El LSD, una poderosa arma de guerra para los nazis y la CIA
- Norman Ohler publica 'Un viaje alucinógeno', una crónica social y política del siglo XX que se sumerge en el origen de las sustancias psicodélicas.
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"Si alguien colocara una bomba atómica en una de nuestras ciudades y tuviéramos doce horas para hacer que una persona nos confesara la ubicación, ¿qué podríamos hacer para que hablara?". Esto es lo que la CIA se preguntaba en medio de la paranoia nuclear por la carrera armamentística entre Estados Unidos y la URSS, según sugiere el periodista alemán Norman Ohler. El autor de El gran delirio. Hitler, drogas y el Tercer Reich (2016) acaba de publicar Un viaje alucinógeno (Crítica), una fascinante crónica de espías sobre el origen y desarrollo del LSD.
En torno a la tesis de que fue "malinterpretado y utilizado indebidamente", Ohler ha buceado en los archivos de grandes empresas farmacéuticas y universidades tan prestigiadas como Harvard para poner en pie una investigación que se nutre de una crucial materia biográfica: la madre del periodista padece alzheimer y no quería desaprovechar la oportunidad de comprobar el "inmenso potencial curativo" del LSD, un derivado del cornezuelo. Se trata de un hongo que crece en el centeno, afecta a los vegetales y provoca alucinaciones.
Arthur Stoll, un químico que tras el desenlace de la Gran Guerra estaba al frente de la farmaceútica suiza Sandoz, logró aislar del cornezuelo un alcaloide al que denominó ergotamina. En 1921 aparece como fármaco, el Gynergen, contra las hemorragias posparto y las migrañas. En 1935 Albert Hofmann, con 29 años, retoma la investigación sobre este hongo. Los avances se traducen en otros dos fármacos de éxito, el Methergin y la Hydergina, pero el momento crucial tiene lugar cuando sintetiza, a partir de la ergotamina, la dietilamida del ácido lisérgico.
Hofmann sabía que estaba ante una sustancia mucho más potente que las anfetaminas y los opiáceos, pero las pruebas con LSD, que habían arrancado en 1938, no se materializan hasta 1943. Mientras el mundo experimentaba la experiencia de realidad más cruda a la que se había enfrentado, un científico estaba poniendo en marcha una experiencia alternativa, un viaje alucinógeno. Tras ingerir una fuerte dosis por error, escribe: "Me sumí en un estado de embriaguez no desagradable, caracterizado por una imaginación extraordinariamente estimulada".
Al término de la II Guerra Mundial, Berlín era una ciudad arrasada. Buena parte de los supervivientes consumían drogas psicoactivas del mercado negro, que había vuelto a emerger tras los años de la dura persecución nazi. La Wehrmacht consumía Pervitin a discreción para resistir en el frente, pero los drogadictos eran enviados a campos de concentración. Muchos prisioneros, algunos de ellos discapacitados, fueron ejecutados con sobredosis de morfina, mientras que otras sustancias como la mescalina se utilizaban para sonsacar información a los enemigos.
El suero de la verdad
Arthur J. Giuliani, agente de la Oficina Federal de Estupefacientes de Estados Unidos en Berlín, tuvo que recurrir a los nazis para comenzar a hacer efectiva la misión encomendada por su país: combatir el tráfico y el consumo de drogas. Richard Kuhn, principal bioquímico del Tercer Reich, no tuvo reparos en cambiar de bando. Uno de los principales impulsores de lo que fue conocido como "el suero de la verdad" —la droga como herramienta de tortura— fue reclutado por los servicios de inteligencia americanos como asesor científico. El objetivo era convertir el LSD en un arma de guerra.
Además de que la URSS no pudiera aprovisionarse de la sustancia, pues le hubieran dado el mismo uso, uno de los cometidos era que Sandoz, la empresa que lo ostentaba, se viera impedida a comercializar el potencial medicamento. El programa ULTRA MK, puesto en marcha por la CIA, se iba a ocupar de estas cuestiones. Sidney Gottlieb, al mando de la operación, adquirió una ingente cantidad de dosis que la farmacéutica almacenaba. Desde este momento quedaba clara la dualidad en torno al LSD: de un lado, los que investigaban sus propiedades para tratar enfermedades mentales; de otro, los que lo concibieron como un instrumento de combate en plena guerra fría.
Las sensaciones que describió Hofmann en su primera experiencia lisérgica —las "imágenes fantásticas", el "juego de colores intenso"...— se convirtieron en una experiencia aterradora al inicio de los años 50. Las persecuciones y torturas a los presuntos comunistas señalados por la "caza de brujas" que impulsó McCarthy se recrudecen con la administración de LSD por parte de la CIA.
Además, en 1953 el grupo MK ULTRA se infiltra en el Greenwich Village de Nueva York, donde la incipiente generación beat, capitaneada por Allen Gingsberg, Jack Kerouac, William Burroughs y Truman Capote, saciaba su sed en garitos como la White Horse Tabern. Los miembros de la CIA se instalan en pisos francos y contratan a prostitutas para que drogasen a los clientes sin su permiso. El objetivo era obtener información acerca de sus datos personales, sus relaciones, sus preferencias...
El arma secreta de la guerra fría empezaba a ofrecer resultados. Ohler sugiere que J. F. Kennedy solicitó dosis de LSD a través de una amante que, como él, fue asesinada muy poco tiempo después. Con lo que no contaba el espionaje estadounidense es con la popularización del LSD como sustancia lúdica.
En los 60, el boom es absoluto. "El LSD me ha hecho mucho bien. Creo que todos los políticos deberían probarlo", llegó a manifestar Cary Grant, mientras que el escritor Ken Kesey escribe la novela Alguien voló sobre el nido del cuco tras un viaje lisérgico. A propósito, Jack Nicholson, protagonista de la adaptación a la gran pantalla, era también amante de los psicotrópicos.
"Fundaremos un movimiento de la paz y el amor", dijo Gingsberg poco antes de que Estados Unidos invadiera Vietnam en 1964. La frase resultaría ser un vaticinio Los jipis del movimiento pacifista y la contracultura, con Jimmy Hendrix y Bob Dylan entre sus máximos exponentes, prefieren la psicodelia a las bombas. John Lennon incluso agradeció a la CIA que les proporcionara el LSD: "Lo trajeron para controlar a la gente, pero en realidad nos dieron la libertad".
La realidad es que a mediados de los 60 Estados Unidos ya se había puesto manos a la obra para criminalizar las drogas y en 1966 el LSD se declaró sustancia ilegal. A comienzos de la siguiente década, Richard Nixon endurece la guerra contra las drogas. Además, figuras influyentes como Frank Zappa se posicionan en contra de los alucinógenos. Elvis Presley incluso presta su apoyo incondicional al presidente, aunque poco después murió a causa de la adicción a múltiples medicamentos.
El LSD se ahogó en una colisión interna entre los adeptos —los que abogaban por el uso lúdico de la sustancia y los que apostaron por un fin terapéutico— y por la presión de la CIA. La pregunta que sobrevuela cada una de las páginas del libro de Ohler es la siguiente: ¿por qué el LSD no se administra como medicamento para combatir los trastornos mentales si de verdad es potencialmente curativo?