Desde que en 2021 fue reconocido con el Premio Nobel de Literatura, Abdulrazak Gurnah (Zanzíbar, 1948) ha sido testigo de una proliferación de publicaciones de sus libros en países con los que no hubiera soñado. En España, solo dos editoriales desaparecidas, El Aleph y Poliedro, se habían hecho eco de tres de sus novelas. Desde que obtuvo el preciado galardón, es Salamandra, el sello de Penguin Random House, la que se ocupa del rescate de sus obras.
En solo dos años, 2021 y 2022, el público español ha podido acceder a las novelas Paraíso, A orillas del mar y La vida, después. En ninguna de las tres promociones se pudo contar con la presencia del escritor tanzano, afincado en Gran Bretaña desde hace más de medio siglo. Pero Gurnah por fin volvió a Madrid, ciudad en la que solo había estado una vez, para charlar con David Trueba en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid. El motivo era su novela El desertor, publicada originalmente en 2005 y rescatada ahora por Salamandra, aunque no esquivó una sola cuestión de todas las que planteó el escritor y cineasta.
Los años antes de convertirse en escritor ocuparon el primer bloque de un encuentro abarrotado de público. Antes de que la literatura se inoculara en su vida definitivamente, Gurnah recordó haber llorado con Anna Karenina, de Tolstói, aunque hubo un hecho aún más crucial.
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En medio de la revolución que acabaría expulsando a los colonos ingleses de su país de origen —"Se cerraron los colegios porque no había profesores", recuerda Gurnah—, los libros pasaron a engrosar los estantes de las tiendas de segunda mano. El escritor en ciernes compraría una caja llena de ejemplares, siendo así la primera vez que se aproximaba a la poesía americana.
No sería este género, ni siquiera estos autores, los que dejaran una impronta en su escritura, pero sí fueron los acontecimientos que vivió siendo un adolescente los que perfilarían las líneas maestras de su obra. Si bien la descolonización y las migraciones son sus temáticas habituales, Gurnah no considera que la causa sea su propia experiencia.
Por ejemplo, cree que "exilio no es la palabra adecuada" para hablar de su pasado, por mucho que él se marchara a Inglaterra cuando su país estaba en plena combustión. "Me fui para estudiar —explica— y no quería que nos gobernasen personas a los que no les gustábamos".
Alejado en todo caso de su lugar de origen, donde se había ordenado una persecución a los ciudadanos de origen árabe, como es su caso, adoptó la lengua inglesa para su escritura. En El desertor, tal y como recordaba Trueba, un personaje llega a Londres y siente el desprecio de algunos de sus habitantes. "Sí, en Inglaterra sentí esa hostilidad, cuando yo pensaba que nadie se iba a fijar en mí", reconoció.
Un profesor le recomendó en una ocasión que fuera maleducado para que lo trataran como a alguien "normal", relató Gurnah con sorna. No obstante, algunos episodios como el del conductor de autobuses que le miraba mal, el gerente de una tienda que le tiraba el cambio o los compañeros de colegio que, en su presencia, hacían bromas sobre caníbales le hicieron ser consciente del racismo.
"No hace falta que te peguen un puñetazo", aclaraba Gurnah, para explicar a continuación que en la actualidad existen comportamientos de la misma índole desde los países occidentales. "Europa está equivocada", aseguró en referencia a la crisis de refugiados que asola el Mediterráneo. Por ejemplo, "no entiendo por qué Grecia trata así a los refugiados que vienen de Afganistán o de Siria", dijo el escritor antes de recordar que Europa también había vivido en guerra no hace tanto y también se produjeron desplazamientos migratorios.
Una fábula del siglo XI que atañe a Canuto II de Dinamarca le sirvió para resumir la cuestión. Se trataba de un rey muy poderoso que llegó a creer que podía controlar las mareas, metáfora de las olas migratorias que se suceden en la actualidad. Lo que ambicionaba el rey "era absurdo, como lo es ahora" el hecho de que Europa pretenda contener la movilidad de quienes luchan por salvar su vida fuera de su país.
Tampoco tuvo Gurnah reparos a la hora de abordar las vergüenzas históricas de España. "La colonización española fue brutal y aquí creen que no tienen nada que ver", expuso. Y utilizó el ejemplo del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, que exigió a nuestro país unas disculpas por la conquista, para explicar que "México no se ha olvidado". Del mismo modo, consideraba que quienes creen que el asunto no va con ellos porque les separan siglos de distancia "se han beneficiado".
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En sus libros, en cambio, "no se hace la víctima", apuntó Trueba. Y ciertamente no es la afectación el atributo que ha conferido prestigio a su literatura, sino "su penetración inflexible y compasiva de los efectos del colonialismo y el destino de los refugiados en el abismo entre culturas y continentes", tal y como señalaba el acta del jurado del Premio Nobel.
A propósito, Gurnah recordó el momento en que le comunicaron la noticia. Cuando se lo dijeron por teléfono no se lo creía, asegura, pero "un señor muy cortés" lo animó a verlo en directo. Desde entonces, "el problema no es escribir", sino el ajetreo que implica ser un autor reclamado en todo el planeta. Con todo, "este año he pasado todo el verano escribiendo", aseguró Gurnah. Y apostilló: "Por fin ahora hago lo que he hecho siempre".
Respecto a la política internacional, dijo para terminar que "vivimos una transformación que está desplazando a Occidente de la hegemonía". Y en cuanto a la literatura, no la concibe por nacionalidades. Lo que ahora le interesan son las mujeres escritoras jóvenes.