Casi 70 años antes de que Candace Bushnell inventara a Carrie Bradshaw, Ursula Parrott ya había creado su particular Sexo en Nueva York. Era 1929, poco antes del crac financiero, y la escritora acababa de atravesar una amarga separación con el influyente periodista Lindesay Marc Parrott. En su primera novela, La divorciada, inspirada en su propio proceso, narraba la vida de una joven redactora de anuncios de moda –Patricia– que, tras su reciente separación de su esposo Peter, se ve obligada a volver a vivir como soltera en la Gran Manzana.



Publicado inicialmente de manera anónima, el libro se convirtió, gracias a su frescura y descaro, en todo un éxito de ventas. Con más de 100.000 ejemplares vendidos, triplicó las cifras de El gran Gatsby. "Yo misma he progresado, en cuestión de gustos, de Scott Fitzgerald a Ernest Hemingway. Una distancia condenadamente larga en el camino hacia léxicos más grandes y amplios", bromeaba su personaje.



Verdad o broma, lo cierto es que mientras al escritor de Suave es la noche se le reivindicó años después de su muerte, la obra de Parrott cayó en el olvido. Y allí permaneció, hasta que fue reeditada ya en 1988 y, más recientemente, en 2023 en una edición de bolsillo. En España ha sido publicado este mismo año por Gatopardo con traducción de Patricia Antón.

Falsa liberación femenina

Ambientada en el convulso final de la mitificada décadad de los 20, La divorciada escandalizó a la sociedad americana por su absoluta franqueza a la hora de tratar temas como el divorcio, el aborto, los matrimonios abiertos o las infidelidades. Parrott huyó de la rivalidad entre mujeres y tejió una red de apoyo y empatía entre ellas. Sus personajes femeninos eran mujeres independientes, trabajadoras, jóvenes y hermosas, que salían a beber whisky y mantenían idilios de una sola noche.



Pero en medio del glamur, los cocteles, la música –la novela suena a Rhapsody in Blue de George Gershwin– y las luces infinitas de Nueva York, pronto descubrirán que "la libertad para las mujeres resultó ser el mayor regalo que Dios les hizo a los hombres", y tendrán que hacer frente a la difícil situación de ser divorciadas en el Nueva York de 1929.

Portada de 'La divorciada' de Ursula Parrott

"Criadas bajo los maltrechos estandartes del 'amor eterno' y 'la pureza ante todo', ahora tenemos que adaptarnos a la vida en la era de las aventuras de una noche –dice la compañera de piso de Patricia–. Se supone que somos libres. ¡Menuda sandez! Libres para pagar nuestro propio alquiler, y comprar nuestra propia ropa, y soportar las excentricidades de media docena de hombres con autoridad sobre nosotras en todos los asuntos, en lugar de tener que complacer a un solo marido".

"El principal logro de la liberación de las mujeres de la monotonía de la vida doméstica –concluye– ha sido liberar a los hombres de la necesidad de ofrecerles estabilidad a cambio de amor, fidelidad, etcétera".

Entre cita y cita, los 'amigos' que van y vienen, la ropa de moda, las copas para anestesiar los malos tragos –el whisky de emergencia en el baño– y un sentido del humor muchas veces ácido, La divorciada salpica como si tal cosa hechos trágicos que hablan también de agresiones sexuales, de violencia doméstica o de abortos. El dolor se vuelve entonces palpable, mucho más cruel, a partir de ese tono entre frívolo e indiferente, con el que su protagonista, atrapada en ese camino sin retorno de pérdida de la juventud y de desengaños amorosos, se protege.

Del éxito al derroche

La vida de la propia Parrott no fue mucho más sencilla que la de su protagonista. "Esa sensación de correr, de haber estado haciéndolo sin parar hasta quedarme sin aliento, y de que sin embargo debía seguir corriendo para siempre, parecía resumir mi vida. Corría durante el día, haciéndome pasar por una joven y eficiente mujer de negocios, y durante la noche, interpretando el papel de una joven y sofisticada mujer de ciudad. Siempre huyendo del recuerdo de Peter, daba igual si corría hacia algo o hacia nada", narraba en la novela con tono autoconfesional.

Casada en 1922 y divorciada en 1928 por las continuas infidelidades mutuas, fruto de su primer matrimonio con el citado periodista tuvo a su único hijo, Marc, al que mantuvo oculto del conocimiento de su esposo, por miedo a que su pareja le obligara a abortar. Según dicen, incluso, el padre no se enteró de la existencia de aquel niño, criado en casa de su abuelo y tía maternos, hasta un par de años después, cuando ya la separación era inevitable entre los dos.

Reportera, como su exmarido, tras protagonizar un sonado divorcio, Lindesay Marc tuvo la elegante delicadeza de pedir a las principales cabeceras que vetaran a su exmujer. Parrott publicó entonces La divorciada, convirtiéndose en una de las escritoras más célebres de la época. "Su succès de scandale, en el invierno del crac de 1929, le reveló a mi madre, por entonces una escritora y periodista de moda, que podía ganar mucho dinero en aquel tiempo todavía casi sin impuestos. A partir de entonces, prácticamente no hubo quien la detuviera", recordaba su hijo en el epílogo a la edición de 1988.

"Mi madre trabajaba como un galeote: recuerdo bien el caos y la tensión para cumplir aquellos eternos plazos de entrega para Cosmopolitan o Women's Home Companion, ya desaparecidas. Creo que ella y un puñado de sus compañeras ganaban más dinero que cualquier mujer estadounidense en aquella época, excepto por las actrices de cine a las que contrataban con regularidad".

En sus años de mayor éxito, entre 1930 y 1945, su hijo estima que Parrott llegó a ganar 700.000 dólares. En aquella época publicó parte de sus bestsellers, que dieron lugar a varias adaptaciones cinematográficas, algunas protagonizadas por Humprhey Bogart, James Stewart o Cary Grant. La primera de ella, claro, La divorciada.

Estrenada en la gran pantalla en 1930, la interpretación de Norma Shearer del personaje de Patricia supuso su primer y último Óscar como mejor actriz. Sin embargo, recuerda su hijo, "gastó hasta el último centavo, y más. Mi madre era una derrochadora; le gustaban los hombres y otras posesiones. Se casó cuatro veces, y dos de sus maridos le costaron dinero".

Vivir a base de whisky y besos

Efectivamente, si alguien conoció de primera mano los sinsabores de ser considerada una divorciada en la Nueva York de la primera mitad del siglo XX, fue precisamente Parrott. Ninguno de sus tres esposos posteriores le duró más que su primer marido.

Aficionada a la moda y a ciertos lujos, propensa a los escándalos, a lo largo de su vida fue chantajeada varias veces y durante un tiempo se rumoreó que había tenido aventuras con F. Scott Fitzgerald y Sinclair Lewis. En 1942, fue acusada de intentar ayudar al guitarrista de jazz Michael Neely Bryan a escapar de una prisión militar escondiéndolo en el asiento trasero de su coche.

"El guardia de la prisión militar de Miami Beach vio a la mujer, Ursula Parrott, de 40 años, autora de La divorciada y casada cuatro veces, esconder al apuesto soldado prisionero con cara de niño en la parte trasera de su coche. El hombre le gritó que se detuviera. Ella pisó el acelerador y se dirigió hacia la puerta de salida", relataba una crónica de 1943 publicada en Time. Durante el juicio, Parrott, en una escena que recuerda a la Holly Golightly de Desayuno con diamantes, alegó que había sido un impulso. Simplemente, admitió, "estaban saliendo a cenar". Milagrosamente, fue declara inocente de todos los cargos.

Escritora maldita, gastaba todo lo que ganaba con la misma facilidad con la que se divorciaba. De la filosofía de trabajar únicamente por necesidad, era capaz de escribir durante 72 horas sin parar para generar el dinero que más tarde dilapidaba. Entonces volvía a escribir. En total, fue autora de 22 libros, además de sus múltiples columnas de moda y guiones cinematográficos.

Fumadora y bebedora habitual, Parrott murió en 1957. "Mi madre murió en una sala de beneficencia de un hospital de Nueva York, de un cáncer, por fortuna rápido, a los cincuenta y ocho años. Ingresó en el hospital, y tal vez murió con un nombre falso: para empezar, seguía vigente una orden de detención contra ella en el estado de Nueva York –por un cargo de hurto mayor–. Esta táctica tenía sus ventajas: consiguió darle esquinazo a la prensa, a la que temía, pero cuyas atenciones no podía dejar de atraer; no tuvo que enfrentarse a una manada de lobos en su lecho de muerte", recordaba su hijo Marc en aquella edición de 1988 poco antes de fallecer ese año él mismo.

"No me ha pasado gran cosa –escribió Parrott en La divorciada–. Nunca he cruzado a nado el canal de la Mancha, ni he tenido gemelos, ni he escrito una obra de teatro, ni he asesinado a una rival. Solo he vivido tranquilamente, año tras año, a base de whisky y besos". Tal vez así lo resumiría ella. Después, quién sabe, quizás sonriera, mientras se diera la vuelta y la luces de Nueva York se difuminaran a su espalda.