El escritor irlandés Colm Tóibín (1955), uno de los grandes de su país, conserva un estrecho vínculo con España desde que con veinte años pasara una etapa en Barcelona como estudiante. En esta ocasión nos atiende por videoconferencia desde su casa natal en Enniscorthy, uno de los enclaves de su nueva novela, Long Island (Lumen), secuela de la aclamada Brooklyn, publicada en inglés hace ahora casi quince años. Asegura Tóibín que no había planeado escribir la continuación —"Cuando escribes una novela, es importante pensar que ese es el único momento para contar la historia", dice— pero unos años después se le ocurrió un posible inicio.

La protagonista, Eilis Fiorello, se enfrenta en la primera escena a un feroz contratiempo: su marido, un fontanero italiano, ha dejado embarazada a una clienta y el esposo de esta asegura que cuando el bebé nazca lo dejará en la puerta de la casa de los Fiorello, en Long Island (Estados Unidos), donde viven desde que se casaron. La posibilidad de que el bebé sea acogido en casa de la familia de su marido, el adúltero, la corroe. Y la expectativa de esa humillación, sumada a la rabia de sentirse ultrajada, la conduce a tomar la decisión que catapulta la novela: regresar a Irlanda.

Tóibín sobrevuela con admirable meticulosidad la herida psicológica que arrastra la protagonista. Se detiene también en el cisma que, en consecuencia, se ha abierto en su familia política, que gestiona los sentimientos como si de una organización mafiosa se tratara. El simbolismo que revela la calle sin salida en la que se emplazan las casas de todos los miembros del clan imprime una interesantísima capa claustrofóbica a esta historia, que ahonda en los conflictos de la sociedad irlandesa, la vida en el extranjero, la dificultad para la preservación de la identidad personal… Al habla, el maestro anglosajón de las emociones.

Pregunta. Al contrario de lo que ocurría en Brooklyn, esta vez Eilis hace el camino de regreso a su tierra. ¿Qué posibilidades le reportaba esta decisión narrativa?



Respuesta. En realidad, esta es la historia de los últimos dos siglos en Irlanda: en cada generación alguien se marcha de la familia, se va a Inglaterra, Australia, Estados Unidos… En cuanto a Estados Unidos, hay un mito en torno al glamour, la fortuna y el éxito. Por eso cuando Eilis vuelve a casa lo hace con ese mito pegado. Si te desplazas a otro país, lo normal es que se debiliten emociones muy potentes: por ejemplo, si te enamoras cuando estás de vacaciones, esa historia de amor que tan intensa parecía se debilita cuando vuelves a tu territorio familiar. Trabajo con esa idea…



P. Incluso el hecho de vivir fuera de tu país de origen —el caso de Eilis en Estados Unidos— no resulta tan traumático como volver a casa en esta novela. Diría que no quería hacer una obra sobre el exilio, pero está muy presente…



R. Claro, porque quería pensar que al irse a Estados Unidos pierde Irlanda, pero nunca ha ganado Estados Unidos, o sea, se queda como en un limbo. Todas las emociones que siente, el amor o la fidelidad, se pueden debilitar. A mí lo que me interesa es el dramatismo, no la verdad. El drama del exilio es muy complejo: volver a casa, darte cuenta de todo lo que ha cambiado… Se te olvidan las cosas, e incluso el mundo que creías recordar se convierte en un sitio complejo. Esas presiones son las que me interesan.



P. Usted, que está tan arraigado a su tierra y al mismo tiempo sabe lo que es vivir en otros países, ¿cómo diría que viven los irlandeses fuera de su país natal? ¿Se parecen a los personajes de esta novela?



R. Sí, he pasado mucho tiempo en Estados Unidos y ahora mismo vivo en Irlanda [gira su webcam hacia la ventana, que proyecta un paisaje muy verde]. No es solo que yo naciera aquí, en esta casa, sino que fui concebido a la vuelta de la esquina. La casa en la que vivían mis padres está aquí, este es mi hogar. Al cruzar el Atlántico reinventas tu casa y te reinventas a ti mismo, puedes convertirte en una persona nueva en Estados Unidos, o al menos intentarlo, porque hay tantos irlandeses allí —y bares de irlandeses, y deportes de allí, y música irlandesa…— que hay muchas formas de seguir siendo irlandés.



»Pero Eilis se casa con un italiano, o sea, no vive en un mundo irlandés, sino en el de su nueva familia. Ser un exiliado irlandés es un fenómeno significativo. Por ejemplo, la madre de Joe Biden era irlandesa y en Nueva York muchos bomberos y policías son irlandeses, es una tradición muy importante.

P. Las mujeres tienen un papel decisivo tanto en Brooklyn como en Long Island. Son sufridoras, pero también muy fuertes en épocas donde lo tenían mucho más difícil. ¿Se inspiró en personajes reales?

R. Sí, de mi propia familia. Tengo hermanas y mi madre tuvo también dos hermanas que no se casaron hasta una edad bastante avanzada, así que venían a casa cada día, aunque no vivieran con nosotros. Y mi padre tenía una hermana que nunca se casó y también andaba por ahí. Estoy rodeado de un mundo de mujeres que hablan, que controlan, son muy locuaces, mientras que los hombres tienden a ser más silenciosos. Tengo un concepto claro del poder de las mujeres y para mí todo esto surge de la misma vida.

P. Por cierto, ¿hacer novelas ambientadas lejos de nuestro presente es un modo de evadirse de la realidad acuciante a través de la literatura?

R. La verdad es que me cuesta mucho escribir sobre correos electrónicos o mensajes de texto [risas]. Ambienté esta novela en 1976 porque fue el último verano que estuve en ese pueblo. Sé a qué bares iba la gente, cómo hablaban, cómo se vestían… Para mí lo que ocurre ahora supone un problema —por ejemplo, el cambio climático— a la hora de darle forma literaria. Conceptualmente puedo, pero a nivel artístico no. Están pasando tantas cosas ahora mismo que me llevaría veinte años encontrar una estructura y darles forma.

"Cuando veo a un grupo de nigerianos o de chinos o de polacos, pienso: genial, que vengan más, nos hacen falta"

P. ¿Cómo está viviendo los conflictos bélicos y cómo ve, en general, el panorama político internacional? Parece que la humanidad no supera los nacionalismos, un movimiento que en Irlanda conocen de primera mano…

R. Sí, claro. Hace unos días fui a Israel, a la franja de Gaza, a Hebrón, a Ramala… Y hablé con mucha gente, pero no puedo trabajar con ese material si no es como periodista. Como no soy capaz de escribir una novela sobre eso, lo que escribí fue un ensayo. La situación en general es muy grave, especialmente en Francia o en Italia. En Irlanda la cosa va mucho mejor porque hemos hecho pactos.

»Algunos tienen problemas con la inmigración, pero a mí me encanta que lleguen tantos foráneos como sea posible a Irlanda. Cuando veo a un grupo de nigerianos o de chinos o de polacos, pienso: genial, que vengan más, nos hacen falta. Irlanda es un país demasiado homogéneo, tenemos que mezclar y traer a gente de fuera. No tengo el menor interés en la gente que está en contra de la inmigración. Este movimiento está creciendo, es cierto, pero todavía es pequeño. Sigo siendo un socialista, por lo que me interesa la diversidad cultural y sexual: yo soy gay y eso afecta a mis opiniones sobre muchas cosas.

P. El año que viene se cumplen diez años de la aprobación del matrimonio homosexual en Irlanda, un acontecimiento que usted vivió con mucha emoción. ¿Una década es suficiente para valorar el progreso de la sociedad irlandesa? ¿Qué balance hace?

R. El cambio ha sido gradual, aunque es cierto que en Irlanda a veces pasan las cosas muy de repente. Fue muy inspirador ver cómo en Irlanda del Norte se llegó a un acuerdo entre dos bandos que habían estado muy enfrentados, mientras que en el sur de Irlanda el gran movimiento fue sacar al poder político de la iglesia católica. Yo estoy muy a favor de lo espiritual y soy consciente de la riquísima tradición que tiene el catolicismo, pero cuando la iglesia católica cuenta con el poder político es peligrosísimo.

"El referéndum sobre el matrimonio homosexual en Irlanda fue una decisión maravillosa, pero no la tomaron los políticos"

»El referéndum sobre el matrimonio homosexual fue una decisión maravillosa, pero no la tomaron los políticos. Fue una campaña muy conservadora, además, porque venía a decir que la institución del matrimonio ayudará a la gente a ser feliz en su vida, algo en lo que siempre ha estado de acuerdo la iglesia católica.

P. Como conocedor de la ciudad de Barcelona, ¿ha seguido la deriva independentista de los últimos años?

R. Me gustaría subrayar el logro de Cataluña con el idioma. Cuando yo estudiaba catalán en 1975, tenía 20 años. La mayoría de los catalanes de mi edad no sabían leer ni escribir en catalán, eran analfabetos de su propio idioma. En estos cuarenta años se ha ido afianzando la idea del bilingüismo, de que se puede vivir en Cataluña hablando español y hablando en catalán. Es totalmente lógico que cuando uno vaya al colegio estudie en catalán, no entiendo la oposición que existe en otras partes de España contra esto. España es un país con mucha riqueza cultural y en gran parte se debe a su diversidad de lenguas.

»Olvidémonos del nacionalismo, pensemos solo en los idiomas: es una idea preciosa que uno pueda viajar en tren a Cataluña y de ahí al País Vasco, y estar pasando de un territorio hispanohablante a otro vascohablante y a otro catalanohablante. ¿Qué viaje de tren en cualquier otro país puede ofrecer tanta riqueza? Pero si no hay políticas públicas sobre la lengua, la más débil va a desaparecer con la sucesión de generaciones. El milagro es que esto no ha sucedido en Cataluña.

"La mayoría de los catalanes de mi edad no sabían leer ni escribir en catalán, eran analfabetos de su propio idioma"

P. ¿Sabe si esta secuela tendrá también adaptación al cine, como ocurrió con Brooklyn?

R. Creo que la adaptación de una novela al cine es una cuestión de suerte: que haya una buena financiación, los actores… Ahora mismo el productor de Brooklyn tiene los derechos de este nuevo libro, pero es muy importante no comprarte la casa con el dinero que aún no te han pagado. Estas cosas son pura suerte, así que no tengo ni idea.

P. ¿Ha publicado por fin el libro de poemas que estaba escribiendo?

R. Sí, se llama Vinegard Hill. Algunos poemas están traducidos y se va a publicar, de momento, en alemán e italiano. Es curioso: cuando los días se nos hacían larguísimos durante la pandemia, me puse a escribir poemas.

P. Y ¿cree que el periodismo ha perdido influencia en los últimos años?

R. Sí, y es algo muy peligroso. Por ejemplo, en las elecciones estadounidenses ahora es complicadísimo para los periodistas: podrías escribir un gran artículo sobre Trump demostrando lo imbécil que es, pero nadie lo leería. La gente prefiere ver TikTok y cosas súper raras que se encuentra por internet. El poder de la verdad se está desvaneciendo.