Xita Rubert en el falso paraíso de Florida: la desaforada imaginación que vale un Premio Herralde
- El juego entre verdad y mentira es la clave de la novela 'Los hechos de Key Biscayne', que presenta una variopinta tropa de personajes disparatados.
- Más información: Xita Rubert y Cynthia Rimsky comparten el 42.º Premio Herralde de Novela
Xita Rubert (Barcelona, 1996) enhebra en Los hechos de Key Biscayne (Premio Herralde de Novela 2024) una historia de filiación realista. Un viejo profesor universitario de Boston se traslada con sus dos pequeños hijos a Key Biscayne, turístico y sofisticado lugar cercano a Miami, retorciendo la letra del pacto con su exmujer que le concedió su custodia tras el tormentoso divorcio; a la vez ella mira el incierto viaje con atemorizada desconfianza y amenazas legales desde España.
Resumida así la trama argumental, recuerda una anécdota testimonial acerca de desavenencias familiares. De hecho, no faltan datos costumbristas en el relato retrospectivo que la innominada hija hace de la arbitraria mudanza en primera persona.
Sin embargo, en muy pocas páginas se desmiente esa superficial impresión, algo que ya adelanta la oportunísima ilustración de la cubierta donde aparece, sobre un fondo tropical, la foto de una niña montada en un caimán. Ya tenemos la clave fundamental de la novela, un juego entre verdad y mentira.
Al servicio de esta contraposición de lo real y lo falso, a favor del acentuado contraste entre ambos principios, despliega Xita Rubert una potente imaginería que afecta a todo el contenido novelesco sin poner ningún límite a la verosimilitud; al contrario, primando la invención sobre el retrato con apariencia verdadera. Se diría que su poética consiste en preferir lo extravagante a lo corriente, en rendir culto a la imaginación.
La gran prueba de este gusto está en la configuración del personaje principal, el padre, entre lo risible y lo patético, fascinante tipo literario, que no humano, en quien se encadenan los matices de una ristra de sinónimos: estrafalario, pintoresco, excéntrico, algo grotesco, un punto ridículo. Su figura alocada queda en la memoria: incongruente, caprichoso, visionario a lo Don Quijote, fuera de la realidad común, divertido y ocurrente.
Xita Rubert prefiere lo extravagante a lo corriente, prima la invención y rinde culto a la imaginación
Parecida creatividad marca la variopinta tropa que pulula por Key Biscayne. La galería acoge narcos, famosos, defraudadores…, con quienes se recrea la estampa de un mestizaje barroco y abigarrado.
Lo mismo sucede con los sucesos en que se ven implicados los personajes, anécdotas impregnadas con una aureola de extrañeza aunque sean tan triviales como ir a la playa o a la piscina o asistir a una fiesta.
Xita Rubert tiene la originalidad de presentar todo ello con una plástica dimensión teatral, como si fuera el escenario de una comedia disparatada o una farsa, como una función de grand-guignol que sustituyera el terror por el devaneo mundano en el falso paraíso de Florida. La propia narradora siente a su familia como "actores inseguros" en el teatro de la vida, indecisos sobre qué papel representar respecto de sí mismos y respecto de los demás.
Pero Los hechos de Key Biscayne no se contenta con recrear ese territorio del engaño y el fingimiento, sino que lo aprovecha para acoger algunas cuestiones serias. En coincidencia con una reiterada preocupación reciente de nuestra narrativa, pone el foco principal en las relaciones familiares complicadas y nada satisfactorias. También es una novela de aprendizaje centrada en las apariencias. No por casualidad la narradora se refiere varias veces a la verdad y a la mentira.
Debajo de todo ese sugestivo disparate anecdótico, Xita Rubert solapa el escepticismo satírico con que contempla el mundo. Y para mostrarlo recurre a una atractiva apuesta literaria: sustituye el documento realista por el juego inventivo.