La guerra sucia es una cruzada secreta de carácter militar que un Estado ejerce contra otro o contra grupos internos considerados disidentes. Tiene como finalidad derrotar, con sus mismas armas, a enemigos, opositores o grupos discrepantes que a su vez ejercen la violencia contra el propio Estado o contra miembros de la comunidad.



Partiendo de la base de que ninguna guerra tendría que estar legitimada y de que los hombres deberían solventar sus diferencias utilizando la razón y la palabra, la llamada “guerra sucia” es, si cabe, más aterradora que la convencional porque no está sujeta a reglas ni a límites; porque no hay moral que la atenúe, ni conciencia que funcione como obstáculo, ni acto que permanezca al margen de su línea de acción.



Sobre el tema, Lorenzo Silva (Madrid, 1966) acaba de publicar Púa, un thriller muy entretenido cuyo interés no decae a medida que avanzan las páginas. Advierte el autor en la nota que antecede al texto que se trata de una historia de ficción, aunque también afirma que los lances que se cuentan allí han ocurrido en el pasado, ocurren en la actualidad y seguramente seguirán ocurriendo. Es posible que lo haga para que el lector no identifique los hechos que se narran con ciertos acontecimientos que tuvieron lugar en nuestro país durante los años ochenta.

Púa

Lorenzo Silva

Destino, 2023. 462 páginas. 21,90 €

Púa, antiguo miembro de la Compañía –una organización creada desde el poder para combatir a los enemigos del Estado–, es interpelado por un antiguo camarada que está a punto de morir en el hospital. Por la confianza que les unió en los viejos tiempos, y porque él ya no puede hacerlo, le pide que salve a su hija de una vida inmunda y depravada sobre la que aporta algunos detalles incontrovertibles. Sabe que su amigo lo hará en virtud de un pacto de lealtad mutua que, sin estar escrito, siempre guio la relación entre ellos.



La llamada de Mazo, imperativa e inapelable, devuelve a Púa a unos años opacos, ya casi olvidados, en los que ambos se jugaron la vida. Trabajaron entonces con la cobertura que les proporcionaba un brazo no legal de la administración, convencidos de que tenían que luchar para paliar el daño que la crueldad terrorista llevaba décadas ejerciendo contra ciudadanos inocentes.



Púa lo sabe bien, porque su hermano, apenas un niño, fue víctima colateral de un coche bomba activado a distancia. De ahí su odio. A partir del requerimiento de Mazo, el protagonista se verá envuelto en una espiral de violencia en la que, como ya ocurriera en el pasado, nada es lo que parece.



Silva indaga en el mundo de los contrapoderes ilegítimos que se ejercen en la sombra, de quienes los dirigen, y actúan en un plano más oscuro, y de quienes, sin piedad, acometen las acciones concretas (atentados, extorsión, infiltraciones, torturas…), transformados todos en hombres de acción que, tratando de mantener incólume la conciencia, han renunciado a un juicio moral.

Lorenzo silva construye una historia trepidante y turbadora, pero no exenta de amargura

Contada en primera persona, y utilizando un estilo expeditivo que se adereza con unos diálogos ágiles propios del género, el autor construye una historia trepidante. Para ello, el autor madrileño utiliza la técnica del montaje paralelo, entreverando capítulos que reconstruyen el pasado de los personajes en la Compañía con los que relatan el conflicto actual de los protagonistas.



Se trata de una historia verdaderamente turbadora, contada por un narrador que recuerda los hechos desde una atalaya temporal. Lo hace con una introspección –no exenta de amargura– que cobra sentido al final, cuando descubrimos a quién dirige su confesión y el motivo de que la haya escrito. En la novela no se citan lugares, entidades o grupos concretos. Así se pretende universalizar la historia, aunque creo que la fórmula resta nervio y algo de credibilidad a la narración.