Cuando su mujer lo abandona a él y a su hijo de siete meses sin darle ninguna explicación, Roland Baines queda a la deriva como un náufrago. Desconcertado, trata de entender lo sucedido y para ello empieza a rememorar toda su vida, empezando por un hecho que marcaría su rumbo para siempre: su contacto sexual, siendo un adolescente, con su profesora de piano.
Así comienza Lecciones, la novela más extensa (584 páginas) y ambiciosa hasta la fecha del escritor británico Ian McEwan (Aldershot, 1948), que en España publica Anagrama, como toda su obra. Más allá de estos y otros hechos completamente ficticios, la biografía se parece en algunos aspectos a la del propio autor. "Estas son mis memorias en cierto modo", explica McEwan al otro lado de la pantalla, desde una amplia y luminosa estancia con chimenea y llena de libros de su casa de Gloucestershire, en una tarde excepcionalmente soleada en aquel rincón de la campiña inglesa.
La novela parte de "dos ambiciones muy concretas, dos principios organizativos". Por una parte, tenemos "una visión general de todas las crisis políticas, los hitos a nivel mundial que habían tenido impacto en mi vida, empezando por la crisis de Suez, hasta la caída del muro de Berlín, la pandemia de coronavirus y el asalto al Capitolio del año pasado", explica el escritor.
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La otra premisa era "un personaje principal que tendría algunas conexiones conmigo mismo y con mi vida y la de mis padres", continúa. No obstante, este personaje "sería completamente distinto en realidad, y su vida avanzaría en otra dirección".
"Subyacente a la novela —continúa el autor— está mi convicción respecto a las lecciones de vida que tenemos que aprender: la mayoría de los problemas a los que nos enfrentamos, las crisis, las pérdidas, los momentos de alegría y los momentos oscuros no quedan resueltos. Resolvemos pocas cosas a lo largo de la vida. Los puntos negros o bien los olvidamos o se convierten en parte de quienes somos".
A pesar de narrar toda una vida repleta de acontecimientos, tanto privados como colectivos, lo más importante en esta y otras novelas de McEwan es el interior de los personajes y cómo este emerge en la narración mediante un "flujo de conciencia" que entrelaza recuerdos, ideas y emociones. Y, por supuesto, una prosa certera y original, fecunda en imágenes, seña de identidad del autor.
Con estos mimbres, hasta la vida más corriente (que no es el caso del protagonista de Lecciones) puede ser interesante desde el punto de vista literario: "Sin duda, todo depende de la habilidad del escritor, de su perspectiva, de su compasión", opina el autor, y menciona al respecto a Henry James, que en su ensayo El arte de la ficción se decía capaz de imaginar una novela con solo echar un vistazo al interior de un apartamento mientras bajaba por las escaleras de un edificio.
"Una vida completa, por lo común que sea, se puede convertir en un microcosmos de lo que sigfnifica ser una persona en un momento dado, dentro de un contexto concreto. Muchos novelistas lo han intentado y uno de los más brillantes, en mi opinión, es John Updike", afirma el escritor. "La novela es una de las maquinarias más bellas que hemos inventado para investigar la vida privada y su relación con la sociedad", añade.
Azar, deseo y libertad de expresión
Otro tema importante de la novela es la importancia del azar en nuestras vidas. "El azar es fascinante. Está ahí desde el principio de nuestra vida. Vale la pena reflexionar sobre el hecho de que si tus padres hubieran hecho el amor cinco segundos más tarde tú no existirías, otro espermatozoide habría llegado a ese óvulo", afirma el autor. "Tú no escoges tus genes, ni a tus padres, ni lo que pasa en la sociedad en la que creces. Por eso creé el personaje de Alissa [la mujer de Roland], esa joven alemana que un día simplemente deja una nota y desaparece. Toma una decisión implacable sobre su vida. Muy pocos de nosotros hacemos algo así".
El deseo es también uno de los motores de la novela, en el sentido más general —el deseo de escapar, en el caso de la mujer del protagonista— y, especialmente en el plano erótico, como en la relación entre Roland y su profesora de piano, mayor que él.
"Siempre me pareció muy interesante la dimensión erótica del deseo. Hace unos años escuché a un joven novelista decir en la radio que ya no se atrevía a escribir sobre el deseo masculino. Me sentí horrorizado con esa declaración. Es un tema importante, porque la mitad del mundo son hombres", afirma McEwan.
En este sentido, se declara "escéptico respecto a quienes intentan poner límites a la imaginación de otras personas", y asegura que "estamos en una gran recesión de la libertad de expresión", no solo en estados autocráticos: "Los que vivimos en sociedades relativamente libres también tenemos cortada en parte nuestra imaginación porque no queremos molestar a los demás".
"Es doloroso ver esto en las universidades y en el debate público —continúa el escritor—. En Estados Unidos y otros países hay quienes no quieren leer ciertos libros para no sentir incomodidad. Si no quieres leer, no leas, pero no impidas a otros hacerlo. Se han retirado libros de las bibliotecas de las escuelas y espero que el péndulo empiece a cambiar hacia el otro lado y encontremos un punto de normalidad y decencia al respecto", afirma McEwan, que firmó en 2020 una carta en apoyo a la escritora J. K. Rowling cuando fue objeto de boicot y amenazas por sus opiniones sobre los derechos de los transexuales.
Volviendo al tema del deseo y sus límites, señala la importancia que tuvo este tema en la literatura del siglo XIX: "Pensemos en mujeres como Madame Bovary o Ana Karenina, que estuvieron sometidas a grandes limitaciones dentro del patriarcado y las rompieron porque no pudieron evitarlo, y después fueron castigadas hasta la muerte, fueron empujadas al suicidio".
Además, señala a Philip Roth como "uno de los maestros del deseo" en la literatura moderna, y recuerda que le aconsejó "escribir como si tus padres estuvieran muertos, sin miedo a incomodarlos". "Roth lo hizo y no solo escandalizó a sus padres, también a la comunidad judía y al establishment literario. Yo seguí su consejo, y mis primeros libros de relatos los escribí como si mis padres no tuvieran que leerlos jamás, lo cual generó una situación incómoda para ellos".
"No me importaría otro confinamiento"
McEwan escribió Lecciones durante el confinamiento por la pandemia de coronavirus. "En ese momento me di cuenta de que he vivido casi toda mi vida en confinamiento, el aislamiento es el entorno ideal para escribir. Pude abandonarme a ese trabajo siete días a la semana, a menudo durante 14 horas diarias, como siempre había soñado hacer. Pude hacer una inmersión total en Roland, su vida y su entorno. No desearía otra pandemia, pero no me importaría otro confinamiento", confiesa.
A lo largo de su trayectoria, McEwan ha recibido varios premios, siendo el más destacado de ellos el Premio Booker, uno de los más prestigiosos del ámbito anglosajón, que obtuvo en 1998 con su novela Ámsterdam. Entre sus obras también destacan Jardín de cemento (1978), Entre las sábanas (1978), El placer del viajero (1981), Amor perdurable (1997), Expiación (2001), Sábado (2005) o Chesil Beach (2007).
Su primer libro publicado fue el conjunto de relatos Primer amor, últimos ritos, en 1975, y desde ese momento se reveló como uno de los escritores más destacados de su generación en el Reino Unido, junto a Julian Barnes, Kazuo Ishiguro y el recientemente fallecido Martin Amis. "He perdido a Martin y a otros amigos escritores. Estamos desapareciendo, y cada vez que uno fallece, una parte de mi vida se va con él", afirma con melancólica resignación.
"Cuando veo las listas de premios literarios, veo que mucha gente de nuestra generación no está y la atención se va a voces que hasta ahora no han sido tan escuchadas, por suerte también a las mujeres. Nosotros tuvimos nuestra gran época en los 70, y entonces nadie se daba cuenta de que todos los jefes, responsables de empresas, editores y novelistas eran hombres. Nadie lo cuestionaba. No tendría que haber sido así, claro", reconoce el escritor.
"No nos podemos quejar. Nos estamos desvaneciendo porque nos morimos y porque vamos dejando espacio a otros, y eso está bien", opina McEwan. "He tenido mi tiempo y mi voz ha sido escuchada. Ahora tienen que ser escuchadas otras generaciones, otros contextos, otras narrativas, otras voces".