“Tatuarse es una fiesta. Para nosotros que nos marcamos, tatuarse es la mayor fiesta imaginable, una mezcla de voto solemne y treta infantil”. Así, con esta declaración de principios estéticos y vitales, comienza Curar la piel, el libro con el que Nadal Suau, crítico habitual de El Cultural, ha conquistado el Premio Anagrama de Ensayo mostrando sus cicatrices, sus “heridas colmadas” cargadas de sentido.
Lejos de los tiempos en los que marcarse la piel con tinta equivalía a desnudar un turbio pasado o un presente marginal, el tatuaje en nuestros días se ha convertido en bastante más que una moda propia de marineros, delincuentes o, como subraya Nadal Suau (Palma, 1980), “seres liminares con buenas razones para decirle a los demás ‘He vuelto desde otro lugar’”.
Pregunta. ¿Cuánto tiene Curar la piel (Anagrama) de ensayo en torno al tatuaje, de ejercicio de (auto)crítica cultural con su piel, de reafirmación personal y de retrato social?
Respuesta. De reafirmación personal, nada. O al menos, no más que cualquier escritura cuyo autor se empeñe en publicar. Los otros tres enfoques, que son fundamentales, convergen hasta confundirse. De hecho, quise usar la expresión “en torno al tatuaje” como subtítulo para aclarar desde el principio la clase de libro que propongo. Por supuesto, el tatuaje es protagonista y eje de Curar la piel, pero aquí no se trata de repasar su historia al detalle, sino de responder a dos preguntas iniciales: ¿Por qué me tatúo? ¿Por qué nos tatuamos hoy los occidentales?
»La primera solo tenía interés integrarla en tanto que incitase a la segunda y le sirviese de “caso práctico”, por así decir. Bueno, y porque mi estilo y tono requieren de cierto arraigo personal. Mi idea del género ensayístico consiste, primero, en partir de un tema concreto para iluminar el estado general de nuestras vidas; segundo, en enhebrar las inquietudes propias con las de época. A fin de cuentas, nada es ajeno a nada, y la expansión contemporánea del tatuaje no puede entenderse sin hablar de sociedad, afectos o tendencias culturales.
P. Entonces, ¿por qué se tatúa y desde cuándo?
R. Empecé hacia los treinta y tres años, cuando estaba cerrando un proceso de cambio vital. Lo hice porque intuí su valor de rito y también para desafiarme a mí mismo y a mis prejuicios. Después continué por varias razones: disfrute genuino, curiosidad, amor, sentido estético, reivindicación de lo perdurable…
[Crítica de 'Curar la piel', de Nadal Suau, Premio Anagrama de Ensayo]
P. ¿Cuál es el secreto del éxito actual del tatuaje?
R. Su auge ha sido un proceso imposible de reducir a una explicación única. Algunas variables que considero en el libro son la necesidad de rituales, la ansiedad derivada de una cultura de la obsolescencia, la prioridad del cuerpo en la construcción identitaria, la ideología aberrante que exhorta al individuo a “gestionarse” como si fuese empresa, producto y marca de sí mismo… Como ve, entre ellas no faltan contradicciones y hasta formas frontalmente opuestas de entender el mundo, y es normal: el tatuaje solo es un terreno más en el que se proyectan las tensiones de nuestro presente.
"En el tatuaje se proyectan las tensiones de nuestro tiempo"
P. ¿De qué manera la tinta permite abrirse a un territorio más de juego, voluntad y socialización? ¿Qué tiene hoy de búsqueda estética y discursiva, de la que antes carecía?
R. Hasta hace tres o cuatro lustros casi nadie se cuestionaba si un tatuaje tenía o no “calidad” antes de hacérselo. Lo importante era el gesto, el acto, que solía responder a dos pulsiones: la rebelde o la comunitaria. A veces llegaban a solaparse, como en algunos movimientos contraculturales o entre presidiarios. Otras veces, la segunda reforzaba lazos gremiales.
»Ahora todo es distinto: se tatúan la magistrada y el peón, el profesor y la alumna. Se multiplican los estilos, las técnicas y los temas, los precios. Se ha perdido especificidad social mientras se sentaban los pilares de un “buen gusto” más o menos canónico. “Qué bien tatuada va Alicia”, “qué mal tatuado va ese tío”… son frases que se escuchan a menudo y que en 1980 habrían carecido de sentido. Así que, para bien o para mal, la búsqueda estilística se ha enriquecido mucho, acercándose a dinámicas del circuito artístico.
»En cambio, el discurso sigue en pañales, como demuestra que apenas existan ensayos similares a Curar la piel, solo acercamientos académicos o libros de fotografía. Usted me pregunta si esta práctica abre nuevos caminos de socialización: eso está por ver, pero mi apuesta y mi esperanza es que sí, aunque la paradoja es que, por el camino, hemos hurtado a ciertos colectivos una herramienta de vínculo y reconocimiento.
P. Pero, ¿qué tiene de rito?
R. Para empezar, la sesión de tatuaje presenta dinámicas, códigos y ritmos propios, bien establecidos, que exigen la conciencia plena del cliente y una dosis mínima de sacrificio. Pero, sobre todo, tatuarse equivale a aceptar que existe lo perdurable, que queremos marcarnos algo para siempre. Ese “para siempre”, que resuena como una herejía en 2023, oculta la añoranza de otra velocidad vital, de un mayor arraigo.
"Los hilos de comentarios a la noticia del Premio Anagrama en Internet anduvieron sobrados de rabia"
P. ¿En qué se basan sus Enemigos?
R. Cuando en el libro hablo de “Enemigos” me refiero al tipo de persona verbalmente agresiva, despreciativa, que en cada tatuado ve a un moderno flipado, a un analfabeto, etc. A seres ridículos, en definitiva. Sin ir más lejos, los hilos de comentarios a la noticia del Premio Anagrama en Internet anduvieron sobrados de rabia. La mala fama del tatuaje viene de lejos y goza de tradición intelectual, gracias a críticos como Adolf Loos, cuya sombra sigue proyectándose hoy. Pero intuyo que también influye un puritanismo muy actual, contrario a la fluidez de los cuerpos, de sus puestas en escena, de sus instintos.
P. Hablando de Enemigos, ¿qué cree que hubiera pensado su padre de haber leído el libro? Sin duda le hubiera enorgullecido el premio, pero ¿le habría acabado comprendiendo?
R. Me cuesta concebirlo, porque el libro sería otro en caso de que siguiera vivo, pero haré el esfuerzo. Estaría orgulloso, seguro; e incómodo, segurísimo. No me habría comprendido mejor. Me habría respetado. Quién sabe si se sentiría liberado de algún peso. Y ahora voy a decir algo que sonará raro, pero es una certeza absoluta que tengo.
»Si me pregunta usted qué piensa mi padre del libro ahora (ahora que no está, ahora que murió, ahora que su historia está cerrada) estoy convencido de que Curar la piel lo hace feliz y lo comprende. Lo sé porque yo también le comprendo a él por completo, al fin, y he descubierto que es mi principal interlocutor, la figura que más me viene a la mente día a día.
“El tatuaje se relaciona con la moda o el individualismo en la misma medida en que lo hace la literatura”
P. ¿Por qué el tatuaje ha sucumbido a la moda?
R. Porque nada escapa de esa influencia. El tatuaje se relaciona con la moda, el individualismo, el narcisismo o el exhibicionismo, sí, pero en la misma medida con que lo hacen el deporte, la literatura, el dinero, la farmacología…
P. ¿Y a qué se refiere cuando habla de su gentrificación?
R. Establezco un paralelismo con los procesos urbanísticos que revalorizan barrios degradados al precio de expulsar a sus viejos vecinos. Verá, todos pensamos en los tatuados de hace cincuenta años como marginales, macarras delincuentes, etc., ¿no? Esas etiquetas condenatorias, tan clasistas a poco que las analicemos, caricaturizaban a estratos sociales desposeídos de privilegios. Sin embargo, vistos desde dentro, en aquellos entornos los tatuajes representaban signos de orgullo, reconocimiento, complicidad… Hoy, esos códigos han caído para dar paso a una diversidad que dificulta que dos estibadores se reconozcan en el honor compartido de lucir cierto diseño pero facilita que un tatuaje barato desvele a ojos elitistas la falta de poder adquisitivo de quien lo luce.
P. ¿Y qué supone ser el “curador” de la propia piel?
R. El título juega con un doble sentido: tener cuidado de la piel pero también comisariarla, ser el equivalente al curador de una instalación artística o al menos simbólica. Obviamente, el mapa de tus tatuajes ofrece denotaciones y connotaciones autobiográficas. Pese a ello, es un error creer que cada tatuaje ha de “significar” algo concreto; a veces, solo significan que estás investigando un tipo de estilo o aprecias el trabajo de un artista. Sin embargo, tatuarse también conlleva una búsqueda de estilo. Estilo e historia de vida necesitan confluir, pero no son sinónimos.
P. Explica en el libro que siempre ha buscado a los mejores profesionales que ha podido pagar, y que en su caso no hay arrepentimiento, pues cree en la perdurabilidad y la memoria… ¿Es una provocación, una estrategia, incluso una prueba de humor (pienso en su primer tatuaje, el del escarabajo)?
R. Hay humor en el libro, desde luego, pero esa falta de arrepentimiento va muy en serio. Para mí, lo extraordinario de tatuarse reside en el momento de la decisión, cuando adoptas una señal para siempre. Durante ese instante, la eternidad existe para ti, la certeza de comprometerte con algo hasta el final. Por supuesto, comprendo que otros opten por borrarse o cubrir un diseño que no les gusta o el nombre de un ex, pero yo prefiero guardar memoria.
“Cuando adoptas una señal para siempre, existe la eternidad, la certeza de comprometerte hasta el final”
P. Menciona a Cynthia Ozick cuando cuestiona el desplazamiento que ha tenido la llamada “literatura seria” desde el centro de la cultura occidental a los suburbios de lo minoritario: ¿es posible revertir esta tendencia?
R. Desde luego, me encantaría compartir con mucha más gente la pasión por la literatura “seria”, y que recuperase atención masiva e influencia pública solo nos traería cosas buenas. Ahora bien, no tengo ni idea de si tal fenómeno entra dentro de lo factible a medio plazo. Optimista no soy. Por eso, me conformaría con que la literatura “seria”, minoritaria o no, siga siendo seria de verdad.
P. En el libro reflexiona sobre la relación entre los tatuajes y la muerte, para terminar afirmando que en su vejez con ellos pasará lo mismo que con el deseo: “Los habitaremos. Los bendeciremos”. ¿Son quizá la última burla a la muerte o un retrato libérrimo de amor, soledad y sueños?
R. De la muerte no cabe burlarse. En todo caso, quizá sean una afirmación de vida. De la vida entendida como un baile de transformación y memoria. Con un tatuaje alteras deliberadamente tu piel: transformación. Lo haces para dejar un mensaje fijado: memoria. Con todo, no existe tal fijeza, porque el tatuaje cambiará con los años, igual que la piel o tus recuerdos: transformación. También eso lo asumes con gusto, es parte del trato: memoria. Al final, desaparece contigo. ¿Recuerda aquella frase de Kafka que definía a sus diarios como “pruebas de haber vivido”? Pues algo parecido.