Cigarrillo entre los dedos, anaqueles repletos de libros a la espalda, la nariz metida en algún manuscrito en busca “las nuevas voces que serán los clásicos del futuro”. Es una estampa recurrente en la sucesión de fotos que jalonan la rememoración oral del histórico editor en Herralde y sus anagramas: memoria viva de una editorial, un documental camerístico (metraje: en torno a 20 minutos) que se elaboró, con el impulso de Baltasar Basilio, ex profeso para la última Feria de Frankfurt, en la que España fue el país invitado. Una cita que, por otra parte, a lo largo de décadas ha sido escenario crucial en la vida profesional de Jorge Herralde.
La proyección de la cinta estaba prevista como uno de los momentos cenitales del copioso programa de conferencias organizadço por la Fundación Formentor en los fastos de entrega de su prestigioso galardón a Pascal Quignard, desarrollado en su integridad en el vestíbulo de la recién remozada estación ferroviaria de Canfranc, hoy habilitada como confortable hotel. El propio Basilio, director de la mencionada fundación, presentó el documental ponderando la capacidad de Herralde a lo largo de más de cinco décadas de “horrorizar a los biempensante sin que los biempensantes se dieran cuenta ni siquiera” y de conseguir que mucha gente leyera lo que a priori no tenía interés leer. Cual diestro que, con habilidad y valentía, atrae al morlaco a terrenos que no desea pisar.
Un mérito alcanzado gracias a sus inveteradas dotes para la seducción en el plano intelectual, un fino olfato para detectar el talento y una política de perseverancia en la apuesta por los autores de su escudería. “Esto solo se puede conseguir con un catálogo fiable y sin fisuras”, apunta Herralde, antes de emitir un conclusión lapidaria: “El catálogo no miente”.
Esa es la prueba de el algodón de cualquier sello, ciertamente. A Herralde se le plantea la incómoda cuestión de quiénes son sus autores favoritos. No la rehúye. Menciona a Luis Goytisolo y su Antagonía, y también a Hans Magnus Enzensberger, del que ha publicado la totalidad de su obra. Sin remontarse tan atrás, enuncia otros tres nombres: Rafael Chirbes (lo describe como “una persona poco sociable y nada amigo de componendas con el poder”), Sara Mesa, que quedó finalista del Premio Herralde de Novela en 2012 con Cuatro por cuatro, y Mariana Henríquez, que luego le revelaría al propio Herralde que los libros que más robaba durante su juventud en librerías y bibliotecas eran los suyos: Burroughs, McEwan… Hurtos que para el editor eran un orgullo.
Herralde también repasa otros hitos que a lo largo de su trayectoria le han hecho sentir mayor satisfacción. Recuerda, por ejemplo, su fascinación por El rey de las dos Sicilias del polaco Andrzej Kuśniewicz. Álvaro Mutis, en México, le llegó a decir: "¡Te estaré para siempre agradecido por haber publicado!". También regresa a Antonio Tabucchi. Fue una portada de un libro suyo con una sirena la que le llamó la atención en Frankfurt. Estaba editado por Sellerio. Título: Dama de Porto Pim. “Lo empecé a leer por la noche, después de los cócteles y la cena en el Frankfurter Hof. Ese librito de ballenas y fracasos me atrapó desde la primera página". De Tabucchi pondría al alcance del lector español varias joyas: Sostiene Pereira, La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, Tristano muere…
[Antonio Tabucchi, el heterónimo italiano de Pessoa]
La biblioteca Nabokov es otro de sus logros que más le enorgullecen, “un sueño cumplido”, como lo describió su buen amigo Roberto Calasso, que también entró en nuestra órbita española bajo el marchamo de Anagrama. Capítulo aparte le dedica al fenómeno Álvaro Pombo, que -rememora el díscolo editor- tuvo un despegue internacional gracias a El héroe de las mansardas de Mansard. Su nombre generó una burbuja de interés en la Feria de Frankfurt “cuando todavía en España no era muy conocido”.
Herralde, en un documental sin mayores pretensiones formales -lo firman a medias Morrosko- Vila-Sanjuán y Enric Juste- pero contenedor de un valioso testimonio como referencia futura, también evoca el momento en que acordó la venta de la editorial a Feltrinelli. Una decisión que tenía su raíz en la fraternal amistad que mantuvo con Inge Feltrinelli. Amistad que luego se extendió a su hijo Carlo, muy fan de Anagrama. “Si algún día vendes una acción de la editorial, aunque sea una, la compro yo”, le decía Carlo a su amigo. Cuando Herralde le propuso que adquiriese la editorial entera, Carlo no se lo podía creer. "¿Está hablando en serio?", le preguntó a Lali Gubern, su mujer y cómplice todos estos años.
Al final, Carlo pasó a ser el propietario del selló barcelonés tras una adquisición progresiva ("una voladura controlada", decía Herralde con su guasa característica) que tuvo como consecuencia la sustitución del propio Herralde por Silvia Sesé, traspaso de poderes que se consumó en 2017. Aunque el editor barcelonés es de los que morirán con las botas puestas porque sigue muy atento al pulso vital de la criatura que alumbró en 1969 y cuyo crecimiento constituye una de las más originales y estimulantes aventuras editoriales de nuestro país.