'Hay ríos en el cielo', de Elif Shafak: una ambiciosa novela que viaja de Mesopotamia al Londres actual
- La autora entrelaza historias de tres personajes y épocas, usando el agua como metáfora para explorar los conflictos contemporáneos.
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La turcobritánica Elif Shafak (Estrasburgo, 1971) es reconocida por trenzar textos de sensibilidad poética con denuncias de problemas sociales de impacto. Traducida a cerca de sesenta idiomas, su novela Mis últimos 10 minutos y 38 segundos en este extraño mundo (Lumen) fue finalista del premio Booker.
Hija de un profesor universitario de filosofía y una madre diplomática, viajera por el mundo, Shafak mezcla los perfumes orientales del pasado con los problemas contemporáneos; el interés en un diálogo Oriente-Occidente con su preocupación por los desplazados y las minorías, arrasados por las culturas dominantes. Piensa que como autora debe profundizar en capas de Historia y capas de silencios para encontrar y desenterrar historias no contadas. Admirada por Ian McEwan, Arundhati Roy y Mary Beard, no es una escritora de lo exótico sino que utiliza sus raíces para ahondar en el destino de las mujeres y en los conflictos sociales, religiosos y raciales.
Hay ríos en el cielo cuenta una historia que fluye desde Mesopotamia a la moderna Londres, discurriendo por el río Tigris, por el Támesis, por los pozos envenenados en Irak o por las riberas embarradas, donde los toshers londinenses buscaban tesoros enterrados entre el lodo.
Al principio parece una leyenda que abarca siglos, continentes y culturas. Una gota de agua enlaza dos grandes civilizaciones y a tres personajes en tiempos distintos, unidos por dos ríos. El agua en todas sus formas reaparece, una y otra vez, como leitmotiv, en esta obra que transita desde el año 640 a. C. a una casa-barcaza del Londres de 2018.
Si recientemente estamos sufriendo la fuerza destructora de las inundaciones, Shafak relata aquí una gran metáfora de la importancia del agua en todas las civilizaciones y el peligro de olvidar esa fuerza que vivifica pero que también tiene el poder de destruir el mundo.
Narrada en tercera persona, la novela mantiene al público subyugado hasta el final
En un capítulo inicial, titulado “A orillas del Tigris, en tiempos remotos”, sabremos del rey asirio Asurbanipal, hacia el año 640 a.C., creador de la gran biblioteca de Nínive, con millares de tablillas de escritura cuneiforme, entre ellas las del poema favorito del rey, La epopeya de Gilgamesh, otro de los motivos recurrentes en la novela.
Una sola gota de agua que cae en el cabello de Asurbanipal recorrerá tiempos y espacios hasta posarse en un niño llamado Arthur Smyth, nacido en el siglo XIX, a orillas del Támesis, de una madre rebuscadora de objetos en los lodos del río y esa gota llegará más de un siglo después hasta las aguas del bautizo de Narin, en el Tigris, una niña de religión yazidí, refugiada con su abuela en el sureste de Turquía hacia 2014. El tercer personaje, Zalika, marcado por el agua, es una especialista en hidrología, originaria de Oriente próximo, pero educada en el Londres altoburgués de 2018.
La novela utiliza la técnica de la múltiple perspectiva y las historias de los tres protagonistas se alternarán sin unirse hasta el final. Comienza cada capítulo por el nombre del personaje, lo que facilita la continuidad de cada narración.
El personaje más denso y mejor dibujado es el fascinante Arthur, de la estirpe de los pillos dickensianos. Sus conocidos le apodan “El Rey Arturo de las Cloacas y los Suburbios”. Esta parte es en sí misma una novela victoriana muy lograda en la que el propio Dickens tiene un cameo.
Smyth, sin estudios, posee una memoria prodigiosa y, fascinado por las riquezas asirias del Museo Británico, con el tiempo llegará a descifrar las tablillas de la epopeya de Gilgamesh. Contratado por el museo, se embarca en una expedición arqueológica para encontrar en Nínive las tablillas que completen el poema, y allí quedará cautivado por la abuela de la abuela de Narin.
La historia de la niña Narin y su familia de yazidíes, una secta religiosa minoritaria perseguida por cristianos y musulmanes, ofrece el interés de la mitología y las costumbres yazidíes. La masacre del Estado Islámico contra los yazidíes en Sinyar (Irak) en 2014, en la que se verá envuelta Narin y su familia, resulta escalofriante.
Por último, el relato de Zalika, estudiosa de la hidrología, instalada en una barcaza en el Támesis, con sus padres ahogados en el desbordamiento de un río, es el más flojo. La abundancia de casualidades, aunque nos remita a los grandes folletines, peca de poco verosímil. En este caso, Zalika representa la lucha contra la contaminación de las aguas y el problema de los ríos desviados.
Narrada en tercera persona, y en el inicio se diría que habla la gota de agua que unifica las diferentes historias, la novela mantiene al público subyugado hasta el final, cuando los tres hilos narrativos convergen de un modo que redondea la metáfora del agua y las peripecias de sus protagonistas.
Elif Shafak pronunció este año el discurso inaugural en la Feria de Frankfurt, defendiendo el papel de la literatura como memoria: “Mientras hablamos, hay guerras, violencia, destrucción climática, desigualdad... Es un momento muy difícil para ser humano y también para ser escritor. Pero nuestra respuesta no pueden ser la apatía y la angustia”, declaró. “En el momento en que dejemos de involucrarnos, de hablar sobre lo que está sucediendo en Gaza o Ucrania, estaremos perdidos”.