El espíritu profundamente analítico de Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) no es incompatible con su tendencia a fabular. A lo largo de su carrera literaria, el escritor y periodista ha hibridado compulsivamente la ficción y el pensamiento en muchas de sus obras. El mundo entonces (Random House), libro surgido al calor de una serie de artículos publicados en El País, viene a confirmar esta confluencia entre su inclinación a la inventiva y la lucidez ensayísitica.
La idea de la fabulación acerca del futuro, más sugerente que articulada, no es más que un pretexto para explicar nuestro presente a través de un riguroso manual de historia basado en datos, algunos verdaderamente sobrecogedores. Dividido en 25 capítulos, el volumen se ilustra con historias de la vida real, acaso para desengrasar —humanizar— la ingente cantidad de información que incluye, y está cuajado de episodios aparentemente intrascendentes que, sin embargo, se revelan como jugosísimas anécdotas para explicar las transformaciones sociales recientes.
Caparrós es uno de los cronistas más influyente de América Latina en la actualidad. El autor no termina de sentirse cómodo con esta condición, la de cronista, por lo que ha acuñado un término, Lacrónica —un libro recopilatorio de 2015 lleva este título—, para definir un texto esencialmente literario "que se sostenga por sí mismo, que sea bueno más allá de la actualidad".
No es el único concepto propuesto por el autor argentino. Uno de ellos daba título a una monumental reflexión acerca de América Latina, Ñamérica (2021), y otro pretende ser un sustitutivo de la "Edad Contemporánea", lo que considera un "renuncio epistemológico", habida cuenta de que "cualquier presente es una edad contemporánea". La "Edad Occidental", conviene Caparrós, no habría comenzado en la Revolución francesa, sino en la fundación de Estados Unidos, y habría terminado en 2021, momento en el que la economía china superó a la norteamericana.
Esta etapa, también fruto de la personalísima nomenclatura del autor, es el objeto de exégesis en El mundo entonces. Lo singular de la propuesta es que el narrador, en la piel de una historiadora ficticia, se sitúa en el futuro —tercera década del siglo XXII— con el objetivo de "poder ver el conjunto", explica a El Cultural en esta entrevista, donde también da buena cuenta de su inquietud ante la inminente segunda vuelta en las elecciones en Argentina.
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Pregunta. Suponemos que si ha llevado a cabo el ejercicio de situarse en el futuro para escrutar la realidad actual es porque considera que, más allá de la peripecia, el buen diagnóstico requiere un alejamiento. ¿Cómo ha logrado establecer esa distancia con nuestros días?
Respuesta. Ahí estaba todo el desafío. Estoy convencido de que hay muchas situaciones que requieren que uno dé dos pasos atrás para que el árbol no te tape el bosque. La idea básica era tratar de encontrar un mecanismo que me permitiera mirar con extrañeza aquello que nos resulta más común, porque es la forma en que uno entiende las cosas. Estamos tan acostumbrados a lo que vemos y el entorno en el que vivimos que no nos da por pensarlo. Para que esa mirada sea fecunda, lo que necesita es salir.
»Es curiosa la cuestión de los pantalones [un episodio que incluye en su libro]. La historiadora se extraña de que en esta época la gente se ponga dos tubos de tela, uno en cada pierna. Y es cierto que es raro porque no es la primera solución que se nos ocurre. Durante mucho tiempo había taparrabos, unas telas que rodeaban la cintura… El uso de los pantalones no es lo normal; es el resultado de un largo proceso histórico y, en consecuencia, la manifestación de la hegemonía occidental. Este ejemplo es muy inmediato, pero la idea es volver a mirar lo que nos rodea, en tanto que nos posiciona en un lugar de extrañeza.
P. ¿Cree que la idea de Occidente está gastada? La sobrepoblación en las ciudades, el hiperconsumo, el individualismo, la dictadura de la imagen, el exceso de información… ¿Cómo nos sobrepondremos a eso?
R. Creo que está gastada, sí. Incluso creo que la influencia de Occidente se manifiesta en cuestiones mucho más estructurales que las que comentas. Casi doscientos países están organizados sobre un modelo occidental en la actualidad. En todo el mundo la gente se mueve en máquinas inventadas en Estados Unidos y emplea aparatos surgidos en Occidente, la moda y la cultura tiene una base occidental, etc. Es una hegemonía como muy pocas veces hubo en la historia de la humanidad.
"Los chinos se han enriquecido fabricando todo aquello que inventó Occidente"
»No es que no se vaya a mantener, pero los que ahora lo están desarrollando con más ímpetu ya no son esos pocos países, sino básicamente la India y China, dos territorios que concentran más de un tercio de la población mundial. Lo cierto es que los chinos se han enriquecido fabricando todo aquello que inventó Occidente, pero son ellos los que tienen el poder y esto va a traer cambios paulatinos. No por esto Occidente tiene necesariamente que sufrir por esta pérdida de hegemonía. De hecho, hace mucho que Europa no tiene poder político en el mundo y vivimos bastante bien. Es probable que Occidente desde ahora se convierta en una especie de Europa ampliada.
P. De todos los pecados que atañen a la “Edad Occidental”, ¿cuál diría que es imperdonable?
R. Si tuviera que aislar uno, sería la desigualdad. La mayor vergüenza de la humanidad es ser capaz de producir alimentos para todos y que, sin embargo, haya mil millones de personas que no coman lo que necesitan. En realidad, hay muchas cosas en el mundo que funcionan porque somos pocos los que las hacemos. Esa es la condición. Por ejemplo, la forma en la que comemos no había sucedido nunca en la historia. Antes se comían hidratos de carbono, un poco de verdura y los días de fiesta, algo de carne roja. Ahora es al revés: casi todo proteínas y, al lado, un poco de verdura.
Eso solo sucede porque somos pocos quienes lo hacemos. En China consumían cinco o seis kilos de carne por persona hace 40 años y ahora están consumiendo más de 50. El mundo no alcanza para eso. En Estados Unidos hay casi un coche por persona. Si el mundo replicara ese modelo, estaríamos hablando de 8.000 millones de coches. Casi no podría verte a un metro de distancia por la nube negra en la que viviríamos.
P. El miedo es uno de los agentes que opera en esta historia. El miedo, sobre todo, al futuro. ¿A quién le interesa que tengamos miedo?
R. A muy distintos sectores, claro. En realidad, el miedo siempre ha sido un agente político y social de primer orden. Antes quiero aclarar en qué consiste ese miedo. Estamos en uno de esos importantes momentos de la historia en que no hemos sabido armar un modelo de futuro que nos satisfaga o que nos parezca deseable. Cuando el futuro no es promesa, es amenaza: ecológica, política, demográfica… No sé si es que alguien está intentando producir esto, pero sí que hay muchos intentando aprovecharlo.
"Hace mucho que Europa no tiene poder político y vivimos bastante bien"
»La amenaza demográfica se usa para limitar los movimientos de las personas, por ejemplo. Cada cual trata de sacar su tajada. Es un momento cultural triste: el hecho de pensar que todo lo que venga será peor. Aunque si uno mira la historia a largo plazo, más allá de todos los tropiezos que tiene un desarrollo histórico, en general vamos mejorando. Hay muchos datos que lo ponen en evidencia.
P. Respecto al impactante dato de la concentración poblacional en las ciudades —el 50% viviendo un 1% de la superficie terrestre—, ¿cree que el reciente movimiento de regreso a los espacios rurales tras la pandemia quedará en una anécdota?
R. Por el momento, creo que sí. Es un movimiento que ha sucedido en unos pocos países privilegiados. En los países que cuentan con grandes extensiones y están en ascenso sigue sucediendo todo lo contrario: la gente se desplaza a las ciudades porque son el lugar que les ofrece posibilidades de ascenso social, mejores atenciones, etcétera.
»Hay un dato un poco bobo que a mí me impresiona a la hora de pensar en cómo se va armando la historia. En los años 20 del siglo pasado, un ingeniero del siglo pasado estaba al cargo de una máquina cuyo objetivo era secar tinta de una imprenta. Los empleados de la imprenta descubrieron que por detrás de ese aparato salía un aire fresquito que les gustaba bastante. Alguien se dio cuenta de que una máquina podía refrigerar un ambiente. Así se inventó el aire acondicionado, lo que hace que ahora viva gente en las ciudades más grandes y más populosas del mundo, donde antes no se podía vivir por el espantoso calor.
»En la franja tropical se ha llevado a cabo el mayor desarrollo demográfico porque se ha convertido en lugares habitables. Ya ves, y fue por una casualidad absoluta, pero permite comprobar cómo se va desencadenando la historia. Lo que ahora nos parece normal, vivir en las ciudades, es en realidad un cambio radical. Hace cien años, 16 o 17 personas de cada 20 vivía en el campo. Ahora es exactamente lo contrario.
"La mayor vergüenza de la humanidad es ser capaz de producir alimentos para todos y que haya mil millones de personas que no coman lo que necesitan"
P. Uno de los problemas de nuestro tiempo es el exceso de información que, normalmente, desemboca en la confusión. Pero como periodista, ¿no le preocupa incluso más la entrega de los medios a la inmediatez, al ser una práctica que socava el rigor?
R. Sí. Y además creo que es una batalla perdida. Los medios de comunicación deberían aceptar que han perdido la batalla por la inmediatez y la urgencia. Todo eso se difunde mucho mejor y más rápido a través de las redes sociales y otros canales. Deberíamos, por tanto, dedicarnos a lo que sí sabemos hacer: contar y pensar.
»Ya que estamos entrenados para contar, porque eso lo hacemos mejor que las redes sociales, tendríamos que dedicar tiempo para averiguar otras cosas para poner en ese relato y no seguir corriendo como conejos para publicar tres segundos antes que la competencia. A nadie le importa quién ha llegado antes, no hay nadie esperando con un cronómetro, eso es una fantasía de periodistas… o de editores. Ya pasó la época en que la novedad era el monopolio de la información.
P. ¿Cómo afronta las elecciones de este fin de semana en Argentina? ¿Cree todavía que Milei aún puede ganar?
R. Estoy muy aterrado porque está muy reñido. La noche de la primera vuelta parecía que Massa ganaba, pero muchos de los que se suponía que se iban a aliarse con él luego aseguraron que entregaban sus votos a Milei. Incluso algunos peronistas como Patricia Bullrich, de quien Milei había dicho una semana antes que era una terrorista que mataba niños poniendo bombas en los jardines de infantes. Uno no espera que después va a ir a abrazarlo. Con ella fue presidente Macri, así que no hay ninguna seguridad de que Milei no gane.
Lo patético de esta situación es que Massa tampoco me gusta nada. En estas elecciones vamos a elegir entre el desastre y el espanto. No es solo la locura de que este tipo [Milei] discuta de política con su perro muerto a través de una médium, que eso ya es bastante descalificador; es que sus ideas son muy tremendas. Opina, por ejemplo, que por qué no se van a vender niños si hay mercados en el que existe un comprador y un vendedor. Esto proyecta una sociedad absolutamente selvática, sin ningún tipo de solidaridad.
"Los medios de comunicación deberían aceptar que han perdido la batalla por la inmediatez y la urgencia"
P. Por cierto, sigue insistiendo en el término “Ñamérica” para referirse a América Latina. Incluso en el Congreso de la Lengua propuso que el idioma español pasase a llamarse “ñamericano”. Además de todos los razonamientos que expone, ¿esta idea proviene de un impulso por dignificar a sus compatriotas?
R. Bueno, el hecho de que haya países que denominen su propio idioma con el nombre de sus conquistadores no tiene mucho sentido, en un momento en el que nos cuidamos tanto de las identidades. 450 millones de personas hablan una lengua a la que llaman con el gentilicio de un lugar lejano: español o castellano. Me parece un fallo. Lo de “ñamericano” es una mala propuesta, pero sí creo que a estas alturas deberíamos inventar otro nombre porque nueve de cada diez hablantes no tiene nada que ver ni con España ni con Castilla.
P. En un momento habla de “guerras contemporáneas”. Cuando usted escribía este texto aún no se había producido el ataque de Hamás, claro, pero la de Israel y Palestina en Gaza no parece, precisamente, una guerra contemporánea ¿Qué tipo de guerras nos esperan en lo que resta de siglo?
"No tiene mucho sentido que haya países que denominen su propio idioma con el nombre de sus conquistadores"
R. En los últimos sesenta o setenta años se ha confirmado el concepto de la “guerra reticente”. Esto no está en el libro porque se me ocurrió después. Durante milenios, cuando alguien se lanzaba a la guerra utilizaba todos los recursos a su alcance. Volviendo a la idea del miedo, desde la creación de la bomba atómica a cargo de Oppenheimer los poderes no utilizan todos sus recursos, siempre se guardan cosas.
»Además, se cuidan de limitar el área en la que se produce el conflicto. Ha habido guerras en África, en Vietnam, en los Balcanes… pero no ha habido, desde entonces, una conflagración general, han logrado mantenerlas encapsuladas. Este encapsulamiento y la reticencia a usar las armas a discreción son dos características centrales de las guerras contemporáneas. Esto hace que vivamos en una de las épocas de menor conflictividad guerrera de la historia.
Y efectivamente, el conflicto actual entre Hamás e Israel es terrible, pero en términos cuantitativos, y con perdón de la comparación, no es nada comparado con cualquier bombardeo en Leipzig en 1943 [II Guerra Mundial]. Y esto tiene que ver con este cambio de características. Israel tiene capacidad para borrar del mapa a Gaza, pero sabe que no puede hacerlo, hay una situación geopolítica que se lo impide. Creo que, afortunadamente, todavía vamos a tener un tiempo de guerras acotadas y reticentes.
P. ¿Le preocupa el desarrollo de la inteligencia artificial?
R. La verdad es que no. Confieso que probé el ChatGPT cuando salió y me pareció muy burro (risas). Tenía muchos errores, así que por ahora estamos tranquilos. Siempre hay una especie de desconfianza hacia las nuevas técnicas. Por ahora, la inteligencia artificial puede servir para suplir tareas menores. El problema es querer mantener estas tareas para dar trabajo mejor a más gente.
»Posiblemente muchos cajeros de supermercado serán reemplazados por máquinas que comprueben solas los códigos de barras. Hay quien lamenta que se vayan a quedar sin trabajo, pero se trata de un trabajo poco gratificante y mal remunerado. Habría, entonces, que buscar la manera de buscar trabajos más dignos en lugar de mantener viejas estructuras para que la gente tenga que estar ocho horas pasando bolsitas de jamón por un lector. Es como si ahora dijéramos que eliminamos los tractores para volver a los bueyes.