Lawrence Ferlinghetti. Foto: Christopher Michel

Lawrence Ferlinghetti. Foto: Christopher Michel

Letras Libro de la semana

Ferlinghetti: recuerdos del poeta centenario que encarna toda la cultura de Estados Unidos

Ninguna biografía ha encarnado de forma más completa y apasionada las visiones y contradicciones, los logros y calamidades y las animadversiones.

22 julio, 2024 01:30

Lawrence Ferlinghetti (Nueva York, 1919-San Francisco, 2021) celebró su centenario el 24 de marzo con la publicación de El chico, la historia de su vida contada a través de instantáneas y arias. Ninguna biografía ha encarnado de forma más completa y apasionada las visiones y contradicciones, los logros y calamidades, la movilidad social y las animadversiones sociales de ese periodo vital.

El chico

Lawrence Ferlinghetti

Traducción de José C. Vales. Libros del Kultrum, 2024. 249 páginas. 22 €

Ferlinghetti, poeta, empresario minorista, crítico social, editor, excombatiente, pacifista, chico pobre, chico privilegiado, socialista declarado y capitalista de éxito, con raíces en la Costa Este y la Costa Oeste (además de París), entonces no solo había sobrevivido un siglo, sino que aún hoy encarna la cultura estadounidense de ese siglo.

En concreto, fue un protagonista único de un drama nacional: la lucha estadounidense por imaginar una cultura democrática. ¿Cómo afecta el ideal de movilidad social a las nociones de alto y bajo, Europa y el Nuevo Mundo, la tradición y el progreso? Esa lucha de la imaginación subyace tras el arte de Walt Whitman y Duke Ellington, Emily Dickinson y Buster Keaton.

También está detrás de toda una serie de cuestiones estadounidenses, desde la segregación de las escuelas públicas hasta la realidad del cambio climático provocado por el hombre. Esas cuestiones políticas enredan nuestro mestizaje de lo culto y lo vulgar en un proceso sobrecargado cuyas complejidades desafían términos simplificadores como "guerras culturales".

En cuanto a la movilidad social, las primeras páginas de El chico van de un orfanato de Chappaqua a un colegio privado en Mount Hermon; de la desnutrición al lujo. Vivió con su Tante [tía] Emilie en el Upper West Side y en Estrasburgo (el francés fue el primer idioma del niño) y luego en una mansión de Bronxville, en la que Emilie pasó un tiempo como ama de llaves.

Tras licenciarse en la Universidad de Carolina del Norte, Ferlinghetti dirigió un cazasubmarinos durante el desembarco de Normandía, y luego "fue al Pacífico como navegante... y vio Nagasaki siete semanas después de que cayera la segunda bomba y vio el paisaje del infierno y se convirtió en el acto en un pacifista".

¿Es la carrera de Ferlinghetti como poeta influyente y superventas una historia de alta cultura o de cultura popular? ¿Era su City Lights, como librería y editorial, una trampa para turistas de San Francisco? ¿O era un santuario literario, moral y legal que no solo publicó Poemas a la hora de comer de Frank O'Hara y Aullido y otros poemas de Allen Ginsberg, sino que en un caso judicial de 1957 estableció principios de la Primera Enmienda que transformaron la vida estadounidense?

El sitio donde está la tienda en North Beach ha sido declarado lugar histórico "oficial" de San Francisco. ¿Se trata de una curiosa contradicción en sus términos? ¿O es un triunfo? La respuesta a todas estas preguntas es, rotundamente, sí: todo lo anterior.

La portada de El chico llevaba en su versión original el rótulo "Una novela", que no es tanto una cuestión de forma literaria como una reafirmación del derecho del autobiógrafo a inventar, embellecer y recordar mal de forma creativa. El libro comienza con unas docenas de páginas de interesante narrativa de tipo convencional: antepasados (incluida una rama de inmigrantes sefardíes en las Islas Vírgenes y otras líneas que son danesas y francesas, de ahí Tante Emilie) y anécdotas de la infancia.

Ferlinghetti es literario a la manera estadounidense de su generación, con el entusiasmo de un autodidacta

Esta estructura lineal se sublima gradualmente en largas frases líricas de asociaciones espontáneas: las improvisaciones verbales de un buen conversador. Los lectores que esperen reminiscencias de figuras beat como Ginsberg ("Ginzy") y Jack Kerouac ("Ti-Jean") posiblemente se sientan decepcionados.

Ferlinghetti aborda los escritores y la escritura de una manera más panorámica y elevada, como en su visión de Ginsberg "cogido del brazo" de "los otros grandes escritores y poetas y grandes articuladores de la conciencia", una procesión que incluye a Shakespeare, Tolstoi, "el sensual tragi-romántico Vincent Millay y el dulce cantor Dylan Thomas".

Por encima de todo, Ferlinghetti era literario a la manera estadounidense de su generación, con el anticuado pero sugerente entusiasmo de un autodidacta (a pesar de su máster en Columbia). De niño se emocionaba con "Horacio en el puente" y "La carga de la brigada ligera". Incluso llama a Shakespeare "el bardo de Avon" y señala que los Cantos del "viejo Ez" Pound "son imposibles de cantar". También admira y se burla del "viejo Tea Ass [juego de palabras con las iniciales del escritor] Eliot". La mezcla de burla y asombro, duda y aspiración procede de esa dualidad cultural subyacente de lo alto y lo bajo.

El primer libro de poemas de Ferlinghetti, Un Coney Island de la mente, que tuvo un enorme impacto, se hace eco de esa duplicidad en el propio título: de un lado, la mente con mayúsculas; y del otro, el fascinante y popular parque de atracciones de Brooklyn. El primer poema del libro, que tantos de nosotros leímos como adolescentes embelesados, comienza con un gran artista europeo cuyo nombre es la segunda palabra [en el original en inglés]: "En las grandes escenas de Goya nos parece ver / a la gente del mundo / exactamente en el momento en que / alcanzó por primera vez el título de / 'humanidad sufriente'".

Puede que las generaciones afectadas por el libro de Ferlinghetti (más de un millón de ejemplares vendidos) no hubiéramos visto jamás una imagen de Goya, pero podíamos intuir la resonancia de ese nombre en las frases finales del poema: "Son la misma gente/ solo que más lejos de casa/ en autopistas de cincuenta carriles/ en un continente de hormigón/ salpicadas de anodinas vallas publicitarias/ que ilustran burdas ilusiones de felicidad" y "llevan extrañas matrículas / y motores / que devoran América". Soy consciente de las limitaciones de la redacción, pero ¿alguien osa decir que el poema se le ha quedado pequeño cuando está gratamente en deuda con él?

Goya y las vallas publicitarias y la historia de El chico se hacen eco de una gran cuestión nacional. Desde las sublimes obras de arte de masas de Buster Keaton, ahora conservadas en archivos universitarios, hasta la efervescente lógica de la música clásica en los Looney Tunes, pasando por el disparate de un presidente surgido de un programa de telerrealidad absurdo, desde Coney Island hasta la Mente: ¿quién, pequeñines y pequeñinas, juveniles y, sin embargo, viejos, nos creemos que somos?

© The New York Times Book Review. Traducción: News Clip