Inteligente, mordaz, cínica, brillante. Nora Ephron (1941-2012), escritora, periodista, guionista y cineasta, fue muchas cosas. Hay quien la cataloga como una de las escritoras más discretas del Nuevo Periodismo norteamericano, adjetivo que se comprende si se compara su popularidad con la de contemporáneos como Gay Talese, Norman Mailer o Tom Wolfe, pero que no le hace justicia si se tiene en cuenta que Ephron era de todo menos discreta.



Escribió sobre el tamaño de su pecho, sobre su polémico divorcio, sobre su menopausia, en definitiva, escribió sobre su vida. Aún así, en su momento Ephron dijo que no se consideraba parte del Nuevo Periodismo, significase eso lo que significase. “Solo me siento en la máquina de escribir y arraso con las viejas formas”.

No obstante, la manera que tenía la norteamericana de ver y escribir el mundo, sí que se enmarca dentro de esta corriente periodística, en la que también se encontraba Joan Didion. Ambas mujeres fueron amigas y compañeras de profesión, pero tomaron rumbos muy diferentes. Mientras Nora decidió usar la comedia como forma de canalizar el dolor, Joan hizo lo propio con el drama, género históricamente más respetado.

No me gusta mi cuello

Nora Ephron. Traducción de Catalina Martínez Muñoz.



Libros del Asteroide, 2023. 168 páginas. 18,95€.

No me gusta mi cuello, publicado en 2006, y reeditado ahora por Libros del Asteroide, recopila algunos de los ensayos en los que Ephron disecciona, en clave humorística, aquello que Andrea Abreu (Panza de Burro, 2020) se refiere como el malvado diálogo interno; esa hipervigilancia que las mujeres tienen sobre sus cuerpos. Sobre el título, la propia autora confesó que sus editores pensaron que no era lo suficientemente alegre y que la gente no lo compraría. “Pero la verdad es que la gente vio el título y dijo, sí, me siento mal por mi cuello”. 

Y es que Ephron también fue una gran retratista de su tiempo; supo capturar la esencia de la vida moderna neoyorquina, cada vez más líquida, más superficial y más vanidosa, y decidió reírse de sus problemas antes que ninguna otra persona pudiera hacerlo. Se dio cuenta de que la mejor forma (y quizá la única) de adueñarse de sus miedos era compartiéndolos con el mundo.



En un momento en el que parecía que los problemas en torno al cuerpo debían ocultarse, Ephron, sin tapujos, escribió sobre las operaciones estéticas a las que se había sometido y sobre su pánico a envejecer. Por ello, a pesar de que muchos de sus problemas pueden parecer propios de la clase alta del Upper East Side, transmiten mundanidad y conectan con el lector, gracias a una prosa sencilla, que no simple, de alguien que ha decidido no tomarse muy en serio.



En el libro, además de recetas de cocina y sus hazañas por la Casa Blanca, también hay lugar para sus míticas listas. En Cosas que me hubiera gustado haber sabido, Ephron aconseja: “Nunca te cases con un hombre del que no te gustaría divorciarte” y también se sincera: “Los últimos cuatro años de psicoanálisis son dinero despilfarrado”. 

En los últimos años, la autora se ha convertido en una cara conocida en las librerías españolas. Ha pasado de ser la gran olvidada del Nuevo Periodismo, a que la mayor parte de sus libros sean reeditados y traducidos: Ensalada loca (1975) y Se acabó el pastel (1983) por Anagrama, y recientemente No me acuerdo de nada, también por Libros del Asteroide. Su llegada ha coincidido con la consagración de la última Premio Nobel de Literatura, Annie Ernaux o la de Vivian Gornick y sus Apegos Feroces. Si algo tienen todas ellas en común, es que sus vivencias son su principal material de trabajo.

“Everything is copy” fue el mantra de Nora Ephron para justificar que cualquier cosa y todo lo que te sucede es digno de ser escrito. De esta manera, la autoficción se convierte en la munición perfecta para posicionarse en el mundo y también, como reflexionaba Marta Sanz en El Cultural, para la denuncia política. “No logro entender que alguien pueda escribir ficción cuando lo que ocurre en la vida real es tan asombroso”, confiesa Ephron en uno de los ensayos de No me gusta mi cuello.

En los años 80, Nora dejó el periodismo para dedicarse al cine. En sus guiones, su voz autobiográfica comenzó a diluirse, pero encontró la manera de reflejarla en los personajes que escribía. Meg Ryan y Meryl Streep se convirtieron en su alter ego en películas como Silkwood (1983), Cuando Harry encontró a Sally (1989), Algo para recordar (1993), Tienes un email (1998), y Julie y Julia (2009); interpretando diálogos que parecen sacados de ensayos de la autora.



En vida, Ephron fue catalogada como la reina de la comedia romántica, pero sus filmes fueron infravalorados por la crítica del momento. Tras su fallecimiento en 2012 y, como suele ocurrir, al revisitar su obra empezó a valorarse la forma con la que la autora se adentró en el complejo mundo de las relaciones amorosas con una facilidad y frescura admirables. De esta forma, el otoño y Nueva York pasaron a tener la custodia compartida entre Nora Ephron y Woody Allen. Sólo queda que ahora, con la reedición de sus libros, comience también a reconocerse su valiosa habilidad para convertir lo común en algo extraordinario.