Promiscuos, escandalosos, aficionados a los intercambios de pareja, a las drogas, a las fiestas sexuales salvajes y al alcohol, un puñado de aristócratas y aventureros europeos se estableció tras la Primera Guerra Mundial en las llanuras del Wanjohi (Kenia), un paraíso conocido desde entonces como Happy Valley, disfrutando de extensísimas plantaciones logradas a precio de saldo.

Los keniatas de la zona, miembros de la tribu de los kikuyu, tenían además la obligación de servirles a cambio de nada. Quizá por eso, sus mansiones, sus juergas y sus inmensas plantaciones se convirtieron en el símbolo oscuro de una época escandalosa, los felices años 20, despojada de prejuicios y ebria de libertad. Y es que, como explica Juliet Barnes en Los fantasmas de Happy Valley (La línea del horizonte), "aprovecharon el espacio y la libertad de los imponentes paisajes de Kenia para comportarse con salvaje desenfreno".

Pocos escapaban al hechizo de la África más desenfrenada: según la autora, incluso Eduardo, príncipe de Gales y su hermano Enrique, duque de Gloucester, fueron en 1928 y 1930 allí de safari y sus conquistas no se limitaron a la caza: ambos fueron amantes simultáneos de Beryl Markham, la primera mujer que voló de Inglaterra a Estados Unidos, hasta que el propio rey británico le pagó una fortuna para que se alejara de ellos.

"La fugitiva" de Taylor Swift

El poder de seducción de los felices libertinos de Happy Valley fue tal que inspiraron algunos personajes de Memorias de África, de Karen Blixen. Porque ella, que firmaba sus libros como Isak Dinesen, tuvo en África bastante más que "una granja, al pie de las colinas de Ngong": Tuvo además un marido infiel, el barón Bror Blixen-Finecke, que le contagió la sífilis, y que frecuentó a Beryl Markhan y a numerosas masais, y tuvo un amante, Denys Finch Hatton, el amor de su vida, que acudía a menudo, como el propio Bror Blixen, a la asombrosa mansión de Idina Sackville en Happy Valley.

Y Blixen no fue la única atrapada por los amoríos y juergas sin freno de estos aristócratas y aventureros. Al parecer Taylor Swift se inspiró en la vida de la ya mencionada Lady Sackville para componer The Bolter (La fugitiva, La desertora), una canción del álbum The Tortured Poets Department cuyo título, se dice, alude al apodo de Idina mientras corría de un matrimonio a otro, de un amante a otro, de un continente a otro. "Ella tiene las mejores historias", dice la canción, "cuando se iba, sentía que podía respirar".

Además, Idina inspiró uno de los personajes principales de A la caza del amor, de Nancy Mitford, y Frances Osborne tituló la biografía de Lady Sackville The Bolter. También inspiró el personaje de Iris Storm en El sombrero verde de Michael Arlen, interpretada por Greta Garbo en su adaptación cinematográfica, Una mujer de negocios. "El mejor regalo de la vida", afirma Iris en la película, "es la capacidad de soñar con una vida mejor".

En realidad, eso es lo que al final queda de un sueño colonial truncado, tan desinhibido como excéntrico y desenfrenado: unos libros, una canción, algunas películas y ruinas, muchas ruinas de granjas y de esperanzas.

Lady Idina Sackville

Arrasadas en los años 60 del pasado siglo durante la descolonización por el Mau Mau (feroz grupo guerrillero que asesinó a numerosos propietarios europeos con inusitada crueldad), un siglo después de aquel supuesto esplendor apenas queda nada, como descubrió Juliet Barnes cuando, tras las huellas de un pasado legendario y lleno de sombras, decidió localizar esas casas de ensueño donde se celebraban fiestas interminables. Por eso, en Los fantasmas de Happy Valley recorre incansable caminos imposibles y proyectos frustrados.

Y después de explorar exhaustivamente la zona con la ayuda de un keniata defensor de las especies en peligro, Salomon Gitau, de conversar con descendientes de los libertinos y con ancianos kikuyus, Barnes acabó descubriendo en su libro que donde hace un siglo prosperaban granjas agrícolas y ganaderas con exquisitos jardines y mansiones señoriales apenas había ruinas y cientos de diminutas granjas que intentan sobrevivir a pesar de las lluvias y la sequía, la sobreexplotación, la corrupción y la pobreza. En su afán por parcelar y entregar a los keniatas, verdaderos dueños de estas tierras, las antiguas plantaciones de los colonos, se han arrasado bosques, contaminado aguas, exterminado especies y agotado recursos.

"¿Estás casado o vives en Kenia?"

Cuando Barnes se embarcó en esta aventura, su primer objetivo fue localizar Stains y Clouds, las mansiones de la reina sin corona del grupo, Lady Idina Sackville, que antes de establecerse en África ya tenía mala reputación. Casada a los veinte años con el capitán David Euan Wallace, político, militar y multimillonario, le abandonó a él y a sus dos hijos "solo" porque Wallace le era infiel.

Eran los años 20 no resultaba nada frecuente (ni tolerable) que una mujer abandonara a su esposo por desdichada o aburrida que se sintiera. Tras fracasar su segundo matrimonio, en 1923 Lady Idina se instaló en Happy Valley con su tercer marido, Josslyn Hay, Lord Erroll, ocho años menor que ella, pero tan promiscuo y libertino como la propia Sackville (empezó a serle infiel durante el viaje de novios con cuanta viajera se encontraba) y como la mayoría de sus nobles vecinos. De hecho, en esa época se hizo popular este chiste: "¿Estás casado o vives en Kenia?".

Lo cierto es que Lady Idina era todo un personaje: organizaba fiestas de intercambio de parejas, se empapaba de whisky sour y recibía a sus invitados en Stains desde la comodidad de su bañera de ónice verde llena de champán. Su pequinés negro se llamaba Satanás y su cama era conocida como "el campo de batalla". Descrita por su amiga Elspeth Huxley como "la vampiresa más notoria de Kenia", Lady Sackville se instaló en el centro de este círculo, el más autodestructivo de todos.

Tras divorciarse de Lord Erroll, este fue asesinado a tiros en un coche de ciudad en las afueras de Nairobi. Ese misterio que sigue sin resolverse hasta el día de hoy fue, en segundo término, lo que impulsó a Juliet Barnes a comenzar sus investigaciones sobre Happy Valley: descubrir, cien años después, quién asesinó a Lord Erroll en 1941. El porqué, dadas sus innumerables amantes, muchas de ellas casadas, estaba mucho más claro: los celos de una amante despechada o un marido celoso…

El asesinato de Lord Erroll

Aunque la mutua promiscuidad no parecía un problema, Lady Idina y Josslyn Hay se habían divorciado a finales de los años 20 al descubrir ella que él había despilfarrado su fortuna. En 1939, el ya conde Erroll estaba enredado en una aventura con otra mujer casada, Phyllis Farmer, pero según Barnes, la abandonó cuando a finales de 1940 llegaron a Kenia sir Jock Broughton y su esposa Diana, treinta años menor. "Tenían un acuerdo escrito por el que él no la retendría si ella conocía a otro".

Y Diana se enamoró locamente de Erroll, ganándose el odio de Idina y de sus ex amantes, especialmente de Phyllis y de Alice de Janzé, famosa por haber disparado a su amante y futuro marido, Raymond de Trafford, antes de intentar suicidarse con la misma pistola, después de que él se negara a fugarse con ella. Le impusieron una multa de cuatro dólares por la molestia.

Dos meses después de que Diana abandonara a su marido, Erroll apareció asesinado en su coche a solo un kilómetro de la casa de Broughton, con una bala en la cabeza. Sir Jock fue arrestado y acusado del asesinato, "lo que condujo al juicio más largo que hubiera conocido nunca África central: tres semanas". Naturalmente, no se llegó a ninguna conclusión y Broughton no fue condenado, aunque se suicidó un año después.

El libro Pasiones de África, de James Fox (1982), sobre el caso, y la película basada en él, Pasiones en Kenia, protagonizada por Charles Dance y Greta Scacchi, reavivaron el interés en el asesinato. Al final del libro, la propia Juliet Barnes, tras conversar con algunos supervivientes, ofrece sus propias hipótesis, pero el crimen, que era uno de los motores del libro, se va diluyendo a medida que la autora sigue indagando en los caminos y en sus gentes.

Un fotograma de la película 'Pasiones en Kenia', dirigida por White Mischief

Así, descubre que las pocas mansiones que siguen en pie pertenecen a la élite corrupta de Kenia, que otras se han destinado a escuelas, pero carecen de materiales de estudio, de agua, de electricidad, incluso de alumnos, y que el único interés de sus responsables es conseguir dinero de Europa. Los jóvenes que logran estudiar en alguna escuela difícilmente podrán llegar a la universidad y se verán abocados a seguir cultivando terrenos mínimos y sobreexplotados de los que intentan vivir familias con diez, doce hijos.

La reina que bajó del árbol

Al tiempo, recrea la historia de los últimos cien años de Kenia, y recupera anécdotas espléndidas, como la visita al hotel casa de árbol de Treetops, en el bosque de Aberdare, de la entonces princesa Isabel el 5 de febrero de 1952. Tras subir la escalera y filmar desde el balcón-copa a medio centenar de elefantes, le preguntaron por la salud de su padre, el rey Jorge, ya mortalmente enfermo, y comentó que estaba tranquila porque parecía estar mucho mejor cuando se despidieron en Londres.

Parecía, recuerda Barnes, "radiante y feliz", pero horas más tarde le informaron de que el rey había muerto. Un miembro del séquito que la acompañaba escribió en el libro de visitas de Treetops que por primera vez en la historia "había subido a un árbol una princesa y había bajado una reina".

Otra anécdota más festiva recuerda al terrateniente inglés que decidió crear un exquisito jardín en una senda ancestral de los elefantes de Happy Valley. Cuando llegó el momento, decenas de paquidermos arrasaron con todo, mientras el colono intentaba apagar el ruido de los animales tocando el piano, como si de la orquesta del Titanic se tratara.

Al acabar el libro, la conclusión de Juliet Barnes es incontestable: aunque al principio le habían cautivado los excesos de Happy Valley, con sus drogas, sexo, escándalo y asesinato, un "mundo prohibido que provoca horror", en su obsesión por saber más enseguida le atrapó la verdadera Kenia y la historia maldita del valle dio un giro de ciento ochenta grados con una nueva generación "que me recuerda a mis abuelos maternos: granjeros que trabajan duro, con poco dinero" y casi sin esperanza. Nobles de verdad aunque no tengan título, generosos y verdaderamente libres, pero acechados, eso sí, por los fantasmas de los depravados de antaño y su embriagada búsqueda del placer y de la felicidad.