Neofascistas
Ferrán Gallego
15 abril, 2004 02:00Jean-Marie Le Pen
El fenómeno de los fascismos europeos se ha prolongado a lo largo de todo el siglo XX, a partir del momento en el que la pérdida de certidumbres del positivismo minó profundamente la confianza en los regímenes democráticos como instrumentos de regulación de los conflictos políticos.Fue, en un primer momento anterior a la guerra europea de 1914, la época de los prefascismos estudiada por Sternhell, que él veía como la conjunción de una derecha nacionalista, antiliberal y antiburguesa, con una izquierda socializante, en la tarea de destrozar la democracia liberal europea. Una visión en la que coincidían un completo rechazo de la herencia de la Ilustración, con un fuerte pesimismo cultural -potenciado por los avances de la tecnología- y con el culto del elitismo y de la violencia. En cualquier caso, si muchas de las ideas estaban ya sembradas con anterioridad a 1914, la traducción de esas convicciones al plano político, con la aparición de proyectos de gobiernos dictatoriales, no se produciría hasta el periodo de entreguerras en una situación en la que, como el propio autor de este volumen sugiere, se produjo una amplia coalición "entre dirigentes empresariales, una elite cultural presti- giosa y unos sectores populares muy amplios" que dieron consistencia a los regímenes fascistas y les hicieron creer que estaban en condiciones de derrotar a las viejas democracias europeas. En una divertida conferencia que pronunció hace casi diez años en la Universidad de Columbia, Umberto Eco subrayó la ambigöedad de la denominación de fascista e insistió en su carácter, mas retórico que ideológico, que contribuía a darle un perfil borroso, lo que no le impedía enumerar algunos elementos de lo que llamaba el fascismo ancestral, y que permitían detectar esos planteamientos. Destacaba, entre ellas, un culto a la tradición que podía derivar en el nacionalismo xenófobo, un rechazo a la modernidad compatible con el ensalzamiento de la tecnología, y la llamada a la acción por la acción, con una clara reivindicación a la figura del héroe a la que no faltaba cierto componente machista. No era necesario encontrar todos esos elementos para que se pudiera hablar de fascismo.
La derrota de los regímenes totalitarios en 1945 marcó el final de esa coalición de intereses y dio paso a un escenario en el que su reconstrucción resultaba poco menos que imposible hasta que, bien avanzada la década de los setenta, se apunta la posibilidad de una nueva coalición que, renunciando al monopolio del periodo de entreguerras, se convierta en aliado imprescindible con un proyecto que desvirtúe las formas clásicas en entender la democracia. El exclusivismo, la xenofobia, las críticas a las prácticas parlamentarias y a los valores tradicionales del liberalismo serán moneda común de unos movimientos que el autor rastrea en Francia e Italia, según dice, por la importancia de los movimientos fascistas de ambos países y por un supuesto carácter complementario de las trayectorias de ambas naciones. Estamos, de lle- no, en el escenario borroso de los fascismos que describía Eco. Ferrán Gallego, en cualquier caso, ha desestimado la vía entomológica de las caracterizaciones detalladas de los diversos movimientos fascistas y prefiere poner lo mejor de su esfuerzo en un ensayo de comprensión de la cultura política de la extrema derecha y de las maniobras que hicieron posible su aceptación dentro de "sistemas que se habían construido sobre el rechazo del fascismo".
El libro se articula sobre dos grandes apartados que tienen como línea divisoria el punto de fractura cultural de comienzos de los 80. Una incursión autorizada por el medio siglo más cercano del pasado de dos países europeos -lo que tampoco es nada habitual en nuestros medios académicos- realizada con innegable maestría, que se cierra con una breve reflexión del papel de los grupos nacional-populistas en nuestros días que tratan de enfrentar, en un clima de inseguridad creciente, los intereses de una supuesta comunidad nacional con las fórmulas de dignidad y libertad individual que se derivaron del pensamiento ilustrado. Ahí reside su extraordinario potencial y, desde luego, su peligro.