Philippe Claudel (Nancy, 1962) vuelve a España. Siempre en primavera y bajo su calva y ojos claros, descubre la misma actitud sincera, reposada, curiosa de todo lo que le rodea. Es difícil hacerle una pregunta, ya que Claudel también lo quiere saber todo sobre el otro. Su mirada es la de un observador infatigable que absorbe y lo transforma, más adelante, en palabras.
Por segunda vez, vuelve de la mano de la joven editorial Bunker Books, con la que publicó hace dos años en español su compilación de cuentos mordaces y de humor negro, Inhumanos. En esta ocasión, la obra que presenta este martes en el Instituto francés de Madrid data de 2001, pero es la primera vez que El ruido de las llaves aparece en español. Escritor y cineasta, el propio Claudel adaptó la novela al cine en 2020. En la presentación de esta tarde dialogará con Fernando Sánchez, funcionario de instituciones penitenciarias en Madrid.
Vamos a ver, ¿cómo catalogar El ruido de las llaves? ¿Novela? ¿Relato? ¿Cuento? En absoluto. Un testimonio, a veces crudo y otras poético, siempre afilado —como todo lo que sale de la pluma de Claudel—, en el que cuenta su experiencia en la cárcel como profesor de literatura durante doce años. Una obra especial. Esencial. Diferente a sus otros textos.
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Pregunta. Es evidente que este testimonio sobre la cárcel marca un antes y un después en su creación literaria. ¿Cómo lo definiría usted?
Respuesta. Es un libro pequeño por su tamaño, pero contiene cuestiones y dimensiones que estarán en el centro de muchos de mis libros posteriores. En cualquier caso, me permitió pasar a otros libros y a otras cuestiones. Es una puerta de entrada a mi mundo.
P. "A menudo la cárcel es un punto de inflexión en el destino, una encrucijada decisiva", escribe usted en El ruido de las llaves. ¿Es así como lo siente?
R. Sin duda. Esos años en los que di clase en la prisión me ayudaron a madurar, a alejarme de una visión demasiado simplista del mundo y de las personas. Me permitieron conocer a mujeres y hombres que eran como yo, que habían caído al otro lado, pero que no dejaban de ser seres humanos como yo. También me permitieron vislumbrar la infinita complejidad del alma humana. Esto, estoy seguro, alimentó mi pensamiento sobre el mal, y por supuesto mis libros se han beneficiado enormemente de esta reflexión constante e inacabada. Sin la cárcel, no habría escrito la mayoría de mis libros.
P. Basta ver la cantidad de series y documentales que hoy en día se realizan sobre el universo carcelario para darse cuenta de que ese mundo desconocido fascina. ¿A qué se debe tal entusiasmo y curiosidad por lo que ocurre al otro lado de la pared de hormigón?
R. La cárcel nos fascina porque no la conocemos. Es una ciudad invisible. Está cerca de nosotros, pero nunca entramos en ella. Genera fantasías que el cine y las series de televisión han explotado a menudo, pero la mayor parte del tiempo estamos lejos de la realidad, porque lo cierto es que en la cárcel no pasan muchas cosas. Ni siquiera pasa el tiempo. El librito que escribí se sigue leyendo, porque desgraciadamente la situación en Francia no ha cambiado desde que se publicó, y hoy es aún peor.
"La cárcel nos fascina porque no la conocemos. Es una ciudad invisible. Está cerca de nosotros, pero nunca entramos en ella"
P. ¿Peor? ¿A qué se refiere? Usted ya exploró ese universo terminal en Inhumanos. ¿Podríamos ver ciertas similitudes entre estas dos obras?
R. No lo creo. Inhumanos es una farsa, una forma de despertar a mis contemporáneos mostrándoles en qué nos convertiríamos si no tuviéramos cuidado. Humor negro y extremo. En la cárcel, estás aislado del mundo. Estás fuera del mundo. El tiempo pasa, pero pasa sin ti.
En la cárcel, Philippe Claudel explora esa realidad tan alejada y cerrada sobre sí misma. Por eso, el estilo y la estructura de la obra acompañan lo que cuenta… El ruido de las llaves es una serie de párrafos que en sí mismos forman un bloque o una pequeña historia. Nos encontramos con la de Marc V., la de Alfred J. o la de Alain D. y Romuald W. que vivieron en la misma celda dos años y, al salir de allí, siguieron viviendo juntos en un pequeño apartamento del barrio de Saint-Nicolás.
P. En cada uno de esos pequeños encuentros que nos descubre Claudel, un atisbo de vida, de humanidad, de poesía. ¿Cómo escribió este testimonio?
R. Creo que tienes razón. Los párrafos son las celdas. También era como una especie de reportaje fotográfico, o una serie de bocetos, cosas vistas, escenas, fragmentos, un caleidoscopio de impresiones, momentos de la vida, con una mirada central, la del profesor. Un testimonio, o un falso testimonio como yo lo escribo, porque, aunque pasé cientos de días en la cárcel, nunca pasé allí una noche.
"La poesía está en todas partes si se observa con atención el mundo y las personas. Incluso puede descubrirse en la cárcel"
»La poesía está en todas partes si se observa con atención el mundo y las personas. Incluso puede descubrirse en la cárcel, o permitir a quienes viven en ella encontrar momentos de felicidad, apaciguamiento, lucidez y meditación, como yo he comprobado a veces. Por todo ello, he intentado escribir este libro de la forma más neutra posible, sin buscar el lirismo ni los efectos estilísticos: no quería hacerlo "bonito", sino real y sencillo.
P. ¿Es verdad que la cultura, el conocimiento, abre las puertas de la libertad? ¿Cómo se desarrollaban sus clases de literatura?
R. Hay que ser muy prudente y modesto al respecto: donde yo enseñaba, veía a lo sumo al 10% de la gente de la cárcel. La inmensa mayoría no venían a clase y se quedaban en sus celdas viendo la televisión casi 24 horas al día. Pero para los hombres y mujeres que acudían voluntariamente a las clases, era algo muy importante: algunos se preparaban para una licenciatura, otros venían a estudiar textos, conversar, debatir, analizar obras de arte y películas.
»Todo ello les permitía olvidar por un rato su condición y, sobre todo, confrontar las ideas de los demás, reflexionar sobre problemas y cuestiones que de otro modo no habrían abordado. En resumen, se respiraba curiosidad y humanidad.
P. Hace apenas unos meses, ha creado usted el Premio Goncourt para los presos. ¿Podría contarnos cómo ha sido y si está ya dando buenos resultados?
R. El Goncourt des détenus (Goncourt de los presos) se celebró por segunda vez en otoño de 2023, con la participación de cuarenta cárceles de Francia y cerca de 600 reclusos. Leyeron los quince libros de nuestra primera selección, y en diciembre votaron para anunciar a su ganador. Es una aventura maravillosa. Hacer que hombres y mujeres lean y debatan, conocer a los autores y a los demás, elegir, votar y elegir. Son momentos de descubrimiento, respeto, escucha y curiosidad. Muchas personas han dicho que esto les ha devuelto la dignidad, y me parece maravilloso.
P. Y para usted, ¿qué significa escribir?
R. Para mí, escribir significa acercarme a los demás, intentar hablar con ellos, encontrarme con ellos, conocerlos, compartir mis preguntas y emociones con ellos. Daba clases en la cárcel por las mismas razones. Para mí, no hay diferencia entre estas dos actividades.