H.P. Lovecraft en 1934. Foto: Lucius B. Truesdell (Aristas Martínez)

H.P. Lovecraft en 1934. Foto: Lucius B. Truesdell (Aristas Martínez)

Letras

Las cartas perdidas de H.P. Lovecraft, el genio visionario y racista

Publicada

Convertido en uno de los autores secretos más admirados e influyentes del siglo XX, la tortuosa personalidad de Howard Phillips Lovecraft (Providence, 1890-1937) sigue fascinando a una verdadera legión de lectores y escritores del mundo entero.

Portadas de 'El terror de la razón'. Foto: editorial Aristas Martínez

Portadas de 'El terror de la razón'. Foto: editorial Aristas Martínez

Casi desconocido en vida, H. P. Lovecraft no sólo creó una mitología de horrores preternaturales que acechan en las sombras (los dioses Cthulhu, Nyarlathotep, Azathoth, Tsathoggua, Yog-Sothoth o el Necronomicón, el libro maldito) , sino que fue el padre de la novela pulp y marcó a autores tan populares como Joyce Carol Oates, Stephen King o Ray Bradbury.

Incluso Michel Houellebecq le dedicó una biografía, y además su obra, plagada de dioses que acechan en la oscuridad, ha inspirado a grupos de rock y de heavy metal como Metallica o Iron Maiden.

También está detrás de cómics, juegos de rol, videojuegos (Alone in the Dark, Prisoner of Ice) y películas como The Haunted Palace (1963) de Roger Corman, Re-Animator (1985) de Stuart Gordon; El enigma de otro mundo (1951) de Howard Hawks; el remake La cosa (1982) de John Carpenter o Alien: el octavo pasajero (1979) de Ridley Scott, entre otras.

Y, sin embargo, hay un aspecto de H.P. Lovecraft que sigue siendo un misterio para muchos lectura: su abundantísima correspondencia. El genio del terror escribió a lo largo de su vida más de 75.000 cartas, de las que se conservan entre 3.500 y 10.000, alguna de ellas de más de cincuenta páginas. Un epistolario más literario que confidencial, que en España está dando a conocer la editorial Aristas Martínez en tres volúmenes.

Más pensamiento que confidencias

Como explicaba su traductor, Javier Calvo, al presentar el primer tomo, la historia de Lovecraft es la de un hombre que, sobre todo, amaba comunicarse con sus amigos y discípulos epistolarmente. Escribía incansablemente cartas, siempre a mano, “con caligrafía rápida y fluida, pequeña pero legible y solía cubrir ambos lados de la hoja de papel hasta los bordes, sin dejar ningún espacio sin usar”.

En ellas, derramaba sus opiniones más privadas y creativas, a veces como si de verdaderos ensayos se tratara y no exactamente como parte de un diálogo. "La prueba es que a menudo copiaba la misma parrafada, cuando estaba orgulloso de ella, a varios corresponsales", explica Calvo.

Cthulhu dibujado por Lovecraft (11 de mayo de 1934). Foto: Aristas Martínez.

Cthulhu dibujado por Lovecraft (11 de mayo de 1934). Foto: Aristas Martínez.

Así, si en el primer volumen, Escribir contra los hombres (2023) encontramos su epistolario narrativo, y en Diario de sueños (2024) hay una recopilación de los relatos oníricos de sus cartas, en El terror de la razón está el pensamiento lovecraftiano en las distintas áreas que lo obsesionaron y que su narrativa reflejó tan vívidamente.

El volumen, que acaba de aparecer estos días, está articulado en cinco apartados: "El pasado como patria", "La ética del espectador", "Una filosofía sin el hombre", "Del fascismo ilustrado al socialismo racional" y "El problema de las razas", que desnuda las razones del innegable racismo del escritor.

Absoluta soledad

En realidad, todas las excentricidades de H. P. Lovecraft surgen del clasismo familiar. Último descendiente de una distinguida familia burguesa venida a menos, su infancia estuvo marcada por la trágica muerte de su padre en un centro psiquiátrico tras diagnosticársele paresia, una ausencia parcial de movimiento voluntario que es síntoma común de la esclerosis múltiple, y una fase terminal de neurosífilis.

Su madre, Sarah Susan Phillips, una puritana racista y muy conservadora, lo sobreprotegió intentando que no se relacionara con gente que ella consideraba de clase inferior. Aislado y sin contacto alguno con niños de su edad, Lovecraft fue un superdotado que a los dos años ya leía poesía, y que a los seis o siete años empezó a escribir. Entre 1903 y 1908, se dice que vivió como un auténtico ermitaño sin apenas contacto con el mundo exterior, excepto el que tenía con su madre y con sus tías.

A pesar de que su relación con su madre era muy difícil, su muerte en 1921 le sumió en la desesperación. Huyendo del dolor, acudió a una convención de escritores aficionados en Boston donde conoció a Sonia H. Greene. Sonia, hija de inmigrantes judíos de origen ucraniano, era viuda y siete años mayor que él. Tres años después se casaron, pero el matrimonio, establecido en Nueva York, fue muy desdichado.

Tenían además graves problemas económicos que hicieron que Sonia perdiera la tienda de sombreros que tenía y tuviera que marcharse a Cleveland. Mientras, Lovecraft se quedó en Nueva York, donde comenzó a sentir una profunda aversión por la vida neoyorquina y por los inmigrantes en general, pues veía que muchos de ellos acababan encontrando un trabajo que a él se le negaba.

Fascinación con el fascismo

En esa época, Lovecraft empezó a coquetear con el fascismo, pues le fascinaba la personalidad de Benito Mussolini. Finalmente en 1926 se divorció pero siguió viviendo en Nueva York. Allí creó el llamado Círculo de Lovecraft, en el que cada autor tenía asignado un seudónimo y compartían sus ideas, conceptos y personajes a través de cartas.

Es entonces cuando Lovecraft escribió sus obras más importantes, inscritas en el ciclo de los Mitos de Cthulhu, que serían trece relatos entre los que destacan La llamada de Cthulhu (1926), El caso de Charles Dexter Ward (1927-1928) y En las montañas de la locura (1931). Finalmente, H. P. Lovecraft murió de un cáncer intestinal en el hospital Jane Brown Memorial, de Providence, el 15 de marzo de 1937, en el anonimato y en la pobreza más absoluta.

Convertido hoy en autor de culto, sus cartas privadas, literarias y políticas desvelan un rostro menos amable y mucho más amargo y controvertido. Así, por ejemplo, el 9 de noviembre de 1929 escribe a Woodburn Harris renegando de la situación de Estados Unidos, caracterizada por "una nueva y ofensiva barbarie advenediza basada en la cantidad, la maquinaria, la velocidad, el comercio, la industria, la riqueza, y la ostentación del lujo, que se ha propagado entre nosotros como una mala hierba desde el ascenso de la multitud chabacana [los inmigrantes] en la década de 1830".

Un racista sin disfraces

Si en esta carta comienza a asomar el racismo latente del escritor , el desprecio por las etnias que considera inferiores es palpable en la quinta sección, que los editores han titulado "El problema de las razas", explicando además que es difícil hacer comentario alguno "que no sustituya el análisis por la simple decepción o el desdén. O que no le dé directamente a uno ganas de enviar a Lovecraft al infierno".

No hay más que leer esta carta escrita a su amigo Reinhart Kleiner el 6 de diciembre de 1915, es decir, a sus 25 años, para comprobar que los editores no exageran:
"Cuanto más estudio la cuestión, más firmemente convencido estoy de que la única raza suprema es la teutona. [...] De no haber sido por la infusión teutónica al inicio del medievo, Europa habría estado perdida. ¿Quiénes fueron aquellos primeros reyes y héroes "franceses" que fundaron la civilización en Francia? ¡Teutones, del primero al último!"

O esta otra, de octubre de 1916: "Respecto a la tarea de asimilar a los extranjeros en el seno del pueblo americano [...] hay que asegurarse de que ciertas razas no vengan nunca a contaminar la sangre de nuestros colonos. [...] A fin de preservar el carácter de la población y de evitar ese deterioro de las costumbres y de la moral que siempre proviene del mestizaje, considero absolutamente esencial levantar una barrera infranqueable para protegernos de los asquerosos italianos, judíos, eslavos, armenios y otros engendros indescriptibles del Sur de Europa y de Asia".