Image: Retrato de Giacometti

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Ensayo

Retrato de Giacometti

James Lord

6 marzo, 2002 01:00

Traducción de Amaya Bozal. La balsa de la Medusa. Madrid, 2002. 155 páginas, 11’50 euros

El presente libro es una traducción del breve texto A Giacometti portrait publicado por The Noonday Press en 1965 y ampliado después en 1980 y publicado con otro texto, Where the pictures were (un recuerdo sobre Gertrude Stein) en 1973 y 1982 (Farrar, New York, y Mazarine, París) ambos traducidos al francés por Pierre Leyris para Gallimard en 1991.

El texto lleva un prólogo del hermano del artista, Diego Giacometti, que realizó la fundición de todos los bronces del artista y bañó sus pátinas. Diego resume el contenido del libro, transcripción de las 18 sesiones de 1964, para retratar al crítico americano: "Alberto pensaba en alto mientras trabajaba, y James Lord ha anotado hora tras hora, día tras día, todos los dichos que ha escuchado durante las horas de pose: el resultado es un vivo recorrido por lo que fue el cielo de Alberto cuando se encontraba ante el modelo". A la muerte del artista, despojado de casa y de herencia, André Malraux le consiguió a Diego un trabajo honroso que él supo llevar con gran dignidad: realizó todas las lámparas del Museo Picasso de París.

Las mejores historias de este mundo del arte cuando París pierde la batalla del mercado en favor de New York nos las han contado los americanos residentes en Francia, como James Lord, que comenzó esta literatura de memorias (algunas falsificadas), como John Richardson, que ahora escribe la inmensa biografía de Picasso o la de Douglas Cooper, que reunió lo mejor del cubismo en su castillo del sur de Francia para desprenderse de él después. Los tres, así como John Franklin Koenig o John Russell tienen mucho en común: llegar como jóvenes soldados al final de 1944 ó 45 a Francia. Unos se quedan, otros como Koenig vuelven a la Universidad a terminar y regresan hipnotizados por el fulgor de París en 1948.

Los libros como el de Lord, escritos sin el background del historiador, reporteros de veladores del presente de la historia del arte, se mueven dentro de fronteras imprecisas. Tienen ventajas como la cercanía a los hechos y la agilidad de una prosa elegante. Son informadores sobre el terreno, pero les falta, aunque no a la biografía de Picasso de Richardson, el rigor en el manejo de las fuentes, la plausibilidad en las conjeturas -las hipótesis que avanzan- y sobre todo la verificación de las informaciones. En este sentido le ha precedido James Lord con su biografía de Giacometti (muy correcta) o la de Dora Maar, (muy fabulada) a la que ha dedicado asimismo un interesante libro Mary Ann Calws, Dora Maar, con y sin Picasso, (traducción en Destino).

El contexto en la estética de Giacometti de la que nos habla Lord es el último periodo de la vida del artista, de 1959-1966. Comienza su relación con una mujer de la noche conocida por Caroline; son los años de sus cuadros de grandes formatos, del premio de la Bienal de Venecia de 1962, del cáncer de 1963, y de la figuración (que comienza en 1964). De alguna manera se obvia ese regreso final al "retrato", dándonos Lord la clave de su praxis artística, la del pincel que araña la superficie y talla la figura sentada del modelo, hiriéndola en todos los sentidos, y empequeñeciéndola en el marco del marco del cuadro. El propio Giacometti señalaba que hacía sus figuras pequeñas "porque lo importante es el espacio". El espacio que rodea las figuras, el témenos sagrado de los templos griegos, es lo que Giacometti busca. En el frente de El Escorial, cuando este espacio está solitario, las personas -sean del tamaño que sean- son como esculturas de Giacometti. El ser humano en su soledad frente al espacio enmarcado, edificado, no deja de ser, para una mirada pesimista, una melancólica sombra. Es la lección de la escultura de una de las figuras más importantes del siglo XX.

La traducción de Amaya Bozal es ágil con unos pequeños errores ("papel vierge", por papel de calco en blanco), pero ha conseguido el tono distendido, de sobremesa, que caracteriza a James Lord, que habla como escribe, un narrador de la vieja escuela que canta y ameniza con romanzas de ciego sobre la actualidad artística de la postguerra. Para el lector interesado en la obra de Giacometti le recomendamos la entrevista con el escritor André Parinaud (revista Arts, París, junio, 1962, reproducida en el catálogo de la galería Coray, Lugano , 1984). También las memorias del librero y amigo suizo Christoph Bernouilli. A. Giacometti. Erinnerungen und Aufzeichnungen, Berna,1974, o las conferencias de Willy Rotzler, sus recuerdos del artista en la Pro Helvetia Swiss Lectures-ship publicadas por la Universidad de New York en 1984.

Con una perspectiva muy diferente de la de Lord, y de su descripción anecdótica, está la visión poética, el ensayo psicológico del escritor Giorgio Soavi (1923). Il mio Giacometti (Milán 1966), o la obra del año 2000 en Mazzotta Alberto Giacometti. Il sogno di una testa, con la descripción anímica de su retrato de 1963 o el sentido del posar ante el artista, libro documentado con fotografías. Pero las fotografías más bellas de los procesos de trabajo de Giacometti siguen siendo las Ernst Scheidgger, Giacometti: Spuren einer Freundschaft (Zurich 1990) excelente guía para seguir la lectura de este libro , que se puede (y se debe) leer de una sola sentada.