El fantasma que habita en la pintura de Antonio López
Barcelona salda su deuda con el pintor dedicándole una gran exposición en La Pedrera que revisa toda su trayectoria.
7 octubre, 2023 03:11En Barcelona faltaba esta exposición. Hasta ahora, en la ciudad la obra de Antonio López solo se había visto ocasionalmente en colectivas o en alguna galería privada. Pero en esta ocasión La Pedrera presenta una gran retrospectiva que despliega el universo del artista desde prácticamente los inicios hasta la actualidad, y con obra muy diversa, lo que permite una aproximación al pintor que va más allá de los tópicos del realismo con el que habitualmente se le suele identificar.
Antonio López (Tomelloso, 1936) inspira entusiasmo de la misma manera que desprecio e irritación, pero esta muestra representa la oportunidad, para bien o para mal, de conocerlo.
¿Cuál es el argumento de esta exposición? Muchas lecturas son posibles, pero intuimos que hay un tema fundamental que se proyecta en todo el itinerario de la muestra: la idea de fantasma.
[Retrato al natural de los últimos realistas]
La primera imagen que encuentra el visitante es Carmen dormida (2008), una escultura de gran formato que consiste en la cabeza de un bebé que emerge del suelo y, detalle significativo, con los ojos cerrados. Como si la figura estuviera en un estado de eterna somnolencia, en un trance que invita al espectador a la visión interior y a al sueño.
Esta pieza, localizada en el patio interior y cerrado del edificio, justo antes de acceder al propio espacio expositivo, es una aparición. La escala de la escultura en relación con el entorno, lo insólito e inesperado de la ubicación, crean una sensación de extrañeza, la de entrar en un mundo virtual, desconocido.
Hay en Antonio López un aspecto asociado a la condición de “lo siniestro” freudiano: el tema del doble. Maniquíes, autómatas, estatuas, espejos...
Este es el mensaje que se encierra a lo largo del itinerario, como si se tratara de un bajo continuo. Puede que, por momentos, sea más o menos perceptible, pero siempre está detrás de sus piezas y es lo que les infunde el sentido y su razón de ser. Porque, efectivamente, existe un fantasma que habita la pintura de Antonio López. Más aún, sin esta dimensión espectral y perturbadora, su obra resultaría banal y vacía.
En sus primeras etapas el artista introducía elementos disonantes en la descripción de la vida cotidiana: asociaciones insólitas de objetos, perspectivas o puntos de vista incongruentes, todo ello en un contexto más o menos realista. Esto es, una condición fantasmática que parecía sobrevolar el mundo de las apariencias sensibles.
Se ha dicho que, en estos momentos iniciales, el artista, en busca de su propio lenguaje, era deudor del surrealismo y de la pintura metafísica y que posteriormente fue depurando su expresión. Falso.
Desde siempre en Antonio López ha existido una vertiente inquietante que se manifiesta de maneras muy diversas: la fascinación por la belleza en descomposición (las series dedicadas a ramos de rosas que se marchitan), la sugestión por las ruinas modernas (los virtuosos dibujos de interiores y cuartos de baño desvencijados), la obsesión por un entorno conocido que por momentos toma un cariz perturbador (una de las piezas que más nos ha impresionado son unas maquetas que representan escenas familiares)...
Pero, sobre todo, hay un aspecto asociado a la condición de “lo siniestro” freudiano: el tema del doble. Maniquíes, autómatas, estatuas, espejos... son motivos vinculados a este tema y, por extensión, a la idea de copia, reproducción, mímesis o realismo.
Uno de los aspectos más interesantes de la muestra es la exposición del particular método de trabajo: papeles vegetales le sirven para calcar fragmentos de imágenes que superpone al soporte y con los que va componiendo la obra. Hay algo puzle en su manera de trabajar.
De la misma forma, el artista vuelve una y otra vez a la misma pieza, rehaciéndola a cada paso, pero dejando visibles los primeros trazos, como si se tratara de un palimpsesto. Efecto puzle, efectivamente, o también podríamos denominarlo método Frankenstein, porque cada cuadro parece como cosido a pedazos, lo que nos remite de nuevo a la idea de maniquí, autómata o doble.
Mas aún, se podría aventurar una analogía entre estas imágenes fantasmáticas de los cuadros del pintor y el trabajo en el laboratorio de fotografía: una vez la luz ha quedado inscrita sobre el papel fotosensible, la imagen surge de las cubetas como si se tratara de una aparición espectral. Esta magia alquímica parece existir también en la obra de Antonio López.