El desprecio de las masas
Peter Sloterdijk
6 febrero, 2002 01:00Peter Sloterdijk. Foto: Mercedes Rodríguez
Desde su irrupción en el año 1986 con una original reflexión sobre el psicoanálisis, Peter Sloterdijk no ha dejado de agitar, libro tras libro, las tal vez demasiado estancadas aguas del pensamiento europeo finisecular. Aún no extinguidos los ecos de su polémica impugnación del humanismo tradicional en Normas para el parque humano, Sloterdijk da un nuevo paso al frente. Más fiel que nunca al imperativo de provocar y no halagar, entrega una reflexión implacable y trituradora de todos los tópicos sobre la situación de la cultura y los dilemas que plantea a sus protagonistas como lo que hoy es: cultura de masas. Una aguda reflexión no exenta de astuto efectismo, que enlaza con Marx, Nietzsche y Heidegger, y también con Ortega y Adorno, sobre la modernidad como escenario de luchas culturales cuya conflictiva sustancia es la sustancia histórica del proceso de conversión de la masa en sujeto que nos ha llevado a ser lo que somos, a conciencia de que "quien pretende llamar la atención sobre la existencia de problemas relacionados con el respeto y el desprecio en las sociedades actuales es, por lo general, ninguneado a través de un acto reflejo mediático-masivo casi infalible".Decidido a romper la universal conjura de silencio, Sloterdijk reconstruye, siguiendo a Hobbes, Spinoza y Marx, la entrada de las masas en la escena teórica de la edad moderna "bajo la figura de una multitud homogénea de sometidos bajo la autoridad de un soberano modernizado técnico-estatalmente". A partir de dicho momento comienza a asumir todo el protagonismo un nuevo sujeto colectivo que no duda en "exhibir una pasión orientada a la autoestima sin parangón en la historia" y que busca, consecuentemente, su satisfacción. La serie de campañas emancipatorias encaminadas a la institucionalización de la autoestima en las que los nuevos colectivos plantean sus exigencias de reconocimiento tienen, como efecto colateral necesario, la emergencia de una cultura que apuesta por la alianza entre trivialidad y efectos especiales, con la consiguiente inversión de los órdenes jerárquicos. Sloterdijk no se disfraza ni recata: "allí donde había siervos, ahora habrá ingenieros, funcionarios, empresarios, electores; allí donde había señores, ahora hay que definir nuevas tareas".
La masa, por el contrario, pasa a poder aspirar ya a la situación de "clase universal satisfecha", con el correlato en el plano de la cultura de la imparable emergencia y difusión de las actuales industrias de entretenimiento y envilecimiento.
Nuestro autor repasa tres críticas emblemáticas de esta situación debidas a Nietzsche, Heidegger y Jaspers. Tres críticas al devastador conflicto que nos ocupa -y que lo es entre horizontalidad y verticalidad- en las que Sloterdijk no encuentra contrapartida programática y resolutoria digna de ser considerada. Como tampoco la encuentra en aquellas precarias y violentas síntesis que fueron los diferentes fascismos. El propio Hitler no fue para él, igual que para Canetti, uno de sus mayores inspiradores, otra cosa que un "plebeyo desencadenado" capaz de representar en su día la existencia de la masa de un modo tan rotundo que llegó a convertirse en el "núcleo del tumulto".
¿Es posible asentir, por razones de realismo social y político, a la cultura de masas y distanciarse, críticamente a la vez, de ella por razones opuestas, de peso no menor? Lo que ante semejante dilema propone el propio Sloterdijk no deja de resultar reveladoramente modesto. Y a la vez revolucionario: frente al auge de los impostores y el culto vacío a la diferencia aparente, la provocación. Frente al resentimiento y la falsa nivelación, el cultivo de la admiración y el sentido de las jerarquías, distinciones y escalas de valores. Frente al protagonismo del manager, el del individuo creativo.
Si la ciencia no es democrática, como dejó dicho Descartes en su Discurso, la cultura no puede ni debe ser otra cosa que aristocrática. Claro es, la cultura crítica y normativa. La que es fuente de lucidez y autoconsciencia y nos hace libres. ¿Resulta universalizable esta cultura? La alternativa a la cultura como forma de autoexigencia en lo mejor nunca debería pasar por el fomento de lo que halaga, por el guiño a lo que procura votos o por la exaltación de lo que tiene éxito comercial inmediato. Si es a esto a lo que apunta Sloterdijk con su apelación a "la masa que hay dentro de nosotros" y a "tomar partido contra ella", sería difícil no estar de acuerdo. Por mucho que hubiera que debatir también los términos concretos del acuerdo. Y tal vez incluso sus fundamentos.