La infancia es un territorio mágico, donde conviven lo posible y lo imposible, lo cotidiano y lo extraordinario, lo insípido y lo fantástico. Los adultos siempre sienten nostalgia de esa época y algunos se aferran a ella, conservando ciertos hábitos, como releer los viejos tebeos de su niñez. Yo soy uno de ellos y no me cuesta trabajo admitir que no escatimo esfuerzos para revivir el tiempo perdido. Siempre que releo una aventura de Mortadelo y Filemón, Pepe Gotera y Otilio, Rompetechos, 13 Rue del Percebe o el botones Sacarino siento que vuelvo al piso del barrio de Argüelles donde transcurrió mi niñez. Las peripecias de esos personajes resucitan mis tardes con un tazón de Nesquik, una radio encendida con canciones de los Beatles y mi madre suplicándome que estudiara en vez de leer tebeos. Un ruego paradójico, pues todas las semanas me compraba cinco o seis.
Cuando hace unas horas me ha llegado la noticia de que Francisco Ibáñez había muerto con 87 años he sentido que mi infancia se desdibujaba, pues uno de mis mayores proveedores de ilusiones ya no se encontraba en este mundo. He experimentado pena y rabia, pues Ibáñez se ha marchado sin recibir el Princesa de Asturias, un reconocimiento que sin duda se merecía y que tal vez se le ha escatimado por ser un inconformista. Nunca fue un rebelde desafiante y ruidoso, pero sus historietas mostraron con nitidez las miserias del franquismo y de los años posteriores. Sus personajes son trabajadores como Otilio y el botones Sacarino, maltratados por jefes ineptos e intransigentes. Sus aventuras no insinúan la posibilidad de un cambio social, pero sí sacan a la luz la triste cotidianidad de los más humildes.
Nunca fue un rebelde desafiante y ruidoso, pero sus historietas mostraron con nitidez las miserias del franquismo y de los años posteriores
Francisco Ibáñez nació en Barcelona cuatro meses antes de que estallara la guerra civil en el seno de una familia de clase media. Con catorce años empezó a trabajar de botones en el Banco Español de Crédito. Dos años después, ya publicaba historietas en distintas revistas. Autor de series y portadas, dejó su trabajo en el banco cuando fue fichado por Bruguera.
El 20 de enero de 1958 apareció la primera entrega de Mortadelo y Filemón, con un aspecto muy distinto del que adquirirían después. Mortadelo exhibía una especie de chistera y un paraguas. Filemón vestía una americana de tweed, un sombrero de ala corta y una pipa. La pareja parodiaba a Sherlock Holmes y Watson, pues siempre resolvían los misterios a los que se enfrentaban por azar o un inmerecido golpe de suerte.
En 1969, Mortadelo y Filemón habían madurado. No se habían vuelto más avispados, pero estaban más definidos, lo cual facilitó que protagonizaran su primera aventura extensa, El sulfato atómico. Ibáñez se inspiró en la escuela de cómic franco-belga para realizar un trabajo con un dibujo y un argumento exquisitos, pero le llevó mucho tiempo y solo volvió a actuar con el mismo rigor en el siguiente álbum, Valor y… ¡al toro! Es inevitable lamentar esa decisión, pues malogró la posibilidad de que Mortadelo y Filemón se hubieran puesto a la altura de Tintín, Astérix, Lucky Luke, Blake y Mortimer o Los Pitufos.
'El sulfato atómico' es una obra maestra. Tirania evoca los países del Este, pero también puede interpretarse como una radiografía del franquismo
El sulfato atómico es una obra maestra. Ambientado en la imaginaria república de Tirania gobernada con mano de hierro por el despótico Bruteztrausen, Mortadelo y Filemón se infiltran en el país para recuperar un invento del doctor Bacterio, gracias al cual se puede agrandar a animales e insectos hasta convertirlos en peligrosos monstruos. Se aprecia la influencia de El asunto Tornasol, la obra maestra de Hergé, y de series como Misión Imposible y Superagente 86.
Una portada para la historia
El maestro Ibáñez dedicó a El Cultural este autorretrato para la portada del número del 15 noviembre de 2007, con motivo del 50.º aniversario de sus (nuestros) queridos Mortadelo y Filemón, que desde un rincón de su mesa se preparan para dar al dibujante la extremaunción. Pero lo cierto es que aún le quedaba mucha cuerda.
Con la autoparodia que siempre destiló cuando se dibujaba a sí mismo, no solo aparece trabajando a destajo y apurado por llegar a tiempo al plazo de entrega, como en todos sus autorretratos, sino que además podemos verle aquejado de numerosos problemas de salud. Por suerte, aún pudimos disfrutar de su humor y su arte durante una década y media más. F. D. Quijano
Ibáñez cultiva un humor inteligente y exento de brocha gorda, y consigue crear un clima de suspense que recuerda las películas de Hitchcock. El slapstick, el humor consistente en porrazos que no dejan huella ni secuelas, no es tan acusado como en álbumes posteriores. Mortadelo y Filemón tardan en recuperarse de los costalazos, lo cual evidencia que son humanos. Y aunque no hay alusiones políticas explícitas, el álbum constituye una apología de la libertad y una vigorosa crítica de las dictaduras. Tirania evoca los países del Este, pero también puede interpretarse como una radiografía del franquismo, con un general de escasas luces y aficionado a las represalias brutales al mando del Estado. Ibáñez muestra cómo las dictaduras corrompen el alma de la ciudadanía, pues los habitantes de Tirania han asumido como valores la violencia, el odio y el fanatismo. Todos se pasean armados y ven traidores por todas partes.
Valor… ¡y al toro! es una comedia disparatada situada a medio camino de Stanley Donen y José María Forqué
Valor… ¡y al toro! es otra obra maestra. Se advierten la influencia de Spirou y Fantasio, de Rob-Vel, pseudónimo de Robert Velter, y de Astérix el Galo. En esta ocasión, Mortadelo y Filemón tendrán que recuperar los planos del proyecto Bartolo, sustraídos del Centro de Investigaciones Agronáuticas del Cosmos por la banda del Rata. Ignoran que los planos han sido introducidos en el asta de un gigantesco miura. Valor… ¡y al toro! es una comedia disparatada situada a medio camino de Stanley Donen y José María Forqué. Aunque hay resonancias de James Bond, prevalece el retrato de una España poblada de hombres bajitos y calvos como el Fernando Galindo de Atraco a las tres. No nos sorprendería toparnos con Galindo en alguna página, inclinándose ante una vedette despampanante para recitarle su famosa exclamación: “¡un amigo, un admirador, un esclavo, un siervo!”.
En Valor… ¡y al toro! hay mucho humor, pero también melancolía y fatalismo. España se resiste a subirse al tren de la modernidad. La presencia del turismo no ha sido suficiente para sacudirse las legañas del franquismo, una larga pesadilla que se resiste a desaparecer.
Ibáñez hizo otros álbumes notables, como Contra el gang del chicharrón, Chapeau el esmirriau, La caja de los diez cerrojos, Magín el mago y Los diamantes de la gran duquesa. Después, intentaría amoldarse a los cambios sociales, con innovaciones que —en mi opinión— desvirtuaron un poco la serie.
Mortadelo y Filemón no es la única creación genial de Ibáñez. Rompetechos, una parodia de la miopía que sufría el propio Ibáñez, El botones Sacarino, otra parodia autobiográfica que evoca los años del dibujante como botones, y Pepe Gotera y Otilio, un capataz y un currante que perpetran toda clase de chapuzas y desastres cada vez que asumen una obra o una reforma, ya forman parte de los recuerdos de varias generaciones.
'13, rue del Percebe' complementa el caleidoscopio de 'La colmena' de Cela, recreando las ilusiones, frustraciones y desengaños de una sociedad estancada en una eterna posguerra.
Para muchos, la creación más brillante de Ibáñez es 13, Rue del Percebe, un edificio de vecinos donde imperan la picaresca y la incompetencia: un tendero que engaña a sus clientes, una portera cotilla, un ascensor que no deja de estropearse, una alcantarilla donde vive un vecino, un veterinario incapaz de controlar a los animales que atiende, una pensión donde se hacinan los huéspedes en condiciones deplorables, una ancianita que convive rodeada de mascotas exóticas, como un elefante e incluso una ballena, un científico loco, un ladrón que solo sustrae cosas inútiles o absurdas, una madre con tres niños pequeños más malos que la quina, un gato que tortura en la azotea a un ratón, una araña que se ha apropiado de las escaleras y un moroso legendario que ocupa una buhardilla y al que los acreedores acechan sin éxito. Mortadelo y Filemón y Rompetechos visitan el edificio de vez en cuando, añadiendo nuevos problemas a los que ya acontecen a diario. 13, Rúe del Percebe es un retrato de la sociedad de la época que complementa el caleidoscopio de La colmena, de Camilo José Cela, recreando las ilusiones, frustraciones y desengaños de una sociedad estancada en una eterna posguerra.
Ibáñez muere sin el Princesa de Asturias, pero con algo mucho más importante: el cariño y la admiración de miles de lectores. Ya es un clásico, un autor que nos ha ayudado a sonreír y a comprender mejor nuestro tiempo. El sentimiento de pérdida que he experimentado al conocer su muerte se ha diluido al escribir este artículo. Evocar a sus personajes me ha hecho sentir que mi infancia siempre seguirá ahí, con la de otros niños de mi generación. Como apuntó Einstein, el tiempo solo es una ilusión. En el continuo espacio-tiempo, nada desaparece. Un tebeo no es un simple entretenimiento, sino un evento cósmico que ilumina vastas regiones del universo.