Me temo que en los últimos años la traducción de libros de poesía portuguesa se ha reducido ostensiblemente, un hecho que no tiene justificación si tenemos en cuenta su sostenida calidad, propia de una de las tradiciones líricas más importantes de Europa. Solo en los dos últimos siglos, la nómina de autores y obras resulta apabullante.



Por suerte, los libros de la poeta Ana Luísa Amaral (Lisboa, 1956 -Leça da Palmeira, Oporto, 2022), una voz reconocida dentro y fuera de su país, están al alcance del lector español: Oscuro, What's In a Name, Mundo y la antología El exceso más perfecto, editada por la concesión del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Ni siquiera su inesperada, prematura muerte ha malogrado esa necesaria presencia. El poeta Martín López-Vega se ha encargado de la traducción de Ágora, que vio la luz en Assírio & Alvim, su editorial portuguesa, en 2019 y le valió el premio Francisco de Sá de Miranda en 2021.



En esta ocasión, Amaral se sirve de la écfrasis (según el diccionario, “descripción precisa y detallada de un objeto artístico” o “figura consistente en la descripción minuciosa de algo”) para, a través de treinta y tres obras de arte (que van de una vasija griega hasta un cuadro de Van Gogh pasando por Blake, Caravaggio, Gentileschi, Rembrandt, Giotto, Rubens, De La Tour, Uccello…), reflexionar acerca de lo que nos ocurre. Sí, su aventura poética va mucho más allá de la mera descripción de esas pinturas, si bien la edición del libro recoge, como es lógico, las reproducciones en color de dichas composiciones.

Sumario de tipo Sidebar

Ana Luísa Amaral



Traducción de Martín López-Vega

Sexto Piso, 2023. 188 páginas. 24€

Para ello Amaral elige algunos motivos claves del imaginario occidental, relacionados en su mayor parte con La Biblia, vertiente veterotestamentaria. Para ella “una fuente” en la que reconocer nuestro legado “judeocristiano”. También alude a algunos mitos, como el del vellocino de oro. Desde ahí viaja hasta la actualidad en un apasionado diálogo que le permite (a ella y, consiguientemente, al lector) abordar asuntos tan acuciantes como el éxodo oriental y africano de inmigrantes que naufragan y mueren a diario en el Mediterráneo, cuestión a la que dedica el poema que cierra el volumen.



La suya, dijo, es la “voz dos refugiados”. Esa que ofrece a cuantos carecen de ella. La misma voz que da a los personajes que figuran en esas obras y que ahora hablan desde el otro lado de la historia. De forma más humana, diría. Como la Virgen en la Anunciación, pongo por caso, o Cristo en el juicio (“Pero yo no estoy sereno / solo finjo estarlo”), el jardín (“Ellos no saben de la historia más de dentro”) o la cena de Emaús. Además, Salomé, Herodías, Jacob (“La agonía del espacio, / la tortura del tiempo”), Holofernes (en el poema “El dolor: un habla distinta”), David y Goliat (“Siempre se mata / aquello que se ama”), “el hermano del [hijo] pródigo” (“Debe ser una cosa extraña / la lealtad, / tanto como penoso el oficio de amar”), Isaac (su estupor), san Francisco, la mujer de Lot, Magdalena, Adán y Eva y Caín (“Antes ser todo y libre / que bueno pero humilde”), Babel (un poema precioso, digno de ser leído en el Congreso), Lázaro, Verónica, el diluvio (“el precio del perdón / y la seca promesa del ya basta”), etc. No olvida la vindicación feminista: “las piedras, que no mueren, / pero poseen el poder de / matar / mujeres / aún hoy”.



Amaral procede en este libro con una concisión y una parquedad destacables. La cotidianeidad que caracteriza su poesía autobiográfica deja paso a una visión más profunda y trascendente del mundo. Va, sin desvíos, a lo esencial, lo que no significa que pierda por ello esa limpia claridad que la identifica.