Cubiertas de libros sobre la escritura en sus ediciones más recientes

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Letras

Veinte grandes libros sobre el arte de escribir: consejos de los mejores autores de la literatura universal

Ante el tsunami actual de aspirantes a escritores, no se habían multiplicado como hasta hoy los libros sobre escritura o las escuelas de letras.

21 febrero, 2024 02:32

"Nadie puede aconsejarle ni ayudarle, nadie", escribió hace casi un siglo Rilke en sus Cartas a un joven poeta, convencido de que, para ser un creador, "hay solo un único medio: entre en usted". Y, sobre todo, "pregúntese en la hora más silenciosa de la noche: ¿debo escribir?". Si la respuesta es que sí, si le resulta tan vital como respirar o aún más, pero necesita ayuda, siga leyendo para aprender el arte de la ficción de los maestros.

Son muy escasos los grandes escritores que en los últimos doscientos años se han resistido a revelar, en tratados, ensayos, críticas o incluso en su correspondencia más íntima, los secretos de su arte. Sin embargo, ante el tsunami actual de jóvenes aspirantes a autor, no se habían multiplicado como hasta hoy los libros sobre escritura, las escuelas de letras y los másters de creación. Cursos que parten de las intuiciones y certezas de los genios de la literatura, en un recorrido que retrata también la evolución de la ficción de los dos últimos siglos.

Nuestro viaje arranca con el padre de la novela moderna, Gustave Flaubert, que en sus Cartas a Louise Colet (Siruela, 2003) desarrolló su teoría fundacional del "narrador invisible", ese que todo lo sabe de la historia que cuenta, pero que no es una presencia sino una ausencia: "El artista debe estar en su obra como Dios en la creación, invisible y todopoderoso; presente en todas partes y visible en ninguna". Quizá por eso en otra carta proclama que el arte "no requiere ni complacencia ni cortesía; nada más fe y libertad".

De izquierda a derecha y de arriba abajo, Gustave Flaubert, Henry James, Robert Louis Stevenson y Edith Wharton

De izquierda a derecha y de arriba abajo, Gustave Flaubert, Henry James, Robert Louis Stevenson y Edith Wharton

Por su parte, Henry James desveló en El arte de la ficción (Fragua, 2019) algunos secretos de su carpintería literaria, afirmando que "el aire de realidad (solidez de especificación)" le parecía "la virtud suprema de una novela, el mérito del que dependen de modo inevitable y sumiso todos los demás. Si falta, los demás son como nada, y si están allí, deben su efecto al éxito con que el autor ha producido la ilusión de vida. El cultivo de este éxito, el estudio de este proceso exquisito constituye el principio y el fin del arte del novelista. Son su inspiración, su desesperanza, su premio, su tormento, su encanto".

Mucho más sistemático, Robert Louis Stevenson analizó en Ensayos sobre el arte de escribir (Rialp, 2017) aspectos como la elección de las palabras ("Cada palabra, expresión, oración y párrafo ha de moverse en una progresión lógica, expresando un significado preciso"); el entramado: "Cada frase ha de ser atractiva por sí misma y entre el esbozo y la evolución de la frase debe haber un contrapeso satisfactorio de los sonidos; porque nada ofende más al oído que una oración solemne y sonoramente preparada, y débil y apresuradamente finalizada"; "un entramado a un tiempo sensual y lógico, una textura elegante y significativa: en eso consiste el estilo, esos son los cimientos del arte literario".

Según Chéjov, era preciso “no pulir demasiado; hay que ser desmañado y audaz. Y ser breve. La brevedad es hermana del talento”

Similar interés tiene Sin trama y sin final: 99 consejos para escritores, de Antón P. Chéjov (Alba, 2022), con perlas entresacadas de su correspondencia como estas: "Basta con ser más honrado: quitarse de en medio siempre y en cualquier parte, no estorbar a los protagonistas de la propia novela, renegar de uno mismo, aunque sea por media hora". O esta otra: "No pulir demasiado; hay que ser desmañado y audaz. La brevedad es hermana del talento". Y es que Chéjov recomienda "retratar la vida como es" y "no mentirse a sí mismo", pues ningún "futuro radiante" justifica engañar al lector.

También Edith Wharton aconsejaba en Escribir ficción (Pepitas de Calabaza, 2011) honestidad a los jóvenes autores, sobre todo, decía, porque se estaba suscitando en ellos la convicción de que el arte "ni es un proceso ni largo ni arduo, y tal vez se les está impidiendo ver el hecho de que notoriedad y mediocridad suelen ser intercambiables". Además, tenía una pobre opinión del argumento por arbitrario, y era partidaria de revisar lo escrito sin descanso ("Estoy en plena masacre de adjetivos").

De izquierda a derecha y de arriba abajo, James Salter, Haruki Murakami, Mario Vargas Llosa y Marguerite Duras

De izquierda a derecha y de arriba abajo, James Salter, Haruki Murakami, Mario Vargas Llosa y Marguerite Duras

Un siglo después, un narrador y crítico como James Salter explica en El arte de la ficción (Salamandra, 2018) hasta qué punto "ser escritor es estar condenado a corregir", utilizando como ejemplos a Bábel, Flaubert, Tolstói, Virginia Woolf, todos ellos infatigables correctores cuando lo creado "no era lo que se proponían escribir. O sí, pero estaba mal enfocado, o podía ser mejor; era demasiado largo, anodino; no acertaba a expresar lo importante".

En cualquier caso, lo primero que debe tener en cuenta quien se sepa escritor es que es una vocación que exige, en palabras de Mario Vargas Llosa (Cartas a un joven novelista, Alfaguara, 2016) "dedicación exclusiva y excluyente" pues es "una prioridad a la que nada puede anteponerse, una servidumbre libremente elegida que hace de sus víctimas (de sus dichosas víctimas) unos esclavos". O parafraseando a Flaubert, "escribir es una manera de vivir", así que "quien ha hecho suya esta hermosa y absorbente vocación no escribe para vivir, vive para escribir", prosigue el Nobel.

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También Gabriel García Márquez confesaba en Cómo se cuenta un cuento (Ollero & Ramos, 1996) que lo que más le importaba en este mundo es el proceso de la creación. "¿Qué clase de misterio es ese que hace que el simple deseo de contar historias se convierta en una pasión, que un ser humano sea capaz de morir por ella con tal de hacer una cosa que no se puede ver ni tocar, que al fin y al cabo, si bien se mira, no sirve para nada?".

En la misma línea, Ernesto Sabato, que se proclama enemigo ácerrimo de la experimentación en la novela como mero juego, subraya en El escritor y sus fantasmas (Seix Barral, 2002) que el narrador debe tener una obsesión fanática por la escritura: "nada debe anteponerse a su creación, debe sacrificar cualquier cosa a ella. Sin ese fanatismo no se puede hacer nada importante".

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Y Marguerite Duras en Escribir (Tusquets, 2000) desvela que "alrededor de quien escribe libros siempre debe haber una separación de los demás. Es la soledad del autor. Para empezar, uno se pregunta qué es ese silencio que lo rodea. Esta soledad real del cuerpo se convierte en la, inviolable, del escribir. Raymond Queneau me lo había confirmado. El único principio de Queneau era este: ‘Escribe, no hagas nada más’".

También Ursula K. Le Guin en su imprescindible Contar es escuchar (Círculo de Tiza, 2018) apuesta por esa entrega: “Antes de sentarte a escribir, ni la historia ni el lector existen siquiera, y solo debes confiar en ti mismo. Y lo único que puedes hacer para confiar en ti mismo es escribir. Dedicarte al arte. Escribir, esforzarte por escribir, planear escribir. Leer, aprender el oficio, hasta saber algo al respecto”. Y si no lo sabes, prosigue, finge. Actúa “como si supieras lo que haces, y quizá hasta te sales con la tuya. A veces, si actúas como si tuvieras un don, acabas por tenerlo”.

De izquierda a derecha y de arriba abajo, Ernesto Sabato, Ursula K. Le Guin, David Lodge y Wislawa Szymborska

De izquierda a derecha y de arriba abajo, Ernesto Sabato, Ursula K. Le Guin, David Lodge y Wislawa Szymborska

Escribir novelas, coincide Haruki Murakami en De qué hablo cuando hablo de escribir (Tusquets, 2017), responde a una suerte de mandato interior “que te impulsa a hacerlo. Es pura perseverancia y resistencia, apoyadas en un prolongado trabajo en solitario. Son las cualidades y requisitos esenciales de todo escritor profesional”.

Una vez teniendo claro esto y lleno de fe en sí mismo como escritor, asaltan al debutante problemas mayores y menores, como el de bautizar a los personajes, porque no todos tienen la facilidad confesada en Experimentos con la verdad por Paul Auster (Anagrama, 2006). Al preguntarle cómo se le ocurrían los nombres, “que suelen simbolizar cómo son sus propietarios”, explicó que “ya estaban bautizados justo en el momento en que averiguaba cuáles serían sus destinos”.

Los personajes de Paul Auster “ya estaban bautizados justo en el momento en que averiguaba cuáles serían sus destinos”

Es el momento de aventurarse con los desafíos mayores, y para eso nada más práctico, a modo casi de manual, que El arte de la ficción, de David Lodge (Austral, 2017), en el que el narrador y crítico inglés analiza con ejemplos de la tradición universal cuestiones como el comienzo de la novela o el relato, el autor omnisciente, el suspense, el tiempo, los nombres, la estructura narrativa o el final.

Del estilo, por ejemplo, afirma que uno que "imitase fielmente la verdadera manera de hablar de la gente sería prácticamente ininteligible", y de las tramas, que las peripecias "han de ser inesperadas, pero también convincentes".

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Bien lo supo la Wislawa Szymborska de Correo literario (Nórdica, 2018) al convertirse en responsable del "consultorio de escritores" de la revista Vida Literaria, y tuvo que rechazar innumerables obras por su escasa calidad o ser un plagio, mientras que a un aspirante le recomendaba ser un lector feliz en lugar de un mal autor.

Milan Kundera, por su parte, afirma en El arte de la novela (MaxiTusquets, 2022) que el narrador "derriba la casa de su vida para, con las piedras, construir la casa de su novela", y va un paso más lejos, al defender que el espíritu de la ficción "es el espíritu de la complejidad. Cada novela dirá al lector: 'Las cosas son más complicadas de lo que tú crees'", pero también es el espíritu de la continuidad, pues "cada obra es la respuesta a las obras precedentes, cada obra contiene toda la experiencia anterior de la novela". Así, entre la propia vida, la realidad y la tradición, los novelistas han de crear personajes vivos que lleguen “hasta el fondo de su problemática existencial”.

De izquierda a derecha y de arriba abajo, Milan Kundera, Stephen King, Patricia Highsmith y Colum McCann

De izquierda a derecha y de arriba abajo, Milan Kundera, Stephen King, Patricia Highsmith y Colum McCann

Por lo que al argumento se refiere, en 1927 E. M. Forster impartió una serie de clases magistrales en Cambridge que siguen siendo consideradas el mejor intento de definir las palabras clave relacionadas con escribir ficción. Publicadas con el título Aspectos de la novela (Navona, 2024), trataban elementos como los personajes, la historia, el argumento, la fantasía, la profecía, los patrones y el ritmo.

En el capítulo titulado “La historia”, Forster establece esta célebre distinción: “Una historia es: ‘El rey murió y luego murió la reina’. Un argumento es: ‘El rey murió y luego la reina murió de pena’”. Para él, la historia es una “forma atávica inferior”. En cambio, Stephen King no quiere dedicarle más tiempo del necesario al argumento y prefiere alabar las bondades de la historia.

E. M. Forster distinguió entre historia y argumento. Para él, que prefería el argumento, la historia es una “forma atávica inferior”

Por eso en Mientras escribo (DeBolsillo, 2003), explica los elementos que hacen que una novela funcione: “Los relatos y novelas constan de tres partes: la narración, que hace que se mueva la historia de A a B y por último hasta Z; la descripción, que genera una realidad sensorial para el lector, y el diálogo, que da vida a los personajes a través de sus voces. Te preguntarás dónde queda la trama. La respuesta es que en ninguna parte. [...] Considero incompatibles el argumento y la espontaneidad de la creación auténtica”.

Si estas pistas no han logrado ayudar al aspirante a escritor, nada como los consejos que Patricia Highsmith desarrolla en Sus… pense. Cómo se escribe una novela de misterio (Círculo de Tiza, 2017), en el que aconseja “vivir” con los personajes antes de comenzar a escribir una sola línea, “para que todo huela a verdadero”.

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Luego, el autor principiante debe trazar un bosquejo del libro capítulo por capítulo para evitar divagaciones indeseadas, así como adoptar el ritmo preciso y un estilo “natural y espontáneo”. Por eso, aconseja distribuir la acción de la forma más entretenida posible y utilizar la sorpresa como arpón de enganche”.

Y una advertencia final. Conviene seguir los 50 consejos para ser escritor de Colum McCann (Seix Barral, 2018): “Sé abnegado. Sé un subversivo de lo fácil. Lee en voz alta. Arriésgate. Prepárate para que te arranquen la piel a tiras: sucede. Permítete indignarte. Fracasa. Tómate un respiro. Acepta el rechazo. Deja que los desmoronamientos te espabilen. Practica la resurrección”. Y esto, solo para empezar.

Cursos y recursos

Vladimir Nabokov y Julio Cortázar

Vladimir Nabokov y Julio Cortázar

Una de las mejores maneras para profundizar en el arte de la escritura es descubrir los secretos de los genios de la novela de la mano de otro maestro como Vladimir Nabokov.

Apasionado devorador de la literatura francesa, fue profesor de Harvard veinte años e impartió numerosos cursos que acabaron reunidos en tres volúmenes: Curso de literatura europea, Curso de literatura rusa y Curso sobre El Quijote, recuperados los tres por DeBolsillo, en 2020. Así, si en el primero estudia obras de Austen, Dickens, Flaubert, Stevenson, Proust, Kafka y Joyce, en el segundo aborda a Gógol, Tolstói, Chéjov y Dostoievski.

Además, el lector cuenta con Borges oral, que reúne cinco conferencias dictadas en la Universidad de Belgrano; con las Seis propuestas para el próximo milenio (Siruela, 2023) que Italo Calvino redactó para un seminario en Harvard y con Clases de literatura: Berkeley, 1980 de Julio Cortázar (DeBolsillo, 2016), que tienen la peculiaridad de que si en la primera parte se daba una lección sobre un narrador o una novela, en la segunda se dialogaba con los alumnos y se hablaba no solo de literatura sino de cine y política.

Y como el propio Cortázar confesó, disfrutó tanto como sufrió “el departamento de español que lamentará siempre haberme invitado; les demolí la metodología, las jerarquías prof/alumno, las escalas de valores, etc. En suma, que valía la pena y me divertí”.