La casualidad ha querido que la poeta Anne Carson (Toronto, Canadá, 1950), que fue reconocida con el Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2020, se encontrara en España precisamente el día antes de la entrega de los galardones tres años más tarde. Sin embargo, su presencia no se corresponde esta vez con las distinciones de Oviedo, ciudad a la que no pudo acudir en 2020 debido a la pandemia, sino con su visita al Museo del Prado, en Madrid, para pronunciar una conferencia enmarcada en el ciclo dedicado a José Pedro Pérez-Llorca, uno de los siete padres de la Constitución Española, fallecido en 2019. Además, será la encargada de inaugurar el festival Getafe Negro este viernes.
No era, como muchos sabrán, la primera vez que la poeta canadiense visitaba nuestro país, al que le une una profunda afinidad, acreditada, entre otros hitos, por su ensayo Tipos de agua. El Camino de Santiago, en el que relata su experiencia como peregrina con destino a la catedral compostelana. En esta ocasión, el motivo de su acercamiento a nuestra cultura pasaba por un pintor, Francisco de Goya, y una de sus obras, Perro semihundido, integrada en la serie de pinturas negras que desarrolló en los muros de su casa de Quinta del Sordo, a las afueras de Madrid.
Tuvo que ser en 1819, según Carson, cuando el pintor atormentado perfiló sobre los muros de yeso de su vivienda aquella imagen expresionista en la que un perro pierde su mirada en un vacío amarillento. "Contemplar es más intenso que mirar", dijo la poeta ante un auditorio que guardaba un silencio abisal. Y se sirvió de una expresión que utilizaba Rilke, in-see, para decirnos que lo que ella hacía era "mirar por dentro".
[Anne Carson: “La poesía es el espacio que hay entre dos realidades”]
Cuando el ejercicio es tan profundo, "solo se puede dudar". Esto es lo que pensó Carson cuando en pleno confinamiento, en la pandemia, le regalaron una mesa redonda, que la llevó a reflexionar sobre "el borde". "La redondez [lo circular] importa, te entra en la cabeza y cambia tu forma de pensar. Una mesa redonda no tiene equilibrio", resolvió.
Y en ese límite o frontera por donde también transcurren, como funambulistas, los géneros de su obra —poesía, fragmento, ensayo, artículo académico o texto narrativo— y los formatos de sus composiciones poéticas —pastiche, collage de citas y voces, diario, entrevista imaginaria, ficción narrativa o poema serial—, la pintura de Goya se iba desplegando hacia un sinfín de posibilidades cuyo único destino era la Duda, título de su conferencia.
Las curiosidades de Carson acerca de la obra de Goya son muchas; las conjeturas, infinitas. Por un lado, las causas que podrían haber llevado al pintor de Fuendetodos a virar su pintura hacia universos tan oscuros: ¿la guerra, una situación sentimental anegada...? ¿Y respecto al perro? En la imagen no hay agua, pero no parece perturbado. Quizás "simplemente está observando, el momento más importante en el día del artista". Ah, "cuidado con lo que mira el artista". Por cierto, "¿los animales ven los bordes, les preocupa caerse?". ¿Es lo que le preocupa al perro de Goya, que mira al vacío amarillento?
Lo que decepcionó a Carson fue descubrir, en una fotografía de 1870, que en la pintura había dos pájaros. Sin embargo, en la obra que se conserva en el Prado no hay ni rastro. ¿Quizás fue un efecto óptico?, se preguntó. ¿Y si de verdad estaba mirando a los dos pájaros?. "Me desencantó esta conclusión. Yo quería que el perro estuviera experimentando una ausencia de límites, pero quizás tenía hambre y solo miraba arriba", dijo. ¿Y si fuera "una obra que representa a un perro sordo que mira a los pájaros pero no puede oírlos? ¿Quiso plasmar un sonido que él no podía oír ni nosotros tampoco?", se preguntaba.
La relación de la poeta con las ardillas de su jardín también la han llevado a reflexionar sobre la relación de los humanos con los animales y cuáles son, con respecto a aquellos, las percepciones de estos. "Hay biólogos que entienden que el comportamiento animal es un reflejo", anticipa. Por ejemplo, el zoólogo Jakob Johann von Uexküll, que influyó en Heidegger, consideraba que el comportamiento del animal no entiende qué espera cuando espera. "No tienen sentido de nada más", explica la poeta. Pero para ella no es suficiente.
¿Por qué entonces experimentó con una ardilla un momento de trance en su jardín? "Nos miramos y se nos olvidó el tiempo. Cuando volvimos, había un corte de edición", aseguró. Entonces, "¿había habido un momento de armonización?", insistía, mientras que rescataba a Rilke y a su "Octava Elegía de Duino", en la que el poeta alemán abordaba la diferencia entre animales y humanos. Rilke, que alababa la vida de los insectos, creía en la “conciencia del animal” porque, al contrario que los humanos, "no pone al mundo en su contra. Está en el mundo, no contra el mundo".
[Anne Carson, Premio Princesa de Asturias de las Letras]
Carson piensa, entonces, en "las relaciones de poder" que el humano mantiene con el animal desde el principio de los tiempos. Pero se reconcilia al rememorar el episodio que cambió la vida de la antropóloga Nastassja Martin, autora de Creer en las fieras. Cuando se encontraba realizando un trabajo de campo en Siberia, se dio de bruces contra un oso, que se marchó llevándose un trozo de su mandíbula. La antropóloga aseguró que "el beso del oso fue el momento más íntimo que había tenido en toda su vida", dijo Carson, y añadió: "Una experiencia de este tipo hace que te replantees tu percepción sobre la relación con los animales".
Y es que "lo que nos confunde a veces tiene una explicación lógica". Así el vínculo entre la religiosidad y la duda. Según Safo, "rezar es dudar", recordó la poeta. Pero ¿quién sabe? Todos dudan y, al final, está la ignorancia, vino a decir Carson, que se despidió con una calurosísima ovación cuya hondura, en contraste con la ligereza de la poeta en los agradecimientos, nos hizo recordar una de las frases que pronunció, sin demasiado fuste, mediada la conferencia: "Sigo siendo un huésped que llega tarde a la fiesta. Aquí estoy, en el umbral".