Kant y el ornitorrinco
¿Qué tienen que ver Kant y un ornitorrinco? Nada, se responde Eco. Y eso justifica el título de su último libro, una recopilación de ensayos escritos "bajo el signo de la indecisión y de numerosas perplejidades". Con humor, sabiduría y rigor, Eco indaga en esta obra sobre el problema de la referencia, del iconismo, de la verdad y de la percepción en este volumen que publica el mes próximo la editorial Lumen.
La historia de las investigaciones sobre el significado es rica en hombres (que son animales racionales y mortales), en solteros (que son varones adultos no casados) e incluso en tigres (aunque no se sepa muy bien si definirlos como mamíferos felinos o como gatos crecidos con la piel amarilla o a rayas negras). Rarísimos (pero los pocos que hay, son muy importantes) los análisis de preposiciones y adverbios (¿cuál es el significado de junto a, de, o cuando?); excelentes algunos análisis de sentimientos (piénsese en la cólera greimasiana); bastante frecuentes los análisis de verbos, como ir, limpiar, alabar, matar. No parece, en cambio, que ningún estudio de semántica haya ofrecido un análisis satisfactorio del verbo ser, que aun así usamos en el lenguaje cotidiano, en todas sus formas, con una cierta frecuencia.
De ello se había dado cuenta perfectamente Pascal (Fragmento 1655): "No podemos disponernos a definir el ser sin caer en este absurdo: porque no se puede definir una palabra sin empezar por el término es, ya sea expresado, ya sea sobrentendido. Así pues, para definir el ser, hay que decir es, y usar de este modo el término definido en la definición". Lo cual no es lo mismo que decir, con Gorgias, que del ser no se puede hablar: se habla muchísimo del ser, incluso demasiado, salvo que esta palabra mágica nos sirve para definirlo casi todo, pero no es definida por nada. En semántica se hablaría de un primitivo, el más primitivo de todos.
Cuando Aristóteles (Metafísica,IV, 1,1) dice que hay una ciencia que estudia el ser en cuanto ser, usa el participio presente, to on. Algunos lo traducen con el ente, otros con el ser. Efectivamente, este to on puede entenderse como lo que es, como el ser existente y, por último, lo que la escolástica denominaba el ens, cuyo plural son los entia, las cosas que hay. Pero si Aristóteles hubiera pensado sólo en las cosas del mundo real que nos circunda, no habría hablado de una ciencia especial: los entes se estudian, según los sectores de la realidad, en zoología, física, incluso política. Aristóteles dice to on e on, el ente en cuanto tal. Cuando se habla de un ente (ya sea pantera o pirámide) en cuanto ente (y no en cuanto pantera o pirámide), he aquí que el to on se convierte en lo que es común a todos lo entes, y lo que es común a todos los entes es el hecho de que son, el hecho de ser. En este sentido, como decía Peirce, el ser (Being) es ese aspecto abstracto que pertenece a todos los objetos expresados por términos concretos: el ser tiene una extensión ilimitada y una intensión (o comprensión) nula. Que es como decir que se refiere a todo, pero que no tiene significado alguno. Por lo cual resulta claro por qué ese uso sustantivo del participio presente, normal para los griegos, en el lenguaje filosófico se transfiere poco a poco al infinitivo, si no en griego, sin duda, en el esse escolástico. Sin embargo, la ambigüedad se encuentra ya en Parménides, que habla de t'eon, pero luego afirma que esti gar einai (DK 6), y es difícil no entender en sentido sustantivo un infinitivo (ser) que se convierte en sujeto de un es. En Aristóteles el ser como objeto de ciencia es to on, pero la esencia es to ti en einai (Met, IV, 1028 b33-36), lo que era el ser, pero en el sentido de lo que el ser es establemente (que luego será traducido como quod quid erat esse).
Sin embargo, no se puede negar que ser es también un verbo, que expresa no sólo el acto del ser algo (por lo que decimos que un gato es un felino), sino también la actividad (por lo que decimos que es bueno estar sano o estar de viaje) a tal punto que a menudo se usa como sinónimo de existir, aunque la ecuación da lugar a muchas reservas, porque originariamente ex-istere significa "salir-de", "manifestarse" y, por lo tanto, "venir al ser".
Así pues, tenemos (i) un sustantivo, el ente; (ii) otro sustantivo, el ser; y (iii) un verbo, ser. El apuro es tal que lenguas diferentes reaccionan de maneras diferentes, castellano, italiano y alemán tienen un término para (i) ente y Seiende, pero sólo un término tanto para (ii) como para (iii) ser, essere y Sein. Ya se sabe cómo sobre esta distinción Heidegger funda la diferencia entre óntico y ontológico, pero, ¿cómo nos las arreglaremos con el inglés, que si que tiene dos términos, salvo que to be cubre sólo la acepción (iii) y Being cubre tanto (i) como (ii)? El francés tiene un solo término, être; es verdad que desde el siglo XVII aparece el neologismo filosófico étant, pero al mismo Gilson (en la primera edición de L'être et l'essence) le cuesta aceptarlo, y se decide sólo en las ediciones sucesivas. El latín escolástico había adoptado ens para (i) pero jugaba con atormentada desenvoltura con (ii), usando a veces ens, a veces esse.
Por otra parte, aun hablando sólo de ente, sabemos que hay entes materiales y entes de razón, entre los que se cuentan las leyes matemáticas; Peirce proponía restaurar el término ens (o entity) en su significado originario de todo aquello sobre lo que se pueda hablar. Y he aquí que el ente viene a equivaler al ser, en cuanto totalidad que comprende no sólo lo que está físicamente a nuestro alrededor, sino también lo que está debajo, o dentro, o en torno, o antes o después, y lo funda o justifica.
Pero entonces, si estamos hablando de todo aquello de lo que se puede hablar, es preciso incluir también en lo posible. No sólo o no tanto en el sentido en que se ha sostenido que también los mundos posibles existen realmente en alguna parte (Lewis, 1973), sino por lo menos en el sentido de Wolf (Philosophia prima sive ontología methodo scientifico pertractata, 134) por el que una ontología atañe al ente quatenues ens est, independientemente de cualquier cuestión de existencia, por lo cual quod possibile est, ens est. Y con mayor razón, pertenecerían entonces a la esfera del ser no sólo los futuribles, sin también los eventos pasados: lo que es, lo es en todas las conjugaciones y tiempos del verbo ser.
En este punto, sin embargo, se ha insertado en el ser la temporalidad (tanto del Dasein, como de las galaxias), y no es necesario ser parmenídeos a toda costa: si el Ser (con mayúscula) es todo aquello de lo que se puede decir algo, ¿por qué del Ser no deberá formar parte también el devenir? El devenir se presenta como defecto en una visión del ser como esfera compacta e inmutable: pero en este punto no sabemos todavía si el ser no es, no diremos voluble, sino móvil, metafórico, metempsicósico, compulsivamente reciclante, inveterado bricoleur...
En cualquier caso, las lenguas que hablamos son lo que son, y si presentan ambigöedades, o incluso confusiones en el uso de este primitivo (ambigöedad que la reflexión filosófica no resuelve), ¿no será que este apuro expresa una condición fundamental?
Para respetar este apuro, usaremos ser en su sentido más amplio y libre de prejuicios. Pero, ¿qué sentido puede tener este término que Peirce declaró con intención nula? Tendrá el sentido sugerido por la dramática pregunta de Leibniz: "¿Por qué existe algo en lugar de la nada?"
He aquí que entendemos con la palabra ser: Algo.