De visita en España para hablarnos de su último ensayo sobre Ana Frank, Cuando escuches esta canción, Lola Lafon (París, 1974) ha estado en Barcelona y Madrid, en el Instituto francés. La autora de origen franco-polaco y ruso, lleva más de un año promocionando su obra, premiada y aclamada, por la crítica francesa. Autora de siete libros, cantante y compositora del grupo Leva, en una de sus novelas anteriores, La pequeña comunista que no sonreía nunca, entablaba un diálogo intimista con la gimnasta adolescente Nadia Comaneci.
En su último libro, vuelve a ese periodo de la juventud, y con otra joven elevada por la sociedad al rango de ícono. Bajo el tema de Ana Frank, Lola Lafon escribe un ensayo intimista en el que vuelve a mezclar dos épocas históricas, la de la Segunda Guerra Mundial y su propia vida. De ascendencia asquenazí, en Cuando escuches esta canción, habla de su historia familiar judía.
Publicado por la editorial AdN, la obra de Lola Lafon se inscribe dentro de la iniciativa lanzada por la editorial francesa Stock como parte de la colección 'Ma nuit au musée' en la que han participado unos quince escritores, entre ellos Leila Slimani y Leonor de Recondo. Siguiendo su primer impulso y sin tratar de entender su elección, Lola Lafon decidió que, en su caso, sería la casa-museo de Anne Frank en Ámsterdam.
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Con un título que poco o nada tiene que ver con esa niña adolescente, la autora revela durante la entrevista que "el título no debería resumir la obra. No debe decirlo todo. Suelo hacer una lista de títulos que me surgen mientras escribo. Este me vino tarde, hasta que me pregunté yo misma, ¿qué es lo que más te emociona? ¿qué te resulta más íntimo? Y era esta frase. Contiene un futuro que nunca llegará".
Ana Frank conecta a la autora con la parte de su historia familiar judía, a la que, explica en su ensayo, no quiso mirar de frente. "Entender de donde proceden mis antepasados, acercarme a ellos cuando durante años quise alejarme de esa historia de sufrimiento heredada de un pasado común, víctimas de la Shoah, es quizá el punto de partida de mi obra", dice.
Un libro que recoge diferentes testamentos, nos explica. "Decidí pasar una noche en este museo sin pensármelo mucho. Quería escribir desde hacía tiempo sobre el judaísmo. Sobre lo que significaba no estar tranquilo con sus orígenes, no saber qué hacer con su herencia y, antes, incluso, de ir a Holanda, sentí que iba a ser muy importante para mí. Descubrí que Ana Frank, antes que nada, es una autora de verdad".
Pregunta. Usted cuenta cómo, el verano de 1942, Ana Frank escucha en Radio Orange al ministro de Educación de los Países Bajos, exiliado en Londres, que pide a todos los holandeses que guarden sus cartas, sus diarios, todo lo que sirva, más adelante, de testimonios. La pequeña Ana Frank se emociona, se lo cuenta a su padre y decide reescribir su diario.
Respuesta. Sí. Ese es uno de los temas de mi libro. De forma objetiva, a partir del momento en el que la joven decide retomar su diario con la esperanza de que fuera publicado tras la guerra, ya se convierte en escritora. Nadie reescribe su diario a menos que busque ser leído. El material que ha escrito Ana Frank lo dedica a sus futuros lectores. Nos lo dedica. Lo que significa que ya tiene una mirada de escritora. Sabe lo que hay que guardar. Escoge las palabras, lo que quiere decir en el texto, igual que lo haría una escritora de verdad.
»Me gustaría decirle que, cuando uno la lee, es evidente que Ana Frank no es una simple adolescente. Su escrito es mucho más que un testimonio. Hay en él una organización del texto que es fenomenal. Hay pasajes cuyos ritmos se alternan, hay retratos de las personas que le rodean. Ella no puede testificar sobre la Shoah porque es víctima de ello. Por eso no es un testimonio únicamente sino un escrito sobre una joven que quiere escribir, que busca ser leída y que presiente que será víctima de un genocidio.
P. Su ensayo se extiende a lo largo de esas diez horas de la noche que pasa en el 'Anexo secreto'. Rodeada de carteles puestos por Ana Frank en la pared, el resto es puro vacío. Nos cuenta que está prohibido beber, comer, y esas prohibiciones hacen eco a las que tuvieron los judíos en aquellos años cuarenta y que usted reescribe. Sin embargo, rodeada de ese vacío, usted dice que "en el Anexo no hay nada, y esa nada la he visto". ¿Qué descubre, que ve en esa nada?
R. Lo que descubro lo hago antes de ir al museo, en las entrevistas, en los encuentros que tuve que realizar para escribir el libro. En el museo, lo que descubro es algo íntimo. Ante su inmensa foto, por ejemplo, vi que Ana Frank tenía pecas y ese dato puede parecer ridículo, cuando en realidad ¡me la hizo ver de forma tan cercana! Vi en ella a una joven de trece años, atemporal.
P. Una de las personas con las habla antes de adentrarse en el museo es Laureen Nussbaum, una de las últimas personas que conoció a Ana Frank y ahora es la gran especialista de su diario.
R. Tanto ella como la lectura de su diario, las diferentes portadas que existen de su libro, me hicieron ver la libertad absoluta con la que maneja Ana Frank la escritura. No hay nada de lo que no se atreva a hablar. Su coraje y sobre todo su irreverencia, es formidable. Además descubrí que no podemos escoger en nuestros orígenes lo que nos da miedo, de lo que no, sino que debemos aceptarlo todo y darle vida. Aunque la herencia proceda de la muerte como es la mía, que viene de la Shoah.
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P. Ana Frank es el símbolo de ese genocidio. En los primeros capítulos del libro, el director del museo le dice que sus fans vienen al Anexo, a dejarle peluches y flores. Usted también nombra las películas que hizo Hollywood sobre la joven y como daban de ella una imagen muy alejada de la realidad. Al acercarse usted al personaje de Ana Frank, ¿cuál ha sido su intención?
R. Mi deseo principal era devolverla a sí misma. Anne Frank siempre ha estado rodeada de gente, se ha convertido en un icono a lo largo de los años. Y simplemente quería que fuera ella misma.
P. ¿Por eso empieza usted describiendo un vídeo en el que se la puede ver moviéndose? Yo no conocía ese vídeo.
R. Pues está colgado en Youtube. Es la única imagen que existe de ella en la que se la ve con vida. Es un fragmento de película que se descubrió hace veinte años. Es emocionante a pesar de que, de ella, nunca conoceremos la voz, lo que me resulta extraño. No se sabe cómo se reía, por ejemplo. De ella tenemos muchas fotos ya que su padre adoraba tomar imágenes de sus hijas y de repente hay un pequeñísimo momento de vida.
P. En su ensayo, no solo se adentra en su vida, sino que esta le da pie a rememorar a los fallecidos que nos acompañan. ¿Es ese el vacío que sintió en el museo?
R. La verdad es que mi libro no es un relato de identificación. Sino que hablo de los ausentes, del lugar que se les otorga, y de lo que podemos hacer de sus ausencias. Hay una unión con los lectores complejo y menos reductor a través de esas ausencias de las que habla mi libro.
P. A medida que escribe, establece un ir y venir entre el pasado y el presente. ¿Qué piensa usted de lo que vive el mundo hoy en día?
R. Creo que no se puede evitar pensar que, mientras yo he escrito este libro, los países europeos votan, uno tras otro, por la extrema derecha. Me cuesta dejar de pensar en ello mientras escribo.
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P. Una de las preguntas que se hace en el libro es si una persona sería capaz de acostumbrarse a vivir en peligro. ¿Piensa usted que hoy en día, podríamos contestar a esta pregunta?
R. ¿Cómo puedo saberlo? Nosotros no estamos en peligro. Escribir no es hablar en lugar de alguien. Evité durante toda la promoción del libro decir lo que yo pienso que hubiera dicho Ana Frank. No sé lo que es vivir en peligro porque soy consciente de que no es nuestro caso, de que no es mi caso. No puedo contestar en lugar de las personas que viven en peligro. Puedo escribir, pensar, tomar datos de sus vidas. Personas que no podían moverse de miedo ante el ruido de una bomba, que no podían salir de sus casas, soy incapaz de saber si uno se acostumbra o no a ello.
P. Y, por último, si usted pudiera conocer a la pequeña Ana Frank, ¿le haría alguna pregunta?
R. Le contestaré con una pequeña anécdota que me pasó hace poco. Fui a un colegio para hablar de mi libro y una niña pequeña levantó la mano y me preguntó: "¿Cree en Dios?". Me quedé sorprendida y le pregunté por qué. Entonces, me contestó: "Yo creo que cuando se reencuentre con Ana Frank, ella la abrazará". Me pareció tan emocionante que le confesaré que se me llenaron los ojos de lágrimas.