Académico y ensayista de larga trayectoria que bebió del amargo cáliz del fracaso político durante su experiencia como líder del Partido Liberal de Canadá, Michael Ignatieff (Toronto, 1947) se aproxima a la vejez y ha decidido escribir sobre un tema inusual: las formas del consuelo. Según él mismo cuenta, el origen de este trabajo se encuentra en una conferencia que impartió por encargo sobre el Libro de los Salmos; las tribulaciones colectivas que trajo consigo la pandemia le convencieron posteriormente de la necesidad de “buscar consejo en los grandes hombres y mujeres que vivieron tiempos más desolados que los nuestros y que encontraron consuelo en obras de arte, filosóficas y religiosas que siguen a nuestro alcance”.
En sus vivencias particulares, Ignatieff ha buscado significados universales. Y aunque el resultado no es deslumbrante, el libro cumple su propósito: los ejemplos del sufrimiento ajeno recuerdan al lector que nada hay de especial en las dificultades que todos arrastramos.
La premisa de la que parte Ignatieff es que el consuelo se vuelve a la vez más necesario y más difícil después de la muerte de Dios, esto es, en una era secular donde la mayoría de los individuos ha dejado de creer en una vida ultraterrena. En las culturas que se orientan al éxito, sostiene el autor, buscar consuelo es de perdedores y el sufrimiento personal es a menudo tratado como una enfermedad de la que curarse por medio de la psicoterapia.
Para colmo, el discurso hegemónico sobre el futuro se caracteriza por su pesimismo: la esperanza nunca nos había resultado tan remota. De ahí que el pensador canadiense haya considerado pertinente echar la vista atrás, buscando en el pasado una perspectiva nueva sobre el presente.
Eso explica que el libro consista en una serie de retratos, ordenados cronológicamente, de figuras históricas de la tradición occidental. He aquí una estructura habitual en los ensayos anglosajones: a partir de un tema elucidado en el capítulo introductorio, se suceden los estudios de caso individuales. Y si bien Ignatieff no ha escatimado recursos, sus 17 ensayos cortos no dejan de ser algo superficiales; por lo demás, ni el prólogo ni el epílogo arrojan una luz demasiado potente sobre el consuelo o su trayectoria histórica.
El libro resulta disfrutable gracias al interés de los seleccionados y a sus aportaciones a la historia del consuelo
Dicho esto, el material resulta disfrutable gracias a la variedad e interés de los seleccionados, cada uno de los cuales tiene aportaciones que hacer a la historia del consuelo: el contacto con Dios que ayuda a los creyentes, tal como ilustra la historia de Job; la espera mesiánica en Pablo de Tarso, que luego encontrará una versión secular en la revolución socialista propuesta por Karl Marx a partir de la filosofía de la historia hegeliana; la fe en un futuro secular caracterizado por el progreso hacia lo mejor, definida por Condorcet; el estoicismo de Cicerón tras perder a su hija y el cumplimiento del deber en Marco Aurelio; la inserción en un orden temporal más vasto que pinta El Greco en El entierro del conde de Orgaz; la llamada de la vocación en Max Weber; o la voluntad de dejar un testimonio del horror en Anna Ajmátova o Primo Levi. ¡Hay donde elegir!
Ignatieff cierra el libro subrayando que las doctrinas abstractas nos consuelan menos que las personas que sirven de ejemplo. No estoy seguro de que así sea: ideas como la providencia cristiana o la teleología revolucionaria han consolado de manera eficaz a las multitudes a lo largo de la historia. Pero proponer que así sea en lo sucesivo es buen colofón para un ensayo que animará la tarde a más de uno.
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