Antoni Gaudí, un genio con muchas luces y ninguna sombra en una biografía necesaria y definitiva
- Figura banalizada y llevada a los altares, Armand Puig rehúye aquí los mitos y el imaginario habitual del arquitecto modernista para redescubrirlo.
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La Barcelona posterior a la pandemia y al procés independentista atesora muchas más resacas. Una capital es con su propia identidad, aún deudora de su dependencia turística al binomio Messi y Gaudí.
La banalización de la figura del arquitecto, un símbolo válido hasta para decorar la fachada de un hotel, se ha conjugado con focalizarlo en la Sagrada Familia, quedándose el Park Güell como otro guiño malvado a su mercantilización. A esto se suma cómo ese desdibujarse del creador se agravaba por la ausencia de biografías recientes para poblar no solo librerías, sino las tiendas de souvenirs de la Ciudad Condal.
La de Armand Puig (La Selva del Campo, Tarragona, 1953) ha sido considerada por el teólogo Francesc Torralba como la definitiva. Eso es muy osado y comporta un punto de vista, como el del autor, doctor en Ciencias Bíblicas, y claro, al abrir el libro uno piensa hallar una hagiografía del fervor mariano del prodigio, nacido en Reus el 25 de junio de 1852. El hijo del calderero se enamoró de la geometría, saltó a Barcelona y estudió arquitectura hasta insertarse con facilidad en grupos de su gremio con los que compartía afinidades religiosas y de carácter patriótico.
Fruto de estas amistades pudo suplir a Francesc de Paula Villar y encargarse de la construcción del templo de la Sagrada Familia, alfa, omega y obsesión absoluta. Sin embargo, Puig es magnífico, tanto en contextualizar esa juventud trepidante y serena como por dividir en varios episodios el progreso de la obra cumbre, cada uno de ellos en sintonía con la paulatina clausura en sí mismo del protagonista.
El biógrafo acierta en trazar una geografía coral y bien direccionada de la arquitectura gaudiana, de Astorga a Barcelona, cuyo mapa devora durante toda su trayectoria, con especial ahínco en los años ochenta del siglo XIX, cuando su energía hacia la madurez le concede un estado de gracia en detalles, formas y experimentación, de la Casa Vicens al Palau Güell.
Su obra civil, del Park Güell a la Pedrera, aquí se clasifica sin conectarla de manera contundente con el Modernismo e ignoramos si es de manera deliberada o una comprensible omisión al ir Gaudí por una senda libre, si bien es inevitable apreciar concomitancias con contemporáneos, de maestros como Joan Martorell a rivales legendarios como Josep Puig i Cadafalch o Lluís Domènech i Montaner.
Puig rehúye los mitos y el imaginario sobre su homenajeado, poco a poco único guía, hasta empequeñecer los alrededores, como si el autor se mimetizara con Gaudí en ese llevarnos a los adentros de los últimos años, con trágica guinda en el accidente de tranvía del 7 de junio de 1926, el confundirlo con un vagabundo y morir elevado a los altares en el Hospital de los Pobres, como siempre deseó en su piedad. A su funeral acudieron miles de personas, si bien no tantas como a otros más célebres en la capital catalana, del poeta Verdaguer al anarquista Durruti.
Antoni Gaudi, vida y obra es una biografía necesaria. Un buen antídoto contra mitificaciones. El apóstol pleno de pureza siempre ha sido retratado con facciones algo fantasiosas, desde sus iluminaciones sicodélicas a un independentismo desquiciado. Puig lo desnuda, con gafas aquejadas de poca visión periférica, como un católico ungido de conciencia social y patriótica que anhelaba fusionar su talento con lo divino desde un silencio humilde y desconcertante para los criterios de nuestro siglo, con un imaginario que acoge sin discusión el relato homologado del genio.