imposible, apenas podemos valorar, asombrarnos, mirar facetas de ese encuentro tan complejo y tan revelador no solo de lo que somos como europeos y como americanos sino como seres humanos. Para mí fue importante descubrir que al lado de los saqueadores y de los genocidas llegaron a América los cronistas, los descubridores verdaderos de un mundo: poetas como Juan de Castellanos, que nombraron el continente desconocido con una lengua que no tenía palabras para nombrarlo, y que tuvieron la audacia de iniciar el mestizaje de la lengua; y hombres como Humboldt, que vieron la riqueza pero también la belleza y el milagro del mundo americano.

Nuestra relación con España siempre será apasionante y compleja. Su llegada a américa es el hecho capital de la historia

P. ¿Por qué eligió a Humboldt como protagonista de esta novela, y no a José Celestino Mutis, por ejemplo?



R. Tal vez porque solo a través de Humboldt es posible valorar plenamente a Mutis. Pero también porque uno no obra por decisiones racionales sino por intuiciones más secretas. Posiblemente el autor no escoge el tema sino que es escogido por él.



P. ¿En qué sentido el sabio alemán fue “un ejemplo de lo que va a tener que hacer la humanidad para reencontrarse con el mundo”?



R. Nada anuncia más la agonía de esta civilización que su capacidad de volver sedentarios a los jóvenes y a los niños. Nuestra época está ahondando terriblemente el divorcio entre la humanidad y la naturaleza. Ahora somos apenas terminales de la gran industria, de sus mercancías y sus espectáculos, y mientras miramos unas pequeñas pantallas, algo se está apoderando del mundo que antes era de todos, para destruirlo. Tendremos que volver al mundo como lo hizo Humboldt, desconectados, viajando a pie, volviendo a tocar cada cosa, recuperando la carnalidad, valorando otra vez la lentitud, la minuciosidad, el asombro, la oscuridad, el silencio. Humboldt es un gran precursor.

La odisea de humboldt

P. Afirma que el científico que regresó a Europa cinco años después de iniciar su colosal aventura “no era el mismo que había emprendido el viaje”. ¿En qué, cómo cambió?



R. Es una antigua verdad que los viajes cambian a los hombres. Pero un viaje como el de Humboldt es casi el viaje arquetípico: una odisea por regiones desconocidas, con todas las dificultades imaginables, sin ninguno de los recursos de nuestra época, en un mundo donde hasta los mapas eran conjeturales. Mi libro trata de mostrar de qué modo explorar un mundo como ese es también explorarse, conocerse a sí mismo, permitir que el espacio así estudiado y apasionadamente recorrido nos desafíe y nos transforme. Humboldt no era un turista, era lo contrario: un viajero, alguien capaz de aceptar las contrariedades, los imprevistos, los dones del azar.



P. ¿Cuándo descubrió usted que a los sabios que estudiaban mucho el mundo, “les había faltado sentirlo, que las aventuras del conocimiento tenían que ser también aventuras de la carne y de la imaginación”?



R. Humboldt lo dijo expresamente: esa fue una de las premisas de su viaje, pero también es la lección que mejor aprendió. Creo que toda la pedagogía de nuestra época tiene que ser cuestionada y confrontada, y Humboldt nos propone con su ejemplo otra manera de aprender, sin esa idea medieval de que el conocimiento está guardado en unas aulas y en unos maestros. Yo me temo que toda la educación contemporánea es un fracaso, y la prueba está en la relación que tenemos con el mundo, el desastre de nuestra manera de vivir, los peligros que se ciernen sobre la civilización. Evidentemente es mucho lo que tenemos que cambiar.

Deberíamos recuperar la carnalidad, valorando la lentitud, el asombro, la oscuridad, el silencio. Humboldt es un precursor

P. Retrata a Humboldt como precursor del ecologismo, incluso escribe que fue “el último hombre que vio al planeta intacto, y tal vez el primero en advertir no solo lo que estábamos haciendo con él, sino lo que podríamos hacer: las montañas que íbamos a borrar, los mares que íbamos a secar”. ¿Por qué seguimos ignorándolo hoy y con qué consecuencias?



R. La humanidad siempre tarda en escuchar los mensajes. Como decía Juan Rulfo, para ver la realidad se necesita mucha imaginación. Por eso es bello que haya precursores, que cuando por fin estamos en condiciones de ver lo que realmente pasa, nos alcancen también los pensamientos y las enseñanzas de quienes lo vieron primero. Cuando el común de la humanidad advierte los males, descubre que ya alguien ha formulado propuestas para resolverlos. Es asombroso que hace dos siglos alguien haya empezado a presentir hacia dónde nos llevaban nuestros talentos, nuestros méritos, nuestras destrezas.

El alma de la época

P. Recuerda en el libro la profunda influencia de los viajes de Humboldt en el imaginario del siglo XIX y en autores como Julio Verne o Arthur Rimbaud. ¿Despertó quizá la sed de aventuras de científicos, narradores y poetas?



R. La literatura lee profundamente el alma de cada época: no habría surgido Humboldt si todo un mundo no estuviera necesitando salir de sí mismo, enfrentar lo distinto, encontrar nuevas perspectivas sobre la naturaleza, nuevas ideas sobre la cultura, otras nociones de lo bello y de lo sublime. Así el viaje clarividente de un hombre termina siendo el reflejo de una época, la expresión de algo que toda una edad estaba buscando. Del viaje de Humboldt se nutrieron los viajeros, los exploradores, los científicos, los artistas, los poetas. Él a su vez se nutrió de muchas aventuras previas, y también las expediciones estéticas y románticas que él engendró diseñaron la sensibilidad de nuestro tiempo.



P. Explica en la novela cómo, en tiempos de Humboldt, “la juventud americana está en un estado de efervescencia espiritual que no se conoce en España”. ¿Está pasando otra vez, al menos en lo que a las letras se refiere?



R. España ha tenido sus momentos de extraordinaria creatividad que han fecundado al mundo entero. El Quijote abrió una época del espíritu humano. Harold Bloom nos dijo que Shakespeare nos enseñó a hablar con nosotros mismos, pero que Cervantes nos enseñó a hablar con los demás. España fundó la edad moderna en más de un sentido. Es justo que otros pueblos encuentren nuevas claves del mundo, y América Latina también está aprendiendo a ser digna de esos ejemplos y a encontrar caminos nuevos para la cultura.

Para huir de la violencia la historia es muy mal refugio. Y no importa so-bre qué escribamos, siempre hablamos del presente

P. ¿Por qué la relación entre las dos orillas del castellano no es tan fluida como debiera?



R. Oscar Wilde decía festivamente, hablando de la relación entre Estados Unidos e Inglaterra, que “Nos separa una lengua común”. Y un amigo mío decía que la lengua materna es aquella “en que uno aprendió a callar”. Estamos hechos de desencuentros evidentes y de afinidades secretas. Yo mismo vivo siempre en debate con España, y sin embargo no habría escrito ninguno de mis ensayos sin el magisterio de un español casi olvidado: Álvaro Fernández Suárez. En 1977 leí en la revista Humboldt su ensayo ‘La terrible mirada del hombre’, y eso marcó profundamente mi vida como escritor.



P. ¿A qué jóvenes narradores españoles lee?



R. Leo sobre todo a quienes siendo más jóvenes son casi mis contemporáneos, como Javier Cercas, Rosa Montero, Antonio Muñoz Molina.



P. ¿Y a qué poetas?



R. A Juan Vicente Piqueras, a Carlos Pardo, pero por supuesto a Antonio Colinas y a Antonio Gamoneda, por hablar solo de León. Me parecen todavía poetas jóvenes.



P. En la novela se hace evidente que quien escribe es un poeta...



R. Yo creo a Novalis cuando dice que una novela debe estar hecha solo de poesía. Pero es que la discordia entre la prosa y la poesía es imaginaria.

William Ospina / Foto: Schavelzon-Graham Literary Agency.

Errores de estrategia

P. ¿Qué opina de la falta de reacción mundial ante dictaduras como la nicaragüense o la venezolana?



R. Creo que se utilizan métodos equivocados para librarse de ellos: el bloqueo norteamericano atornilló a los Castro en Cuba y a Maduro en Venezuela. Si se hubieran normalizado las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, como quería Obama, Cuba no tendría otro horizonte que la economía de mercado y el régimen actual tendría los días contados. Creo que la revolución bolivariana en Venezuela fue democrática hasta cuando Maduro encarceló a la oposición. Ojalá se abran camino unas elecciones libres, y que, si los chavistas pierden, acepten ir a la oposición.



P. ¿Qué pensaría Humboldt de Nueva Granada si hoy repitiera su viaje?



R. Creo que todavía se sentiría deslumbrado por la belleza natural, a pesar de los saqueos de la historia, pero que lo seguiría horrorizando la violencia, como en los tiempos de la esclavitud, y nos reprocharía seguir hundidos en la dependencia ante las grandes metrópolis del mundo.