Azorín, el símbolo de la Generación del 98
Íntimo amigo de Pío Baroja y de Ramiro de Maeztu, José Martínez Ruiz fue el primero en hablar de este grupo de intelectuales con características propias
Si nos atenemos a lo que contó Pío Baroja en varias ocasiones, el inicio de su amistad con José Martínez Ruiz (por entonces, aún no era conocido con el seudónimo de Azorín) dataría de 1900. Fue en esa fecha cuando se publicó el primer libro barojiano –el volumen de cuentos Vidas sombrías– y cuando los futuros amigos tuvieron un primer contacto, directo y personal.
Aunque sus personalidades eran más bien opuestas, Baroja y Azorín congeniaron desde el primer momento, iniciando una sólida relación de respeto y amistad que se prolongó durante más de medio siglo. Un lazo entre dos jóvenes escritores, procedentes de la periferia, que coincidieron en el ambiente literario del Madrid del cambio de siglo y buscaron apoyo mutuo.
Poco después, otro escritor en ciernes, Ramiro de Maeztu, entró en contacto con ellos y fundaron un grupo informal, al que llamaron el de “Los Tres”, tomado del título de una novela, publicada ese año por Maksim Gorki. Durante los dos años siguientes, Azorín, Baroja y Maeztu emprendieron distintas acciones en común, de inequívoca voluntad iconoclasta y regeneracionista.
[La página que no escribió Azorín]
Quizá la primera de ellas fue la de participar en la algarada que suscitó el estreno de la obra de teatro Electra, de Galdós, el 30 de enero de 1901. Un mes después, el 13 de febrero, aprovecharon que ese día se conmemoraba la muerte de Larra (ídolo de la juventud bohemia y romántica), para, acompañados de otros aspirantes al Parnaso, organizar una visita nocturna a su tumba.
Con el tiempo, varios de ellos coincidieron, como ya habían hecho en Revista Nueva, en otras dos publicaciones de ideología modernista y europeizante, muy vinculadas a la prehistoria noventayochista: Arte Joven y Juventud. Son los años en los que esta juventud rebelde fue adquiriendo una identidad propia: compartiendo iniciativas de tipo político o intelectual, alternando en las tertulias de los cafés, publicando en las mismas editoriales, etc.
Lo que había empezado como una amistad entre Baroja y Azorín (fundadores del grupo), a la que se había sumado Maeztu, se convirtió en un agregado generacional con características propias, distintas a las de la generación anterior, con la que acabaron chocando.
Durante los primeros diez años de vida de la Generación del 98, nadie la conoció con ese nombre
Había nacido la Generación del 98, pero, durante sus primeros diez años de vida, nadie la conoció con ese nombre. El bautismo llegó en febrero de 1913, cuando Azorín publicó una serie de cuatro artículos, en el periódico ABC, en los que advertía de la aparición, en el panorama cultural de la España de finales del XIX y principios del XX, de un grupo de “gente nueva” y de su protesta contra aquellos escritores e intelectuales españoles a los que, “con excesiva rudeza”, llamaban “los viejos”.
Según él, la literatura española del período que transcurre entre 1870 y 1898 había estado dominada por tres grandes nombres: Ramón de Campoamor, José de Echegaray (Premio Nobel en 1904) y Pérez Galdós.
Frente a estos autores y a los valores hegemónicos que su obra representaba, Martínez Ruiz situaba a un conjunto de escritores y artistas –la después llamada Generación del 98– que, a su juicio, encarnaba un “renacimiento” cuya característica principal, identificaba claramente: “la fecundación del pensamiento nacional por el pensamiento extranjero”. Al proponer una lista de nombres, citaba a gente como Valle-Inclán, Unamuno, Benavente, Baroja, Maeztu o Rubén Darío.
Con ello, quedaba fijado el canon –al que después se incorporó algún nombre, como el de Antonio Machado– de la generación más discutida, pero también más influyente, de la cultura española del siglo XX. Azorín no solo formó parte de ella, sino que terminó convertido en su mayor símbolo. El día después de su muerte, el 3 de marzo de 1967, La Vanguardia publicó un emotivo editorial, titulado “El último…”, donde concluía que, con Azorín, no había desaparecido un escritor: había muerto una época.
Francisco Fuster es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Valencia. Autor de Baroja en París, trabaja en una biografía de Azorín.