Barco de exiliados republicanos.

Barco de exiliados republicanos.

Letras

El exilio republicano español, un antídoto contra el resentimiento entre España y México por la Conquista

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Sobre las dos de la madrugada, se instala la mesita junto a la pasarela del barco. Encima, la lista de pasajeros y los sellos. 25 de mayo de 1939. Puerto de Séte, localidad ubicada a poco más de 30 kilómetros al sur de Montpellier. Los republicanos españoles, tratados peor que animales en suelo francés tras huir de la represión fascista, embarcan confiados en que la suerte les dé un respiro.

El presidente mexicano Lázaro Cárdenas les ha abierto las puertas de su país, un gesto generoso pero, sobre todo, inteligente. El Sinaia parte a la una y media del mediodía, bamboleándose, con casi 1.600 personas a bordo, cada una de su padre y de su madre, procedentes de las distintas regiones de la piel de toro, con ideologías que van desde el anarquismo al republicanismo liberal. No faltan, claro, socialistas, comunistas, nacionalistas… Es el excedente humano de la España "grande y libre" en la que ya campea Franco.

En el pasaje predominan gentes del campo, analfabetos muchos. Pero los que empiezan a granjearse el protagonismo es la minoría ilustrada: escritores, artistas, intelectuales... Nada más zarpar, ya se las han apañado para imprimir un periódico. "Venían a conocer y cambiar el país. De inmediato asumieron tareas científicas, educativas, culturales y empresariales de primera fila. Esto es lo que llevó a José Gaos [catedrático de filosofía purgado que ya había llegado a México en el 38] a decir: 'España, última provincia de sí misma'. La modernidad había zarpado a otros rumbos", señala Juan Villoro a El Cultural.

El escritor mexicano es hijo de aquella diáspora. Su padre, el filósofo Luis Villoro, de origen catalán, llegó a México cuando empezó la II Guerra Mundial, porque su madre era mexicana. No era exactamente un exiliado pero muy pronto empezó a asociarse con aquel contingente de republicanos que no paraba de crecer, hasta rondar los 25.000 miembros. "A partir de entonces construyó en su mente una España ideal, definitivamente perdida, donde imperaba la democracia y el Barça ganaba todos los partidos", explica Villoro, que dedicó a su progenitor una emocionante evocación en La figura del mundo. "Yo, por mi parte, estudié el bachillerato en el Colegio Madrid, fundado por republicanos, mi primer editor fue el inolvidable Joaquín Díez Canedo y debuté en el fútbol en el equipo Principado, del Club Asturias".

El Sinaia es el barco más simbólico de aquel flujo masivo. Pero hubo muchos más. Como el vapor que transportó a los llamados niños de Morelia, 456 menores hijos de republicanos. Desembarcaron en junio de 1937 en Veracruz, igual que el Sinaia, tras el cual se aceleró un goteo de buques repletos de españoles huyendo de una Francia que, si bien había abierto las fronteras para que Franco no los aniquilase, luego los encerró en campos de internamiento inhumanos.

"Yo estudié el bachillerato en el colegio Madrid y debuté en el equipo Principado, del Club Asturias". Juan Villoro

Cárdenas, bien asesorado, supo que aquel capital humano podía aportar mucho a México. Encargó a su legación diplomática que advirtiera a las autoridades de la Francia de Vichy, el Estado títere de los nazis, que se hacía cargo de cuanto republicano español quisiera emprender una nueva vida al otro lado del océano Atlántico. Quiso incluso traerse a Manuel Azaña, pero a este, que pasaba sus últimos días de vida en un hotel en Montauban –sufragado por México, por cierto– , no le dejaron marchar. El embajador mexicano contó que lo enterraron con la tricolor mexicana sobre el ataúd, ya que los secuaces de Petain prohibieron el uso de la enseña republicana, un detalle, no obstante, cuestionado por algunos historiadores. Lo que no es cuestionable es que bajo esa bandera se les abrió a muchos artistas españoles una nueva oportunidad para continuar con su carrera. El listado sigue asombrando: María Zambrano, Luis Buñuel, Luis Cernuda, Max Aub, León Felipe, Concha Méndez, Manuel Altolaguirre, Emilio Prados, Francisco Ayala, Rodolfo Halffter, Remedios Varo, Ernestina de Champourcín…

Tarjeta de identificación  de Luis buñuel

Tarjeta de identificación de Luis buñuel

Fueron los 'transterrados', según los definió Gaos, que consideraba que su llegada a México era un simple transplante, por el sustrato cultural común de un territorio que perteneció durante tres siglos a la Monarquía Hispánica y por la lengua común. El concepto suscitó polémica porque no para todos fue tan sencilla la integración. Hubo también hostilidad por parte de muchos locales que se sintieron desplazados y, particularmente, de la oposición política a Cárdenas. Pero también de popes del arte como Diego Rivera, autor de un muralismo nacionalista que plasmó únicamente la faz violenta de la Conquista (véanse sus imponentes estampas en el Palacio Nacional). Rivera incluso pidió la expulsión de Ramón Gaya porque este osó cuestionar el valor artístico del grabador mexicano José Guadalupe Posada. La fricción les enseñó a los transterrados que la libertad de expresión en México no era tan amplia como la que propugnaba la República española.

Significativo es también que se llegara a acuñar el término despectivo 'refugachos' (a nivel coloquial, aclara Villoro, 'gacho' significa 'malo'). "Hubo un exilio de primera clase, el de los artistas y los intelectuales, y otro de segunda, el de la mayoría, que tuvo que hacer un esfuerzo importante pues, sin el prestigio de los otros, era una multitud de extranjeros a los que se veía con recelo", explica Jordi Soler, cuya familia pertenecía a la categoría de los desclasados, como recuerda en su novela Los rojos de ultramar. "Mi abuelo, excombatiente de la Guerra Civil, decía: 'México no nos recibió con los brazos abiertos, el que lo hizo fue Lázaro Cárdenas'".

"El cosmopolitismo de Octavio Paz, que labró el camino de los escritores mexicanos de hoy, nació del contacto con los españoles". Jordi Soler

Su loable solidaridad no estaba exenta de cálculo pragmático. Sabía –Daniel Cossío Villegas, por ejemplo, fue de los primeros en advertir de los beneficios de absorber todo ese caudal de conocimiento– que dar la nacionalidad a todos aquellos republicanos podía ser un espaldarazo formativo para su pueblo, como así terminó siendo. "Fueron sin duda un upgrade para México", afirma Soler, que saca a colación el significativo ejemplo de Octavio Paz: "Su tremendo cosmopolitismo, que en buena medida labró el camino para los escritores mexicanos de hoy, nace del contacto con todos aquellos escritores".

Un linaje que confirma Jorge Volpi en sí mismo: "Manuel Pedroso [catedrático de Derecho y candidato del PSOE en las elecciones de 1933] fue el maestro de Carlos Fuentes o Sergio Pitol, que a su vez fueron mis maestros. Hay una línea de continuidad directa. Mis padres tenían muchos amigos exiliados. Yo mismo fui alumno, y luego amigo, de Manuel Ulacia, nieto de Altolaguirre. Y, por supuesto, están todos los que leí mientras estudiaba Derecho".

"La recuperación de este patrimonio debería haber sido cuestión de estado pero al final ha recaído en la iniciativa privada". Manuel Aznar

Volviendo a Octavio Paz, es clave en esta historia su presencia en julio de 1937 en el famoso Congreso de Escritores Antifascistas de Valencia. Allí estuvo el autor de Libertad bajo palabra a pesar de las muchísimas dificultades que había para entrar en una España en plena guerra. "Forjó amistades y contactos con colegas españoles a los que luego abrió la puerta de la revista Taller, que empezó a dirigir en 1939", explica Manuel Aznar, catedrático de literatura española de la Universidad Autónoma de Barcelona y fundador, en 1993, del Gexel (Grupo de Estudios del Exilio Republicano).

Buena parte procedían de la revista Hora de España, editada en la capital del Turia: José Bergamín, Ramón Gaya, Juan Gil Albert… Aznar, en colaboración con Abelardo Linares, de la editorial Renacimiento, ha sido el gran artífice de la impagable recuperación de este patrimonio, recogido en la colección Biblioteca del Exilio, formada ya por más de cien títulos. "Esta recuperación debería haber sido una cuestión de Estado pero al final ha recaído sobre la iniciativa privada", lamenta el veterano profesor, que, por otro lado, ha conseguido finalmente que la UAB dé el visto bueno a una cátedra específica sobre el exilio literario.

"López Obrador no ha hecho sino avivar el odio recordando la conquista contada por Diego Rivera". James Valender

En Taller, que echó el cierre en 1941, también colaboró Luis Cernuda. El poeta sevillano, que había estado catorce años en Inglaterra y Estados Unidos tras la guerra, se instaló en México a finales de 1952. Paz, que llevaba una década fuera, regresaría a su país en 1953. Desde este año hasta 1959, la amistad entre ambos se estrechó mucho. Sintonizaron por diversos motivos, incluida su querencia surrealista, que puede apreciarse en los vasos comunicantes entre los poemas "Piedra de sol" (del mexicano) y "Birds in the night" (del español). Cernuda, poco dado a las camarillas de café, sí mostró en cambio una firme admiración por Paz. "No conozco a quien como él tenga conocimiento y experiencia iguales en lo que a poesía toca", escribió sobre él en una carta a un amigo. Son detalles que aporta James Valender, investigador del Colegio de México (nombre de la refundada Casa de España), en Escenas del exilio español en México. 1937-1962, último libro de la mencionada colección dedicada al éxodo republicano en Renacimiento.

El hispanista norteamericano, que quedó fascinado por Cernuda cuando en 1970 compró en Sevilla un ejemplar de La realidad y el deseo, se trasladó a México en 1977 para escribir una tesis sobre él. Casado con Paloma Ulacia, nieta de Manuel Altolaguirre y Concha Méndez, recopila en este libro sus ensayos sobre diversos autores del exilio, la mayoría de los cuales pensaron que la estancia en México sería provisional. Una perspectiva que la habilidad de Franco para resultar útil a los vencedores de la II Guerra Mundial terminó disolviendo.

"En España, las distintas guerras culturales han empañado a veces la verdadera trascendencia del exilio republicano". Jorge Volpi

El régimen se hizo fuerte y a ellos no les quedó más remedio que adaptarse a un paisaje extraño. Aunque con el paso de las décadas lo extraño terminó siendo España, como dejó claro Max Aub en La gallina ciega, traumático testimonio de su regreso a la patria perdida. Ricardo Cayuela, nieto de Companys, lo resumió con tino: "Ser exiliado republicano en México no fue una forma de ser español, sino una forma de ser mexicano".

Aquel legado, en cualquier caso, debería ser hoy un puente entre ambos países, a los que tanto cuesta asentar una colaboración sana. Villoro, Volpi y Soler tienen claro que la estima de México de aquella inyección cultural que les brindaron los republicanos sigue siendo muy alta. Mucho más que la que se le otorga en España, "donde –dice Volpi– las distintas guerras culturales a veces han empañado su trascendencia".

Valender no lo ve así: "López Obrador [expresidente de México] no ha hecho más que avivar el odio de los mexicanos a los españoles recordando la Conquista contada por Rivera". Para lo que se ha valido de, añade, "los libros de texto obligatorios de las escuelas públicas". "Creo –apunta– que serán ya pocos los mexicanos que recuerden el exilio español". ¿Desterrados, transterrados o refugachos? La cuestión –la herida– de la España peregrina sigue abierta.