Leí por primera vez el nombre de William González Guevara (Nicaragua, 2000) en una carta de Antonio Carvajal donde ponderaba su ópera prima, Los nadies, ganadora del galardón que lleva el nombre del autor granadino y publica Hiperión. “El poeta es de Nicaragua, hijo de inmigrantes pobrísimos, muy joven. Y sabe muy bien quienes son los álguienes y quienes son los nadies (y los naides). Poesía de la experiencia de los hijos de las fregantinas de los poetas de la experiencia. Con dolor y sin rencor”, decía. Al año siguiente, conseguía el premio Hiperión con este libro. En medio, Me duele respirar, Premio Ruiz Udiel (Valparaíso, 2023).
El título es cristalino, como casi todo aquí. El “de segunda” se refiere a la generación inmigrante (llegó con once años), si bien no evita el doble sentido. Esta es una poesía que rehúye los equívocos y va por derecho a lo que importa. No es el primero en escribir sobre los múltiples problemas que aquejan a los jóvenes en un mundo líquido en crisis permanente.
Se podría hablar incluso de una tendencia, muy plural, que ya afecta a más de una promoción. De una suerte de nueva poesía social o cívica. Recuerden aquellos “hijos de la bonanza”, de Ben Clark, jurado de este premio. Para muestra, otro Hiperión: Servicio de lavandería, de Begoña M. Rueda.
Escribe Irene Vallejo en la contracubierta: “La vida de los Inmigrantes de segunda transcurre en páramos contemporáneos, entre neones de sueños apagados y vastas podredumbres. Allí donde brotan casas de apuestas para crear ludópatas y fusilar sueños. Donde el autorretrato del artista adolescente incluye una nevera vacía, tu chándal favorito, tu acento repudiado. Donde las mujeres limpian por horas portales y casas, y sufren las mismas lesiones en el brazo que los tenistas de Roland Garros, en sus labores sin trofeos. Y, por las noches, recitan las letanías de los temarios para aspirar a la nacionalidad”.
Y añade: “William acoge en sus versos lo que no cabe en los pactos de silencio. Contempla las realidades que derogan la retórica de los grandes jardines del imperio. Atrapa la tristeza malva de esas manos jabonosas, de esas vidas escindidas. Invoca a coros de muertos amados, su lúcida abuela nicaragüense. Con su sensibilidad explosiva, disecciona el desgarro humano. Cómo no reconocernos”.
Para contar lo que les pasa a ‘las nadies’, el poeta recurre, no sin ironía, a un lenguaje prosaico, sin perder de vista lo poético
De tres empleadas de hogar son las citas que abren el libro. Y así se titula la primera parte. Nada aquí puede sonar solemne. Es la vida, idiota, parafraseando el eslogan político. La de las chicas, tan invisibles. Otras nadies: “Todas portáis el rostro / alicaído de mi santa madre”. Gente a la que le “pesa la vida”. “Decidme: ¿a quién le importan / los huesos de mi madre envejecidos?”.
Para contar lo que les pasa (lo conoce bien), WGG recurre, no sin ironía, a palabras gastadas y a un lenguaje prosaico y conversacional, lo más cercano posible al habla de la calle, que, no obstante, jamás pierde de vista su condición de poético. Decir las cosas de otro modo, más retórico, habría sido un imperdonable error de cálculo lírico. Prima, sí, la crónica. Uno la calificaría de “poesía documental”.
[William Alexander González Guevara, Premio Hiperión 2023 por su obra 'Inmigrantes de segunda']
Kapuscinski, ya ven, inaugura la segunda parte: “La pobreza sufre, pero sufre en silencio”. Carabanchel, los chándales (“La vida es nuestro chándal favorito”), la droga, Pan Bendito, el banco de alimentos… Léase “Ego sum, tu es, ille est”. Y luego, en “Interludio”, la chatarra, la vendimia, las noches de autobús. Por fin, “Memento mori”, tan emocionante: “Siento la muerte lenta de mi madre”. Y la lejana de la abuela. En Nicaragua, deshonrada por el tirano Ortega.
Las invisibles
Nadie se sabe vuestros nombres, nadie.
Mujeres invisibles de la esfera,
resquicios ignorados por el mundo.
Ningún científico, ningún poeta
habla de vuestra historia, ni el mejor
filósofo, ni el periodista culto
empieza el telediario mencionándoos.
[...] Todas portáis el rostro
alicaído de mi santa madre.