¿Cuáles son los principales desafíos que este volumen le planteó y cómo logró sortearlos?
Los sorteé con tiempo y estudio. Ortega estuvo al día de las novedades intelectuales de su tiempo en los más variados temas y objetos de estudio. Pero su pensamiento respondía al presente sociopolítico de España. Fusionar ambas dimensiones constituyó el reto más complejo.
¿Qué aspectos del libro cree que han sorprendido más?
Lo que más sorprende es la heroicidad del tiempo final de Ortega, cuando no era ni vencedor ni vencido, ni exiliado ni integrado. Esa vocación que lucha contra el tiempo y contra sí mismo es conmovedora. Creo que mi libro muestra la naturaleza poliédrica del pensamiento de Ortega, desde la metafísica a la cultura, posicionándose en todos los flancos frente a los grandes autores clásicos y del momento. Ese intenso diálogo con Platón, Aristóteles, Leibniz, Spinoza, Kant, Renan, Nietzsche, Weber, Meyer, Husserl, Dilthey, Heidegger, Fink, etc., no tiene parangón en la cultura española. Quien quiera comprender a Ortega deberá reconstruir esta conversación.
¿Y al pensamiento español actual?
Ortega se negó a ser el eco de ningún pensamiento ajeno. Aunque influido por otros pensadores, en su diálogo con ellos siempre sacaba agua de su propio pozo. Ortega suena siempre a Ortega. Su profunda inseguridad, propia de un país sin tradición filosófica, la superó siendo siempre original.
¿En qué sentido la experiencia filosófica de Ortega es específicamente española?
En tres sentidos. Durante parte de su vida, Ortega intentó regenerar la situación española. En la otra parte, tuvo que padecerla. Sin esa aventura, activa y pasiva, esperanzada y trágica, es muy difícil entender su pensamiento. Aunque escribió desde los problemas generales, habló para el público que entendía el español y con herramientas expresivas españolas en la tradición del ingenio que va desde Vives a Gracián. Su castellano es inconfundible. Es un género en sí mismo.
Hablando de España, ¿qué pensaría el autor de España invertebrada de la situación política actual de la nación?
Pensaría que las provincias han sido redimidas. Quedaría admirado ante la recuperación de la vida municipal española, y se sentiría satisfecho del europeísmo de nuestra sociedad. Respecto de Cataluña, probablemente sería el último en escandalizarse. Él conocía esta dialéctica llena de tensiones. Tendría razones para pensar que los pueblos al final avanzan de forma convergente con lo que la filosofía anticipa.
¿Y de la situación de las Humanidades?
Ahí sería más crítico. La compartimentación de las Humanidades es una tragedia.
¿Qué luz proyecta Ortega hoy, en pleno siglo XXI?
La de su visión filosófica sistemática, que parte de la vida, pasa a la antropología, camina por la historia y llega a lo social, lo político y lo estético o cultural.
Pero ¿cómo le ha afectado el paso del tiempo y la realidad española? ¿Ha sido justo con él y con sus discípulos?
Nadie experimenta la justicia de la historia. Tampoco la gozaron sus discípulos inmediatos. Pero el filósofo no vive de que le hagan justicia. Vive de no rendirse en el esfuerzo de entender la realidad. Eso hizo Ortega. Hasta su muerte.
Hablando de discípulos, ¿en qué filósofos le reconoce?
Veo el espíritu orteguiano en Javier Gomá y en Santiago Alba. Por problemas, por esperanza y por voluntad de estilo. Entre los más jóvenes, citaría a muchos colegas de mi Departamento, Filosofía y Sociedad. Por lo demás, Ortega y Gasset tiene hoy más comentaristas que discípulos. Discípulo de Ortega es quien hoy piensa la Vida, lo Humano, la Historia, la Sociedad, la Política y la Cultura con la misma fuerza y dignidad que él.