Bacarisse: Obras
Mauricio Bacarisse
15 julio, 2004 02:00Alberti, Lorca, Chabás y Bacarisse en 1927
La literatura española, como cualquier otra literatura, está llena de atractivas figuras menores. Atractivas unas veces para el lector común, otras sólo para el estudioso. A Mauricio Bacarisse (1895-1931) su temprano fallecimiento le impidió formar parte de la plana mayor de la generación del 27.Hoy le leemos como una figura de época con la que el tiempo, su propio tiempo y el que vino después, no ha sido demasiado benévolo. El primer libro de Bacarisse, El esfuerzo (1917), es anterior a la higiénica voladura que los ultraístas hicieron de los restos del modernismo. Su tono es muy distinto del que pronto triunfaría en la poesía española. Su tono, o sus varios tonos, porque el poeta ensaya varios sin acabar de decidirse por ninguno. A ratos nos recuerda al feísmo y al sentimentalismo de Emilio Carrere: "En la sala lijosa del burdel repugnante/hay un enorme gato que duerme en la tarima,/unos muebles muy sucios, un reló sollozante/y un cromo de la Virgen con una cruz encima". Poesía bohemia, en ocasiones costumbrista (se alude al Madrid "de la greña y el zancajo"), con toques melodramáticos y prosaicos que recuerdan a poetas como Evaristo Carriego.
A pesar de su desigualdad y de sus toques involuntariamente cómicos, El esfuerzo no deja de tener su atractivo y quizá ello explique que sea el libro poético de Bacarisse más ampliamente representado, para sorpresa de la mayoría de los lectores, en esta selección de su obra.
Cuando Bacarisse publica su segundo libro de poemas, El paraíso desdeñado, más de una década después, ya es un crítico y traductor reconocido, muy al tanto de la nueva literatura. Sus versos, sin embargo, siguen situándole al margen de ella. Aparecido en el mismo año, 1928, que Cántico o el Romancero gitano, el libro de Bacarisse disonaba con su intimismo entre pedante y ramplón de la espléndida renovación poética que entonces se estaba llevando a cabo.
Bacarisse se puso al día con Mitos (1930), su libro más 27, en el que no faltan los ecos de Lorca y de Guillén, junto a gongorismos de época y una renovada y más rica imaginería. A Guillén remiten las décimas que aquí se seleccionan: "Maestros de los surtidores/y los párvulos luceros;/en los blancos valederos,/orates divagadores/de orugas de oro y ardores/de albura pronta a volar".
Jordi Gracia incluye íntegra en este tomo la novela de Bacarisse Los terribles amores de Agliberto y Celedonia (1931), que muchos consideran su obra mayor. En principio iba a ser una novela breve destinada a aparecer en la colección Nova Novorum, que publicaba la "Revista de Occidente". Pero el original fue rechazado por Fernando Vela, el "censor asturiano" al que se alude en el prólogo de la edición definitiva. Está dedicado dicho prólogo a Ramón Gómez de la Serna y la novela, al menos en su versión definitiva, tiene el tono de las novelas humorísticas que en los años veinte publicaba Calpe en la estela de Ramón.
La primera parte relata un viaje por un país que no se menciona, pero que resulta fácilmente reconocible: la ciudad "desnivelada a golpes de terremotos, servida por ascensores, igual que las minas" es Lisboa; la otra ciudad, "antigua y escolástica", en la que visitan "una iglesia, un museo, la Universidad y el Jardín Botánico", además de a un gran poeta que vive "en una callecita próxima a la Universidad", es Coimbra (el poeta, al que tampoco se menciona por su nombre, es Eugénio de Castro). Jordi Gracia, en su profesoral prólogo, pone en relación este viaje con el de Adriano del Valle en 1923 (el mismo año en que se sitúa la acción de Los terribles amores), viaje de novios en el que conoció a Fernando Pessoa. Pero no parece que tal coincidencia obedezca a otra cosa que a la casualidad.
A la manera de Niebla, de Unamuno, y de acuerdo con la moda pirandelliana propia de la época, en el epílogo de la novela el protagonista va a pedirle consejo al autor (o al Novelista, según se indica con mayúsculas y en tercera persona). Humor, divagación y lirismo hay en Los terribles amores de Agliberto y Celedonia, una lúdica novela muy representativa de un tiempo en que el arte era concebido como un juego.
El mayor atractivo de esta edición (el resto ya era conocido) son los artículos y ensayos que se rescatan de las páginas de "España", "Revista de Occidente" y "La Gaceta Literaria". En ellos se nos habla del futurismo, de los estrenos teatrales, de viejas polémicas vanguardistas, del novedoso cinematógrafo, y se hace con garbo estilístico, sin desdeñar los elementos ficcionales. Especial interés tiene la semblanza de Fernando Villalón.
Quizá, como creyeron sus contemporáneos (que, sin embargo, premiaron su novela en un acto de piedad o de justicia póstuma), Mauricio Bacarisse era, ante todo, un ensayista y un traductor. Como poeta quedaba, y queda, ensombrecido por sus excepcionales coetáneos.