'El desierto blanco', la inquietante denuncia social de Luis López Carrasco que le valió el Premio Herralde
El director de 'El año del descubrimiento' recala en la novela con una radiografía de la actualidad desde un futuro hipertecnológico y deshumanizado.
9 diciembre, 2023 02:15Se tiene lo fracturado y fragmentario como signo de la posmodernidad. El fin de los grandes relatos caracteriza al siglo XXI, sostienen algunos. En el tiempo actual, creen, es imposible la narración capaz de abarcar la realidad de forma orgánica. Eso debe de pensar Luis López Carrasco (1981) a la vista de su escueta y densa El desierto blanco.
En el libro hay una historia fraccionada en cinco narraciones casi del todo autónomas a no ser por el nexo que las relaciona. Se trata de ciertas presencias duplicadas, la constante de una pareja, Carlos y Aitana, quienes ejercen de narradores (no lo es solo el hombre, como dice la cubierta del libro), y la esporádica de una tal Juana. El procedimiento no es inédito.
Recuerda el adoptado por Luis Goytisolo en Las afueras, que dio lugar a un debate aún no cerrado, si se trata de una novela o de un libro de relatos. Es inútil reavivarlo porque solo interesa subrayar que también López Carrasco desconfía de una visión homogénea del mundo y por ello lo recrea con aspecto de damero o de rompecabezas.
Las piezas de El desierto blanco no pueden ser más diversas en cuanto a las anécdotas. Las encabeza una situación de muy ocurrente inventiva, la obligatoriedad de que uno de los pasajeros de un globo aerostático que huyen hacia una isla donde estarán a salvo de un holocausto planetario se lance al mar para que sobrevivan los demás.
La angustiosa peripecia es, sin embargo, una simulación para elegir un insignificante trabajo. Tal narración, en la estela del Isaac Rosa de La mano invisible y de otros autores recientes que tratan del precariado, da un giro total en la siguiente, el viaje de una científica que acude a un congreso en Australia interrumpido por una avería del avión y genera inquietantes presagios en una selva.
Demuestra López Carrasco auténtica astucia y un trabajo muy exigente para construir un mundo imaginario
Sigue el alud de recuerdos que una mudanza de casa estimula en una anónima mujer (pero que es la dicha Aitana). El tono costumbrista de esta coyuntura se prolonga en el texto siguiente, la cena de Nochevieja que unos amigos celebran en un chalé de la sierra. Y concluye con el rescate del pasado que propicia el reencuentro (en internet) de Carlos con su hermano.
Tanta diversidad cuenta, sin embargo, con la argamasa de la distopía como factor que conjunta el libro. Demuestra aquí López Carrasco auténtica astucia y un trabajo muy exigente para construir ese mundo imaginario. A veces siembra sospechosas referencias espaciales (enigmáticos aquí, ahí arriba). Otras añade inusuales notas a pie de página, en principio sorprendentes por su información y a la larga reveladoras de distanciamiento temporal: qué es el centro de detención Guantánamo o quiénes fueron Irene Villa o Rodríguez Zapatero. Por otra parte, los videojuegos tienen una presencia abrumadora. Tales indicios nos encaminan hacia el lugar y fecha del escrito, datado en Mare Imbrium (la llanura de lava de la Luna) en 2035.
Este enfoque retrospectivo convierte El desierto blanco en baúl de recuerdos del tiempo pasado reciente y en una selectiva recuperación de la historia próxima. El autor invita a deducir la trayectoria de una sociedad que desemboca en un mundo hipertecnológico y deshumanizado; en soledad, ruina y fracaso. Trasmite un mensaje global de denuncia negativo e inquietante. Debería ser además cálido y emotivo, pues está concebido para alarmar y conmover, pero la artificiosa construcción narrativa lo impide. El autor se recrea en sutilezas técnicas y obliga al lector a andar buscando sin descanso los cinco pies al gato.