Leía sobre las tormentas políticas nacionales cuando una llamada de la redactora jefe de esta revista abrió un claro en el cielo: Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) ha ganado el Cervantes, me dijo. El dardo dio de pleno en el corazón de la literatura, pensé. La novela española posterior a 1950 apenas podemos ceñirla a esquemas inteligibles, los lectores expresan sus preferencias, muy en particular en las cajas de grillos o redes sociales, con una volatilidad sorprendente. Sucede que las historias de la novela han pasado de moda, y el lector común parece andar a la deriva.
Por fortuna, hay una serie de calas propiciadas por unos microclimas literarios en los que existen ciertos escritores, una de esas calas es la de los novelistas leoneses, donde Luis Mateo Díez se ve acompañado de José María Merino y Juan Pedro Aparicio. Allí, los lectores literarios pueden visitar sus obras, sabiendo que disfrutarán del rigor estilístico, el respeto a la tradición narrativa española y el cultivo consciente del arte de la novela.
Se requiere para leerlos, para leer a Luis Mateo, afinar la sensibilidad mellada en los tiempos actuales. La sensibilidad del ciudadano medio está echada a perder por la geometría, por los espacios limpios, por los lugares nítidamente recogidos. Los ciudadanos aspiran a tener cocinas, baños y salones, limpios de impedimentos físicos y visuales. Se han deshecho con facilidad asombrosa del pasado, del viejo mobiliario familiar, por ejemplo, sustituido por uno funcional de IKEA.
[Luis Mateo Díez y el territorio de Celama: historia de un descubrimiento]
Si acaso, en algún lugar de la casa hay unos pocos libros, novelas de detectives, donde siempre los buenos acaban ganando, la acción se cuadra en un final claro. Sin embargo, el lector que se acerque a la obra narrativa de Luis Mateo Díez conviene que se ponga una bata de esas clásicas que gastaban los comerciantes tiempo ha, un guardapolvo, porque va a entrar en un mundo, un espacio literario, lleno de personajes cuyas vidas están repletas de bagaje humano, donde los límites, las fronteras resultan imprecisas. Pensar en lugares donde hay sillones viejos, fotografías, cuadros, libros, caminos polvorientos, y por todas partes asoman historias, donde el pasado pesa sobre el presente con una fuerza que en ocasiones resulta difícil de sobrellevar.
Los personajes de sus novelas se rozan, por amor, o en ocasiones viven en perennes disputas con otros familiares o con amigos. En determinados momentos reaparece alguien en el argumento que se fue hace tiempo, y ahora trae consigo el ayer mezclado con un pasado reciente desconocido, el vivido en ausencia, o se cuentan reencuentros tras un largo periodo de hostilidades. Así la novela recoge ecos de la tradición, que recuerdan textos bíblicos. Episodios, vivencias salidas, pues, del repositorio del imaginario universal.
[Luis Mateo Díez, un montañés lúcido y tranquilo]
Estoy convencido que la palabra justa, la que lleva dentro sentidos que reavivan el alma del lector, encuentra a los grandes escritores. Los hay que la buscan, dicen que Gustave Flaubert podía pasar un día entero tras el adjetivo justo, sin embargo pienso que Díez pertenece a esos escritores hispanos, pienso en Federico García Lorca o en Juan Rulfo, donde el proceso creativo ocurre al revés.
Son las palabras las que se ofrecen a la sensibilidad del novelista. Y eso es así porque la ecuación de creatividad y escritura se resuelve de manera distinta en sus casos. La creatividad de Luis Mateo se origina en el cuidadoso cultivo de una sensibilidad propia, y luego viene la redacción que modela el texto escrito. Ambas instancias combinadas dan lugar a un arte de la palabra cargado de material afectivo.
La creatividad de Luis Mateo Díez se origina en el cuidadoso cultivo de una sensibilidad propia
La extensa obra de Luis Mateo Díez, los cuentos y las novelas, la poesía, el teatro, el periodismo, suponen un buen refugio para recargar las pilas de la verdad humana, de los aspectos vitales de los que somos responsables, cuando las descargas ideológicas complican la convivencia social. Cada historia, y me ciño a la narrativa, desde aquella novela primeriza en que se desperezaba un gran narrador, Las estaciones provinciales (1982), supuso para muchos lectores un hito en su vida intelectual. Esta obra llenó de orgullo a toda una generación, molida entonces por la propaganda del boom latinoamericano.
Por fin nosotros también teníamos una novela propia, hecha a nuestra medida. La mejor de sus creaciones es para mí La fuente de la edad (1986), donde los miembros de una singular cofradía buscan una fuente de aguas virtuosas. Supone el mejor ejemplo de un periplo narrativo ascendente, de afirmación en una manera de novelar. A lo largo de su entera producción el autor busca la verdad en ese vértice en que se encuentran lo racional y lo irracional, solo accesible por la puerta de la imaginación.
[Los libros fundamentales de Luis Mateo Díez]
Utiliza como llave un verbo que permite el acceso a un espacio lleno de secretos de la vida, que nunca logramos descifrarlos del todo. Lo importante es el camino, el texto, no tanto su resolución. Celama (Un recuento) (2022), que ya comentamos en estas páginas, redactada con la habitual destreza verbal, recrea la vida en su León natal, y nos recuerda que bajo el ruido y las tormentas existe otro mundo, autónomo, rico en tradiciones, que nos sustenta.
Miguel de Cervantes es la voz genuina y original de nuestras letras, su lengua universal ofrece sus tesoros a cuantos la usan, y, a veces, uno de ellos merece unir su nombre al premio que lleva su nombre por la maestría con que lo maneja, el caso de Luis Mateo Díez.