Mientras esperamos a Elvira Lindo, quienes entran en la Biblioteca Nacional se quedan mirando a Luis Landero con una mezcla de curiosidad y timidez, pero sin atreverse a saludarle ni a interrumpir nuestra charla. Al ver al fin a la escritora, amiga cierta desde hace mucho tiempo, la saluda galante, alabando que siempre vaya elegante y conjuntada. Y ella, entre risas, le responde que eso “no se aprende”, que es de nacimiento.
Pregunta. ¿Qué recuerdan de sí mismos hace veinticinco años, qué soñaban conseguir en la literatura?
Elvira Lindo. Me recuerdo con mucha energía creativa y también muy consciente de que tenía que trabajar muy duro para que el cambio de registro que estaba dando fuera aceptado. Había ganado el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, pero no quería acomodarme a ese mundo que, sin duda, era rentable. Estaba preparando mi primera película y escribiendo mi primera novela para adultos, El otro barrio. Todo lo que había hecho en la década de los 80 en la radio había quedado sepultado por la popularidad de un personaje que tuvo un éxito fulminante. Tenía la cabeza llena de proyectos y trataba de que las ideas que se tenían sobre mí, buenas y malas, no me afectaran.
Luis Landero. Pues yo soñaba con escribir una novela maravillosa, que es lo mismo con lo que sueño hoy. En eso no he cambiado: la misma ambición, perseguir el mismo sueño inalcanzable (creo que desciendo de los constructores de la torre de Babel), y dar lo mejor de mí mismo en cada frase que escribo. Pero eso ya lo hacía con 15 años, cuando componía mis primeros poemas. Sesenta años después, sigo siendo el de entonces.
“A veces pienso que ahora se publican demasiados libros, pero al menos se ha impuesto la voz de las mujeres”, Elvira Lindo
P. De los jóvenes autores como usted que comenzaban a despertar el interés de lectores y crítica, ¿quiénes le interesaban más?
E. L. Yo nunca me sentí escritora joven ni cuando lo era. Además, a mí la crítica jamás me incluyó en ninguna generación. Como en mi juventud escribí libros de humor para niños era considerada una autora de género, pero no una escritora a tener en cuenta. Creo que en parte eso me libró de la gilipollez de ser considerada autora joven o generacional. Hay autores que no han sabido salir de esa casilla. Nunca he leído pensando en la edad de quien escribe, y genios en la primera juventud ha habido pocos en la literatura, por eso son tan sonados. Todavía me pregunto cómo pudo Carson McCullers escribir El corazón es un cazador solitario con veintitrés años.
L. L. Mi lista sería demasiado larga y heterogénea, porque debería incluir a poetas y ensayistas. Creo haber leído a muchos de mis contemporáneos, hasta donde esto es posible. Y por supuesto que me han interesado.
P. Visto con la perspectiva del tiempo, ¿qué ha sido lo mejor y lo peor de lo vivido como escritores? ¿Cuáles sus mayores alegrías y sus peores desilusiones?
L. L. Lo mejor de la escritura es que le ha dado cierto sentido a mi vida. Escribir es mi pasión. Lo peor es que nunca consigo escribir la novela maravillosa que creo intuir dentro de mí. Pero seguiré intentándolo hasta el final. Como a don Quijote, lo que nunca podrán quitarme es la gloria del intento.
E. L. Visto con perspectiva creo que lo mejor fue el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral porque le dio mucha visibilidad a mi novela Una palabra tuya. Lo sentí como un paso importante en mi trayectoria. Fue una alegría intensa y rara porque vivía entonces en Nueva York y escribí esa novela en un período de intensa soledad. Yo encaro todos los proyectos con mucha ilusión y estos veinticinco años no me han faltado ideas de todo tipo, para el cine, para libros, además de mis colaboraciones en la prensa. Es tan intensa la dedicación que pongo en cada cosa que hago que luego me viene el bajón y las desilusiones. Han sido varias, pero hubo una novela, Lo que me queda por vivir, sobre un período difícil de una madre joven y sola, que no tuvo la acogida que yo esperaba. Es curioso que sobre esos asuntos ahora se publiquen tantas novelas. Entonces se dijo que era algo impúdica, ese fue un adjetivo que en estos tiempos se consideraría fuera de lugar.
“Persigo el mismo sueño inalcanzable que hace 25 años, dar lo mejor de mí mismo en cada frase que escribo”, Luis Landero
P. De los libros publicados estos veinticinco años, ¿cuáles fueron los que cambiaron definitivamente su trayectoria de novelista, o/y el que le dio las mayores alegrías?
L. L. El primero, claro está, Juegos de la edad tardía, que tuvo un éxito que yo no esperaba en absoluto. Pero en el día a día, que es lo verdaderamente importante, el libro que más alegrías (y también algunas tristezas) me da, es el que estoy escribiendo en ese momento. Pero una vez publicado, me desentiendo de él, como ocurre también con los amores.
E. L. Creo que Una palabra tuya, no solo por la consideración que tuvo sino porque se puede apreciar en la prosa la intensidad con el que fue escrito.
E. L. A veces pienso que se publican demasiados libros. A mí no me da tiempo a estar al día, si es que eso es esencial en nuestro trabajo. Sin duda se ha impuesto la voz de las mujeres y eso ha sido una noticia necesaria: por un lado, se ha rescatado a autoras nuestras a las que no se había prestado atención y, por otro, se está traduciendo a otras que no llegaron jamás a nuestras manos. En el panorama nacional, prevalecen las autoras jóvenes. Las editoriales buscan descubrir autoras nuevas que encajen en el anhelo colectivo y eso hace que el tono y los temas sean en ocasiones repetitivos porque se trata de personas que comparten experiencias generacionales. En realidad, los editores también siguen las modas del momento, no es nuevo y siempre anda a la búsqueda del último genio o genia.
L. L. En cuanto al balance, no tengo ni idea. De lo otro, pues sí, estamos abducidos por las redes y la inmediatez, pero eso puede ser bueno para la novela, porque aporta algo esencial para el conocimiento y la belleza: lentitud y concentración. Todo lo que de bueno y admirable ha hecho el hombre en arte, en filosofía, en ciencia…, lo ha hecho desde la lentitud, la soledad y la concentración. La lectura nos entrena en estas tres cualidades.
P. ¿Qué consejo le darían a un joven que soñase ser escritor?
L. L. Consejo, el que da Antonio López a los principiantes, que se alimente bien, porque el camino es largo. Y que cometa todos los errores posibles, pero que aprenda de ellos.
E. L. No suelo dar consejos porque mi vida ha sido bastante errática. Les diría que traten de concentrarse en lo que hacen, que no se dispersen tanto como yo. Eso sí, si quieren construirse una biografía interesante, y no es vanidad, que sigan mis pasos.