Las mujeres ya no son 'invitadas' en la historia del arte, ahora son 'maestras'
El Museo Thyssen reúne en una exposición deslumbrante un centenar de obras que trazan un necesario recorrido por la creación femenina desde el siglo XVI.
6 noviembre, 2023 01:05En 2020 se inauguró en el Museo del Prado la exposición Invitadas. Fragmentos sobre mujeres, ideología y artes plásticas en España (1833-1931). Su planteamiento, mostrar el papel de la mujer en el arte español de ese periodo –subalterno como artistas, y sexualizado e idealizado como tema– suscitó una intensa polémica. La exposición que comentan estas líneas es, en cierto modo, su contrapartida. Aquí las mujeres son Maestras en vez de Invitadas. Y aunque el ámbito es internacional y el periodo más amplio, resulta inevitable la relación.
Sin embargo, sería empobrecedor interpretar Maestras exclusivamente en estos términos. No solo por la mayor ambición intelectual de su planteamiento, sino porque correríamos el riesgo de pensar que su selección de obras se justifica por su perspectiva feminista. Y me alegra decir que no es así. Porque al no serlo he podido ver un puñado de cuadros extraordinarios, que lo serían igualmente aquí o en cualquier otra exposición. Lo que pasa es que a lo mejor ha sido necesario este contexto para que salgan de los almacenes o para que lleguen hasta un museo de Madrid.
La primera muestra histórica dedicada a mujeres artistas fue Women Artists: 1550-1950 (Los Ángeles, 1976). En ella se reunieron obras de muchas creadoras hasta entonces poco o nada conocidas y que hoy son nombres ineludibles. Una de las comisarias, Linda Nochlin, había publicado unos años antes el texto “¿Por qué no ha habido grandes mujeres artistas?”, cuya lectura incluso hoy resulta iluminadora. Venía a decir que la ausencia de las mujeres de la historia del arte era no solo producto de su secular marginación del espacio público o de su inferioridad social en un mundo dominado por los hombres. Más allá de todo ello, en el ámbito del arte existía una razón más y de importancia decisiva. Y era que el canon, el criterio de valoración, estaba construido de tal manera que los temas y los modos de hacer de las mujeres nunca obtendrían reconocimiento. A desmontar ese canon “trucado” se dedicaron luego muchas historiadoras y críticas de arte.
A través de sus ocho relatos, desfilan casi cien obras de setenta artistas. El resultado es deslumbrante
El estadio siguiente, lo que podríamos llamar la cuarta ola del feminismo, está centrado a su vez en reconstruir las genealogías y las complicidades que, por el contrario, han permitido a las mujeres ocupar posiciones significativas en sus respectivos contextos. Esta es la perspectiva que utiliza Rocío de la Villa, comisaria de esta muestra, y a partir de la cual organiza un discurso notablemente denso y articulado. A través de sus ocho relatos, desde finales del siglo XVI hasta los años treinta del siglo XX, desfilan casi cien obras de setenta artistas (la mayoría nunca expuestas en nuestro país). El resultado es plásticamente deslumbrante.
Veamos las secciones. ‘Sororidad I’ (término para la fraternidad femenina) reúne a tres generaciones de artistas que en la Italia contrarreformista del siglo XVII transformaron en castas las habituales representaciones eróticas de la mujer o forjaron escenas de supremacía femenina. ‘Botánicas y conocedoras de maravillas’ se fija en esas artistas especializadas en bodegones, que prolongaron el antiguo vínculo femenino con la botánica medicinal. Una de sus particularidades es la de representar las especies vegetales en pequeños ecosistemas.
[Las artistas reescriben la historia de los museos]
‘Ilustradas y académicas’ alude al momento en que el fin del absolutismo en Francia propició el acceso de algunas mujeres a posiciones de poder y prestigio, como academias o asociaciones científicas. ‘Orientalismo y costumbrismo’ muestra cómo las pintoras se acercaron con más empatía que sus colegas masculinos a los personajes exóticos y cómo algunas de ellas pudieron entrar en los harenes, vedados para ellos.
Me llamó especialmente la atención cómo la sección ‘Trabajos y cuidados’ recoge la labor femenina en grupo, subrayando los vínculos que se establecen al trabajar juntas. En ‘Nuevas maternidades’ se refleja la ternura de las relaciones maternofiliales, pero también la dureza de su trabajo. ‘Sororidad II’ reúne iconografías de la confianza y la amistad entre mujeres que aparecieron con el paso del siglo XIX al XX, en las que late un peculiar anhelo de libertad. Y, por último, ‘Emancipadas’, en paralelo a las implantaciones del sufragio femenino, revela la conciencia de una tradición artística propia. Y también la innovadora relación pintura-tejido-moda.
Es imposible comentar las obras, pero no me resisto a mencionar algunas que me han parecido especialmente destacadas: el bordado Los amores de Neptuno (1590) de Caterina Cantoni y la escultura Madre con dos niños (1932) de Käthe Kollwitz. El espléndido cuadro Las odaliscas (1902) de de Jacqueline Marval, y también Las lavanderas (1882) de Marie Petiet, Una labradora norteafricana (1867) de Henriette Browne y Frutas, flores, reptiles (1716) de Rachel Ruysch. Entre las pintoras españolas hay nombres ampliamente conocidos, como María Blanchard, Ángeles Santos o Maruja Mallo, pero otros serán para la mayoría un descubrimiento de gran interés: Lola Anglada, Lluïsa Vidal, Eloísa Garnelo o Victoria Martín.