Desde sus primeros pasos narrativos, Unai Elorriaga (Algorta, 1973) apostó por una literatura al margen de la novela comercial y del realismo corriente. Su querencia vanguardista, presente ya en su opera prima, la novela Un tranvía en SP, que conquistó el Premio Nacional de Narrativa en 2002, ha llegado incluso a la pura experimentación. Esta tendencia básica parece atemperada en Nosotros no ahorcamos a nadie, pero se trata de un trampantojo. Se diría que el argumento recrea una anécdota común, la búsqueda que dos personas emprenden para localizar a una tercera. Sin embargo, se trata de un señuelo anecdótico que pronto toma una deriva sorprendente.
La búsqueda la protagonizan unos personajes un tanto singulares. Dos octogenarios, Soro Barturen y su inseparable desde la infancia Erroman, narrador de la historia, siguen las huellas de otro antiguo conocido, Pedro Iturria, autor de relatos aparecidos hace poco en revistas nórdicas y centroeuropeas. La actividad literaria de Iturria instiga las andanzas, que formalmente se presentan como un relato de viajes a diversas capitales europeas con una etapa final en Moscú.
Según es esperable en el escritor vasco, el viaje nada tiene que ver con la habitual literatura de andar y ver. Ninguna atención se presta al extraordinario pasado histórico de esos lugares ni se describen sus ganchos arquitectónicos o paisajísticos. Si acaso, un leve rasgo de realismo costumbrista se halla en las notas sobre los lujosos hoteles que frecuentan, financiados por el rico y manirroto Soro.
Lo que verdaderamente cuenta en el relato y lo monopoliza son los textos de Pedro Iturria, piedras a lo Pulgarcito que deberían conducir a él y que han ido saliendo en sedicentes revistas prestigiosas de Praga, Budapest, Copenhague, Zúrich, Berna y Varsovia. No sabemos qué meritos reúne Iturria para lograr semejante raro itinerario editorial, y no se indican porque el libro se centra sin desmayo en sus relatos.
Estos dan lugar a un gran trajín de traductores y traducciones, con insistencia no explicada en las versiones en euskera. Y son ocasión, los relatos, de agudos comentarios entre un inquisitivo Soro Barturen y los traductores. Se trata de un ejercicio prolongado de la llamada metaliteratura que aborda con sutiles y rebuscados distingos el sentido de los cuentos de Iturria. Sugieren estas charlas alambicadas las sesiones de un taller de escritura y en ellas un prepotente y picajoso Soro alerta acerca del alcance velado, secreto o críptico de la escritura de su viejo amigo. Y, por extensión, de cualquier clase de literatura que se quiere seria y exigente.
Los textos de Iturria se llevan la parte del león del libro. Se incluyen enteros y dan lugar a una novela-cajón que contiene múltiples breves narraciones, raras, visionarias, herméticas y preñadas de arcanos sentidos. El cuento que da título al libro muestra bien la poética de Elorriaga. Dos hermanos se dirigen a presenciar varios ajusticiamientos en una plaza pública. En el camino coinciden con unos armenios y unos judíos que van a lo mismo. Escáneres y arcos de seguridad controlan un auto de fe de sabor medieval. Detienen al hermano y lo ahorcan. La hermana se marcha mientras siente que le llega el período antes de lo previsto.
Elorriaga usa sin restricciones una difícil simbología privada y privilegia más allá de todo límite las alusiones crípticas. Todo el libro responde a una monótona "pirotecnia" formal. De resultas de este proceder, el artificio literario impide que alcance fuerza comunicativa y verdad emocional una bienintencionada exploración de serios asuntos –la violencia, la vejez, el arte, la muerte…– sociales y existenciales.